La cumbre y el abismo iberoamericano

La Cumbre Iberoamericana recién celebrada en República Dominicana solo sirvió para retratar el abismo de una región que está ya desapareciendo del mapa. Incapaz de integrarse económicamente y acostumbrada a polarizarse ideológicamente, Latinoamérica sigue sin conseguirse a sí misma para jugar un papel importante en el escenario internacional. Veamos los detalles del encuentro.

Comencemos por las ausencias. Ni Lula, ni AMLO ni Maduro fueron, aunque por razones diferentes. Lula había dicho que tenía una visita oficial a China, a la que tampoco fue alegando padecer neumonía. López Obrador no solo se ausentó, sino que mandó al funcionario de menor rango de la Cumbre (ni siquiera un ministro). Pero el Oscar se lo lleva Maduro con su falso positivo de Covid a última hora. ¿Por qué Lula no previó estar? ¿Por qué AMLO muestra ese desprecio y descortesía con la cita? Lo de Maduro es sabido por todos. A estas ausencias hay que sumar además cuatro de los seis mandatarios centroamericanos.

Ahora vamos con los presentes. Boric arremetió contra Daniel Ortega acusándolo de dictador, y recibiendo como contrapartida la imputación de traidor. Por su parte, Díaz-Canel defendió a su homólogo tirano nicaragüense, impidiendo a su vez cualquier avance en materia financiera. Y finalmente Petro abogó en favor de Pedro Castillo (con la misma fuerza que lo hizo por el narcotráfico), ocasionando la protesta de la ministra peruana.

Ante este espectáculo burlesco tuvieron que echar mano de la situación en Haití para poder mostrar un mínimo de coherencia, mientras que España y Portugal se refugiaron en lugares comunes y diplomacia vacía para disimular su esterilidad política en sus regiones filiales. Sin nada que decir ante el reclamo indigenista de Mexico, o ante la denuncia de Chile sobre violaciones de Derechos Humanos en varios países, o ante el tema de la droga y el narcotráfico que Colombia insiste en tratar. Ni siquiera lograron alinear la región con Occidente sobre el tema de la invasión de Rusia en Ucrania. Nada. Un abismo.

El problema está en que a Latinoamérica no se le ha exigido nunca democracia, con libertad, separación de poderes, alternancia, legalidad y vigencia efectiva de los derechos humanos. Por el contrario ha sido un laboratorio de guerra ideológica que la ha dividido constantemente y que promueve caudillos de todos los colores, para nostalgia de una parte de Europa que todavía cree en el mito del buen salvaje.