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Isabel II, la corona primero

Durante sus 70 años en el trono, despachó con 16 primeros ministros y seis arzobispos de Canterbury. Su autocontrol y solemnidad garantizaban la democracia en un Reino Unido en constante cambio, del fin del imperio británico al Brexit

A la hora que murió Jorge VI, su hija Isabel estaba contemplando junto a su marido, el duque de Edimburgo, una puesta de sol en Kenia. Era el 6 febrero de 1952. Nada más conocer la noticia, tomó un avión con destino a Londres. Cuando aterrizó, bajó las escaleras vestida de negro y saludó al primer ministro, el conservador Winston Churchill. Supo guardar su tristeza y mostrar serenidad. Era la primera vez que tenía que velar más por los intereses del país que por los suyos propios. A sus 25 años, se había convertido en reina. Mucho antes de lo que nunca se hubiera imaginado la joven princesa.

El autocontrol incansable y la solemnidad se convirtieron luego en los pilares que marcaron la vida de una mujer que no nació en principio para subir al trono. Su tío, Eduardo VIII, abdicó cuando se enamoró de la «socialité» divorciada Wallis Simpson y fue entonces cuando su padre, Jorge VI, se convirtió repentinamente en rey de Inglaterra. Pero estaba claro que su destino no podía ser otro. Elizabeth Alexandra Mary de Windsor pasará a la historia como una figura clave para garantizar la continuidad de un país durante los setenta años que ha durado su reinado. La monarca que más tiempo ha estado hasta la fecha en el trono de Reino Unido falleció ayer a los 96 años de edad. Le gustaba batir récords.

En 2015, superó a la reina Victoria para convertirse en la monarca que más tiempo llevaba en el trono. El 13 de octubre de 2016, se convirtió en la monarca y jefa del Estado viva con más años de reinado, tras la muerte del rey de Tailandia Bhumibol Adulyadej, que dirigió los destinos del país asiático durante 70 años y 126 días. En febrero de 2017, cumplió 65 años de reinado convirtiéndose en la primera reina británica que celebra el llamado Jubileo de Zafiro.

Además de ser la monarca británica, Isabel II era reina de dieciséis de los Estados soberanos que forman parte de la Mancomunidad de Naciones, la Commonwealth. Isabel II era también jefa de Estado de los cincuenta y cuatro países de la Commonwealth y gobernadora suprema de la Iglesia de Inglaterra, establecida en 1536 por Enrique VIII cuando rompió con Roma.

La reina siempre fue sumamente devota. De ahí que en diciembre de 2016, saltaran todas las alarmas cuando se ausentó, por vez primera, del oficio navideño de Sandringham. Un fuerte resfriado le apartó de la escena pública. Pero semanas más tarde se la pudo volver a ver totalmente recuperada. Cierto es que en los últimos años había reducido sus compromisos públicos, pero jamás quiso abdicar debido a la promesa que hizo antes de ascender al trono en 1952.

Fue en 1947, cuando la entonces princesa dijo a la nación: «Declaro ante vosotros que mi vida entera, sea larga o corta, será dedicada a vuestro servicio». Con todo, en enero de 2014, la Casa Real británica anunció la fusión de las oficinas de la soberana y el príncipe Carlos, una decisión que se enmarcó como una «sucesión tranquila».

Isabel II era una de las autoridades más respetadas a ambos lados del Atlántico, pero al mismo tiempo, una de las figuras más desconocidas. «Ella tiene muy pocos amigos cercanos. Su familia, especialmente su marido, es lo que necesita», aseguró en una ocasión la aristócrata Lady Pamela Carmen Louise Hicks, prima del duque de Edimburgo. «Precisamente porque es una persona tan pública, encuentra tanto alivio en su privacidad. Y es afortunada en no tener un círculo más amplio porque, en este sentido, no corre el riesgo de la indiscreción. Sabe que los pocos que la rodean no la van a traicionar. Por supuesto, con ellos sí puede hablar. De otra manera no podría hacer frente a todo, ningún ser humano podría», matiza Hicks.

Celosa de su intimidad

Devoradora de la prensa, amante de los caballos, muy divertida en la intimidad y coqueta. Muy pocos más detalles se saben de su vida privada, una vida que, pese a estar dividida por una línea muy fina de sus compromisos oficiales, siempre quiso delimitar con fuego para proteger a los que la rodeaban, entre ellos su marido, el duque de Edimburgo.

Cuando le conoció, ella tenía tan solo 13 años y todavía la llamaban Lilibet. Sus padres llegaron un día al puerto de Darmouth, donde a sus 19 años, Felipe era un apuesto cadete. Tras años estando en contacto por carta, en el verano de 1946, él le pidió al rey Jorge VI la mano de su hija. Este estuvo de acuerdo, siempre y cuando se comprometieran de manera oficial una vez que Isabel cumpliera los 21 años. Para poder hacerlo como se debe, Felipe tuvo que renunciar a sus títulos reales griegos y daneses, adoptó el apellido Mountbatten de la familia de su madre. Se convirtió en súbdito británico.

