24-F: Un año de invasión
«El espíritu de Kyiv no se ha roto»
La capital ucraniana vuelve a la vida a pesar de saber que es el objetivo más odiado y codiciado por el Kremlin
«La furia es nuestra mejor arma para resistir», explica la escritora y poetisa Maryna Ponomarenko, después de participar en un recital en el centro de Kyiv para conmemorar el primer aniversario de la defensa numantina contra la invasión rusa, la cual llegó a las puertas de la capital ucraniana, donde ahora se vive con cierta normalidad a pesar de estar bajo la constante amenaza de los misiles de largo alcance, y con la sensación de que, en cualquier momento, pueden volver a repetirse los peores momentos de la «Operación Especial» ordenada por el presidente ruso, Vladimir Putin, el 24 de febrero de 2022.
Como muchos, Maryna huyó de la ciudad cuando las tropas del Kremlin se encontraban en los arrabales de Irpin, a escasos 27km de la emblemática Plaza de Maidán. «Me marché a casa de mis padres, que está a unos 50km al sur de la capital, pensando en que quizás nunca podría volver a mi casa», añade. Sin embargo, y contra todo pronóstico, la mal equipada tropa mezcla de civiles y militares del Ejército ucraniano aguantó la brutal embestida del oso ruso.
«Volví poco después, en abril, y desde entonces la ciudad ha ido recuperando su espíritu», aunque confiesa que «a veces los soldados combatiendo en el frente tienen más esperanza en la victoria final que algunas de las personas que viven por aquí. Ellos nos dan fuerza. Son un ejemplo para todos nosotros. En Kyiv nos hemos acostumbrado a la guerra y a los bombardeos, pero eso no es nada en comparación con lo que los civiles y los militares están sufriendo en los frentes de guerra», concluye.
En la carretera de Khreshchatyk, la arteria principal que cruza la capital, ahora también conocida como «la avenida de los 100 Héroes Angelicales», en referencia a las víctimas de la revolución de Euromaidán (2014) –una de las raíces del actual conflicto–, los supermercados, tiendas y restaurantes están abiertos. Los habitantes se pasean y disfrutan de la oferta hostelera que, desde hace unos meses, ha vuelto a abrir sus puertas. Por la noche, antes de que entre en efecto el toque de queda, grupos de jóvenes se concentran y divierten en los locales de ocio nocturno.
«Ahora la guerra parece que está lejos, pero siempre la tenemos presente. Todos contamos con familiares o amigos que están combatiendo o que han muerto», explica Olha, una joven estudiante que ha venido con varias amigas a uno de los bares de la avenida. «Putin quiere acabar con nosotros, quiere que vivamos atemorizados y encerrados, por eso creo que es importante intentar vivir una vida lo más normal posible».
A su lado, Yulyia, teléfono en mano, vestida y maquillada para ir de copas, asegura que «el hecho de que podamos volver a divertirnos en la capital es una señal de que esta guerra la ganaremos. No sé cuándo, y seguro que no será pronto, pero el espíritu de Kyiv no se ha roto. Estuve aquí durante los peores días», cuenta, refiriéndose al principio de la invasión rusa, «cuando creíamos que los tanques enemigos destrozarían la ciudad. Pero nuestros defensores no les dejaron pasar, se sacrificaron por nosotros y para que todos pudiésemos volver a la vida».
Sorpresa para los analistas
La resiliencia ucraniana fue y sigue siendo una sorpresa para muchos, desde los expertos y los analistas del conflicto hasta los miembros de la prensa que llevaban años cubriendo el conflicto que empezó en 2014. Sin embargo, para los residentes más ancianos, muchos de los cuales se negaron a abandonar sus casas cuando todo parecía perdido, esto forma parte del ADN nacional.
«Tengo 71 años y he vivido toda mi vida aquí. Desde los tiempos de la Unión Soviética y la independencia», en 1992, «hasta toda la convulsión política que ha habido desde entonces. Si los rusos quieren echarme tendrán que obligarme. Somos un pueblo muy fuerte. Mira a tu alrededor. Estamos en plena guerra y las calles están llenas de gente. Rusia quiere que desaparezcamos, pero la población de Kyiv sigue resistiendo», explica Aleksandra, mientras acarrea dos bolsas llenas de comida a través de la plaza donde, bajo el sol invernal, reluce la cúpula dorada de la iglesia de San Miguel.
Cada día, el lugar recibe a cientos de curiosos que se acercan a ver los vehículos blindados y tanques rusos expuestos y que fueron destrozados durante las crudas batallas en los alrededores de la capital, así como visitan el panel fotográfico donde se muestran las caras de los muertos durante la revolución de Maidán y el posterior conflicto del Donbás.
Un grupo de soldados ucranianos, vestidos con uniforme de gala, desfilan en honor a los caídos. De repente, suenan las alarmas antiaéreas, pero nadie se mueve. Los civiles no corren hacia los refugios y el tráfico sigue su curso, impasible.
Trasiego en la estación
En la estación de trenes de Kyiv, el trasiego y la cantidad de viajeros son otra prueba de que, poco a poco, la primera ciudad del país está volviendo a la normalidad. Muchas de las personas acarreando bultos y maletas como cangrejos ermitaños han decidido volver a la ciudad que, doce meses atrás, tuvieron que abandonar estremecidos por el sonido de las bombas, asustados, sin saber qué sería de sus vidas.
«Vuelvo para Irpin después de haber estado un año refugiado en Polonia. Allí no estaba a gusto. Nos recibieron con los brazos abiertos, pero esa no es mi casa. Añoro mi cama, mi salón, el jardín del patio trasero. La verdad, no sé cómo estará o si sigue en pie, pero si no volvemos nunca podremos reconstruir nuestro futuro», reconoce Yakov. Pasa de los 60 años y está rodeado de varias maletas y bolsas con ropa y comida. «El hecho de que podamos volver es una buena señal, aunque todavía tengo miedo al pensar que este conflicto no terminará pronto. Las bombas de Putin seguirán cayendo».
Un día antes de la invasión, el presidente del país, Volodimir Zelenski, realizó un vídeo institucional en el que aseguraba que «los ucranianos no tienen miedo de nadie porque estamos en nuestra tierra. Este es un país diferente con un Ejército diferente». Pocos creyeron en sus palabras, pero los hechos las han probado. Sin embargo, los residentes de la capital saben que Hannibal ad porta (¡Aníbal está a las puertas!), como decían los romanos.
Aunque las tropas de Putin ya no amenazan Kyiv con sus tanques, el líder plenipotenciario sigue codiciando y odiando la ciudad donde se ha gestado el fin del presunto poderío e invencibilidad del Ejército ruso. Por ello, los residentes saben que su odio seguirá traduciéndose en ataques con misiles contra objetivos civiles. No en vano, un viejo proverbio ucraniano reza: «Tatu, tatu, lize chort u jatu! Darma, aby ne moskal (¡Padre, padre, el diablo entra en casa! No pasa nada, a menos de que sea un soldado ruso)».
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