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El PPE pierde la paciencia con Orban

El Partido Popular Europeo debate hoy la expulsión de Fidesz tras su última campaña contra Juncker. El primer ministro húngaro amenaza con sumarse a los ultras polacos y Salvini en la nueva Eurocámara.

Un cartel del Gobierno húngaro en el que acusa a Juncker y al millonario George Soros de planear la llegada masiva de inmigrantes a Europa / Reuters
Un cartel del Gobierno húngaro en el que acusa a Juncker y al millonario George Soros de planear la llegada masiva de inmigrantes a Europa / Reuterslarazon

El Partido Popular Europeo debate hoy la expulsión de Fidesz tras su última campaña contra Juncker. El primer ministro húngaro amenaza con sumarse a los ultras polacos y Salvini en la nueva Eurocámara.

El «enfant terrible» ha dejado de caer en gracia. El Partido Popular Europeo (PPE) parece haberse hartado de las provocaciones del primer ministro húngaro, Viktor Orban, y lo que hasta hace relativamente poco se antojaba casi imposible ha sucedido: le han señalado la puerta de salida. Aunque todavía no hay una solución tomada, hoy la familia política con más poder en las instituciones comunitarias se planteará si Fidesz, el partido de Orban, puede seguir formando parte de su proyecto político.

Todo indica que pase lo que pase, nada volverá a ser igual. Los pros y los contras son numerosos. Sobre Orban pesan muchas acusaciones: negativa a las cuotas de refugiados, falta de respeto a la libertad de prensa, sospechas de corrupción y su cruzada personal contra el inversor y filántropo George Soros, a quien el primer ministro húngaro culpa de todos los males que asolan a la UE. Hasta el punto de haber cortado el grifo de dinero público a todas las ONG financiadas por él y poner trabas sin cesar a su Universidad Centroeuropea de Budapest. Hasta trece partidos del PPE han pedido la expulsión de Orban y los últimos cálculos indican que entre el 80% y 90% de los delegados están a favor de la mano dura, aunque resulta difícil de ocultar el vértigo que produce una decisión de estas características a las puertas de los comicios europeos. Existe el peligro de que Fidesz decida unirse a las filas de los euroescépticos en el Parlamento Europeo y situarse en la misma bancada que la polaca Ley y Justicia, Le Pen o Salvini. Además, el PPE perdería unos 12 o 13 escaños en el hemiciclo con la salida de Fidesz, según las encuestas. Una de las delegaciones cuyo voto resulta más difícil de escrutar es la española. Los de Pablo Casado han decidido ponerse de perfil en plena campaña electoral.

El punto de inflexión se remonta a septiembre, pero los acontecimientos se han precipitado en las últimas semanas. Entonces, el Parlamento Europeo decidió abrir el temido artículo 7 contra Budapest, el bautizado en los pasillos comunitarios como «botón nuclear» y que puede desembocar en la pérdida de derecho de voto en el Consejo. Hasta ese momento, el único país en una situación similar era Polonia. Este paso al frente de la Eurocámara fue posible por el voto favorable de la delegación alemana del PPE, que entonces había sido la gran mentora del político húngaro. Las razones para que Berlín tejiera ese manto de protección sobre una figura tan polémica eran de sobra conocidas: se consideraba a Orban como un cordón sanitario al partido ultraderechista Jobbik y su pertenencia al PPE le hacía más controlable.

Los amigos cerca, a los enemigos más. Ésta era la máxima esgrimida una y otra vez en la capital comunitaria. Orban también parecía cómodo en la etiqueta de chico malo que al final vuelve al redil. «Él es el primero que no quiere forzar demasiado la máquina. Estar en el PPE le otorga influencia, recursos y contactos», sostenía hasta hace unas semanas un alto cargo europeo. En los pasillos comunitarios siempre se ha dado por hecho que Orban no quiere acabar con la UE, sino reformarla desde dentro y que para ello era mejor estar dentro del «establishment», del partido más poderoso. El problema reside en cuando el «enfant terrible» empieza a marcar el paso al resto. Por eso, la posible expulsión de Orban puede ser un preludio de una reflexión más profunda sobre el devenir del Partido Popular Europeo tras las elecciones, acechado por partidos populistas y entre constantes acusaciones de haber asumido algunos postulados de la ultraderecha.

Merkel le da la espalda

El artículo 7 necesita de la unanimidad de todos los socios para que pueda traducirse en castigos efectivos y, tanto en el caso de Varsovia como en el Budapest, los expedientes entraron en punto muerto. Todo parecía indicar que el PPE parecía dispuesto a perdonar las bravuconadas del hijo pródigo y que las aguas volverían a su cauce. Pero Orban volvió a actuar. Hace unas semanas, su partido puso en marcha una campaña en la que acusaba al Ejecutivo comunitario y a Soros de una ofensiva coordinada para propiciar la inmigración ilegal descontrolada de origen musulmán y socavar los valores cristianos. En los carteles de esta campaña, aparecían mensajes directos en contra del presidente del Ejecutivo comunitario, Jean Claude Juncker, de la misma familia política.

Bruselas contraatacó negando estas acusaciones y al jefe de la delegación en el Parlamento Europeo y candidato a presidir la Comisión, Manfred Weber, decidió enviar una misiva con un ultimátum bendecido por la propia Angela Merkel. En la carta, le pone tres condiciones a Orban: retirar la campaña, acto de contrición y levantar el veto a la universidad de Soros. El primer ministro húngaro, fiel a sí mismo, ha cumplido los deberes en parte y con cierta desgana. Ha retirado los carteles contra Juncker y ha enviado misivas de disculpa a algunos compañeros europeos a las que llamó «idiotas útiles». Sobre el fin de la cruzada contra Soros, existen más dudas.