La pareja se casó el 20 de noviembre de 1947 en la Abadía de Westminster. Casi exactamente un año después del enlace, el 14 de noviembre de 1948, nacía su primer hijo, el príncipe Carlos. En 1950, nació la princesa Ana; en 1960, el príncipe Andrés; y en 1964, el príncipe Eduardo.

La estabilidad de su matrimonio, sin embargo, no fue seguida por los suyos. Tres de sus cuatro hijos se separaron en 1992, declarado en la intimidad por la monarca como «annus horribilis». Sin duda, la más sonada fue la separación del heredero al trono, el príncipe Carlos, quien puso fin a su historia de amor con Lady Di. La trágica muerte el 31 de agosto de 1997 de la considerada como la «princesa del pueblo», supuso a Isabel II uno de los momentos de más baja popularidad.

«Muestre un poco de afecto, señora», tituló el tabloide «Express», al conocer que pretendía permanecer en Balmoral. Tras el accidente de coche mortal de la que fue su nuera, la monarca tardó cuatro días en reaccionar ante el público. Se resistía a darle un funeral de Estado, pero finalmente no tuvo más remedio que claudicar ante la insistencia del entonces primer ministro, el laborista Tony Blair. Aquel mensaje en televisión fue histórico. «Tenemos que aprender lecciones de su vida y de su conmovedora muerte». Solo hicieron falta 45 minutos para que la soberana británica se reinventara a sí misma.

Más informal y cercana

Después de aquella emisión, sus asesores dicen que escuchaba más y estaba más preparada para tomar riesgos. Sin embargo, la reina se mostraba sumamente molesta cuando le decían que su «nueva informalidad y cercanía» se debía al «efecto Diana». «Yo ya hacía esto mucho antes», contestó en una ocasión.

Pero lo cierto es que, a diferencia de Lady Di, Isabel II jamás mostró sus sentimientos en público. En privado, según su círculo más íntimo, tampoco tuvo facilidad. Siempre trató a sus hijos como adultos. Philip Ziegler, autor del libro «Jorge VI, el rey obediente», aseguró: «Tiene un sentido del deber increíble. Creo que le habría encantado tener la oportunidad de pasar más tiempo con sus hijos. Pero la Corona siempre ha sido lo primero» para Isabel II.

El día de su coronación, el 2 de junio de 1953, fue clave para entender a la mujer que estaba a punto de convertirse en reina. Una de las cuestiones más difíciles que se debatieron entonces fue si se permitía o no la entrada a la maquinaria de última generación –la televisión– a la Abadía de Westminster para transmitir el gran evento en directo. La joven Isabel, que tan solo contaba con 25 años, en un principio se mostró en contra. «Temía que el mundo entero estuviera pendiente de sus movimientos faciales y sus posibles errores», explica William Shawcross, autor entre otros, de la biografía oficial de la reina madre.

Winston Churchill estuvo de acuerdo con ella. Pero, ante las protestas inmediatas de la corporación de radiotelevsión BBC y la decepción clara por parte del pueblo, la soberana accedió. Insistió únicamente, eso sí, en que no hubiera primeros planos de su cara en uno de los momentos más sagrados para ella, la comunión. «Fue criada por una madre que le enseñó a creer en tres cosas: amor a Dios, amor a la familia, amor al país», matiza el experto.

Desde entonces, Isabel II se convirtió en testigo, entre otros, de crisis económicas, cambios demográficos, pérdida de colonias, guerras, terrorismo del Ejército Republicano Irlandés (IRA) e incluso la adhesión y posterior salida de Reino Unido de la Unión Europea.

116 países visitados

En 2011, la reina fue la primera monarca británica en casi un siglo en visitar la República de Irlanda. El histórico viaje certificó la normalización de las relaciones entre Londres y Dublín. Sin embargo, en aquella ocasión, el Sinn Féin se negó a participar en los actos programados con la monarca y tuvo que pasar otro año para que Martin McGuinness –entonces segundo de la formación y viceprimer ministro en Irlanda del Norte– estrechase la mano de soberana en Belfast, convirtiéndose en el primer dirigente republicano en hacerlo. Un hito.

Durante las últimas más de seis décadas como soberana británica, Isabel II despachó con dieciséis primeros ministros –desde Winston Churchill hasta la actual, Liz Truss– y seis arzobispos de Canterbury. Visitó más de 116 países. El Reino Unido de ahora nada tiene que ver con el de 1953, pero, tal y como dijo el famoso periodista británico Walter Bagehot, «la función de la monarquía es ser un símbolo visible de unidad para aquellos tan imperfectamente educados que necesitan un símbolo».