Coronación

Carlos III, un vacío abismal en el océano político-diplomático mundial tras Isabel II

La reina logró que la caída del Imperio y el declive de la influencia británica fueran casi invisibles. Carlos III, ante el enorme reto monárquico en la diplomacia

Carlos de Inglaterra con Isabel II
Carlos de Inglaterra con Isabel IIGetty Images

La muerte de la reina Isabel II el 8 de septiembre de 2022 dejó un vacío abismal en el océano político-diplomático mundial. Su hijo Carlos III se enfrenta por tanto a varios retos internacionales. Además de crisis mundiales como el cambio climático y las convulsiones socioeconómicas, el nuevo rey toma posesión de su cargo en un momento particular de la historia británica. Un momento de ruptura con el fin de la era isabelina, pero también un momento de crisis de identidad. En efecto, si Isabel II ha conseguido que la caída del Imperio y el declive de la influencia británica sean casi invisibles en el imaginario colectivo, lo cierto es que Reino Unido ya no se encuentra en la intersección de tres círculos: su Imperio, la alianza transatlántica y Europa. Peor aún, parece que, a escala mundial, Carlos III, como su madre, nunca encontrará un verdadero papel alternativo a esa intersección desaparecida.

Isabel II había intentado encontrar un refugio para sus valores y un trampolín geopolítico en la construcción de la Unión Europea. Sin embargo, este empeño acabó en un fracaso devastador, el de un divorcio entre Londres y el «Viejo continente» que se cristalizó en el Brexit. Así pues, la cohabitación política entre Carlos III y un gobierno que lidia con las consecuencias de la salida de la Unión Europea se perfila como un reto extremadamente delicado para el monarca.

Además, el horizonte de las relaciones internacionales británicas no es más sereno al otro lado del Atlántico. Aunque Isabel II fuera capaz de forjar una relación especial con los dirigentes estadounidenses, la situación actual es clara: Reino Unido no es más que una sombra del gigante americano, sobre todo en el plano económico, aunque siga siendo un socio privilegiado. Por último, está el fantasma de la guerra en Ucrania. Al apoyar militar y económicamente al Gobierno ucraniano e imponer sanciones al invasor ruso, Londres ha provocado inevitablemente la ira del Kremlin –además de molestar a Pekín– y se enfrenta a una profunda crisis económica. Así pues, maltratada en la escena internacional y enfrentada a sus antiguos socios europeos, la monarquía británica se ha ido replegando poco a poco sobre sí misma y sobre la Commonwealth.

En efecto, Carlos III se ha convertido en el jefe de Estado de 14 países, además de Reino Unido, entre ellos Australia, Canadá y Nueva Zelanda, pero también en el jefe de los 56 miembros de la Commonwealth, que representa un peso demográfico astronómico, agrupando a un tercio de la humanidad. Ahora bien, ¿tiene Carlos III los hombros anchos para soportar este peso, la resistencia para recorrer los cuatro puntos cardinales del mundo como hizo su madre, así como las cualidades necesarias para su importantísima función diplomática?

Por encima de todo, la reina era un verdadero pilar para esta organización cada vez más heterogénea. Ella era finalmente el pulmón capaz de mantener viva esta «familia» más allá de las convulsiones de las antiguas colonias. Carlos III se enfrenta a una reminiscencia de las emociones del pasado colonial y al estallido de una cólera demasiado tiempo enterrada, que se manifestó inmediatamente al anuncio de la muerte de la reina.

De hecho, las redes sociales sirvieron de escaparate para denunciar agresivamente la dificultad latente de la monarquía y de la familia real para asumir plenamente su responsabilidad en la colonización. Además, los intereses económicos se vuelven insuficientes y el resentimiento a veces demasiado fuerte, lo que consigue acabar con la paciencia de algunos Estados, como Barbados, que encabezó un levantamiento contra el «yugo oficioso de la Corona» a través de la Commonwealth desertando de ella en 2021.

Recordamos también el último gran episodio del declive imperial con la entrega de Hong Kong, territorio británico de ultramar más poblado, a China en 1997, tras 155 años de presencia colonial. «Así termina un imperio», comentó lúcidamente Carlos III cuando era aún príncipe.

La Commonwealth se vio como una oportunidad para ampliar el legado imperial en las antiguas colonias. El rey es el encargado de promover la Commonwealth, alentar la adhesión y fomentar el desarrollo de las relaciones económicas, diplomáticas y culturales entre los Estados miembros. El simbolismo es fuerte; él es una especie de cordón umbilical que se supone lo une a cada uno de los miembros de esta misma “familia”. Además, este papel eminentemente importante a la cabeza de una Commonwealth particularmente heterogénea y viva se justifica por partida doble: actúa como marcador de estabilidad y unidad, pero también como elemento de continuidad en una época de profundas rupturas.

En definitiva, el espacio geopolítico de Carlos III queda reducido a una porción congrua de lo que fue el Imperio Británico. Además, su acción internacional se comparará siempre con la de su predecesora. ¡Good Luck, Majestad!