Historia

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El «camarada» de la destrucción

mao dejó un legado de muerte con más de 25 millones de fallecidos

La Razón
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El 9 de septiembre de 1976 el que fuera líder indiscutible de la República Popular de China, Mao Tse Tung, fallecía dejando atrás una funesta etapa en los aspectos económicos y políticos del país. Mao, que gobernó desde la fundación de la República Popular de China el 1 de octubre de 1949 hasta la fecha de su muerte, dejó un legado de muerte y destrucción, como corroboran los más de 25 millones de fallecidos derivados de sus ineficaces políticas económicas. Tras su muerte, la República Popular de China, bajo el liderazgo de Deng Xiaoping, comenzó una etapa de intensos y profundos cambios que trasformaron, en primer término, la realidad china y, posteriormente, el nuevo escenario internacional.

El primero de ellos se centró en la economía. En el año 1976, China era un país extremadamente pobre, con unos índices de desarrollo ínfimos y unos niveles muy bajos de productividad en la mayoría de sus sectores productivos. La introducción del capitalismo y el ostracismo de las políticas de planificación económica alteraron la realidad económica del país.

Así, desde la llegada al poder de Deng Xiaoping en 1978 y el inicio de una nueva política económica, China se ha convertido en la segunda potencia económica mundial, si bien todavía con un renta per cápita baja, en el mayor exportador del mundo, en el mayor consumidor de buena parte de los recursos minerales y energéticos del mundo y en uno de los principales motores económicos del mundo, como reflejan sus altos crecimientos económicos desde 1978 hasta la actualidad.

A nivel geopolítico, la China que dejó Mao era un débil líder regional, con importantes limitaciones internacionales y aislado a nivel diplomático. La China de hoy está totalmente integrada en las grandes organizaciones internacionales, es un claro aspirante a superpotencia que está empezando a competir mirando a los ojos a Estados Unidos.

Además, su ascenso en Asia está llamado a ser la gran batalla del presente siglo. China está incrementando su poder militar, mejorando buena parte de sus capacidades armamentísticas (como ilustran sus submarinos nucleares) y potenciando su marina para proteger las vías marítimas por las que se alimenta energéticamente y exporta sus productos y también para proyectar poder allende sus fronteras. Con todo ello, si bien la historia de China tras la muerte de Mao Tse Tung es una historia de éxito, esto no debe obviar las todavía profundas debilidades que se ciernen sobre el país tanto a nivel doméstico focalizadas en el Tibet como en la provincia de Xinjiang, donde persiste un potente moviendo separatista.

A nivel externo, tres son los frentes. En primer lugar, la eterna tensión con Japón por el control de las islas Sengaku y por el legado de la Segunda Guerra Mundial.

En segundo, la tensión con Taiwán, a la que Pekín sigue considerando una provincia a integrar en la gran China. Y, por último, la escalada de tensión centrada en el mar del sur de la China entre algunos países del sureste asiático como Filipinas y Vietnam y China por el control de las islas Parecel y Spratly. Junto a ello, subyace la tensión soterrada con Estados Unidos, país con el que está compitiendo ya de una manera clara por el liderazgo regional; de dicha competición, emergerá el nuevo orden mundial en el que sin duda alguna China tendrá un papel relevante.

El único legado del «Gran Timonel» que persiste en la actual China es la fortaleza del Partido Comunista, cuyo liderazgo en la sociedad era y es indiscutible. Del buen manejo de las tensiones internas y externas y, sobre todo, de su capacidad de mantener el desarrollo económico, el partido comunista seguirá liderando la histórica transformación del país que en 1949 comenzó el viejo camarada Mao.

*Profesor en el Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad de Comillas