Arte

La reina de Inglaterra como icono pop

Una imagen al alcance de todos Gracias a la longevidad y maleabilidad de Isabel II, todos podían ofrecer un punto de vista diferente adaptado a sus propios intereses y visiones del mundo

Portada del single "God save the Queen" de Sex Pistols
Portada del single "God save the Queen" de Sex PistolsefeAgencia EFE

Ningún monarca o dirigente político ha alcanzado el estatus de icono cultural que la reina Isabel II de Inglaterra ha conseguido a lo largo de sus setenta años de reinado. Simplificando el análisis de este fenómeno, podríamos decir que tal penetración en el imaginario colectivo obedece a una simple cuestión de tiempo: tantos años siendo la imagen más familiar para los británicos y el resto de habitantes del planeta hacia fácil que su efigie se colara en el universo de intereses de las diferentes corrientes culturales que se han sucedido desde que fuera coronada el 2 de junio de 1953.

De hecho, su mandato se ha desarrollado en paralelo a la expansión de la cultura pop y, por tanto, a las estrategias de «secularización de lo sagrado» que han vertebrado su consolidación social. Sin embargo, esta explicación se queda algo corta e insuficiente a la hora de comprender la naturaleza icónica de la reina Isabel II.

«Maleabilidad»

Su longevidad –aún siendo un factor determinante– no basta para alumbrar las razones del atractivo que su imagen ha tenido para creadores de la más diversa especie. Y es que uno de los rasgos que más han contribuido a la construcción del mito visual de Isabel II ha sido precisamente la «maleabilidad» de su personalidad. Pese al enorme respeto que la institución monárquica despierta entre los británicos, el modo en que la cultura ha gestionado la imagen de Isabel II no ha sido desde la actitud de lo intocable, de una realidad ya cerrada y definitiva que no ofrece margen alguno a la interpretación y al juego. Porque precisamente este es el elemento que mejor explica el arraigo que la reina británica ha tenido en la cultura contemporánea: el sentido lúdico y dúctil de su perfil público. La causa de su influencia social ha residido precisamente en su transformación en una imagen al alcance de todos, y con la que todos podían «jugar», ofrecer un punto de vista diferente adaptado a sus propios intereses y visión del mundo. Las representaciones que de la reina Isabel II que han ofrecido numerosos artistas contemporáneos han servido tanto para reforzar su perfil institucional como para liderar propuestas contraculturales; una paradoja en sí misma que solo la singularidad de su figura ha podido normalizar y convertir en una de sus significativas señas de identidad.

David Cannadine, presidente de la National Portrait Gallery, definió a Isabel II como «la mujer más retratada en la historia» de la humanidad. A sus más de doscientos retratos oficiales, hay que sumar los miles de millones de sellos, millones de monedas y billetes, y cientos de miles de tarjetas postales que reproducen su retrato. Su perfil es, con total seguridad, el más identificable de todo el mundo. Es como la Coca-Cola: no hay rincón del mundo en donde no se lo conozca. El célebre fotógrafo de moda Cecil Beaton fue la primera personalidad del mundo de la cultura que inmortalizó a Isabel II. Fue en 1942 –cuando todavía era una joven princesa– que Beaton fue invitado a retratarla a palacio. Encargado de inmortalizar su coronación, la mirada de Beaton abarcó tres décadas de la vida de Isabel II, en las que el esplendor de la retratística real fue combinado con un aire de intimidad que, en su justo equilibrio, ofrecieron algunas de las imágenes más icónicas de su reinado.

Esta «esplendorosa intimidad» que distinguió a las fotografías de Beaton fue el registro del que partió Annie Leibovitz para confeccionar una de las colecciones visuales más sugerentes de Isabel II. La misma autora que había fotografiado a Miley Cyrus o los Rolling Stones fue comisionada por la Royal Household para celebrar la visita de la reina británica a Estados Unidos en 2007. Leibovitz produjo cuatro fotografías en las que la solemnidad histórica del retrato real de la soberana se combinaba con las técnicas contemporáneas de representación.

Entre Beaton y Leibovitz, la figura de Isabel II ha sido abordada por algunos de los más importantes artistas contemporáneos. Controvertido fue el tono severo con el que el pintor Lucien Freud la retrató y la llevó al territorio brusco e hiriente de su universo estético. A mitad de la década de los años ochenta del pasado siglo XX, Andy Warhol realizó una serie de serigrafías con su efigie, en las que trataba su figura real como la de cualquier otra estrella de la cultura popular.

Más transgresor, sin embargo, fue el retrato que en 2004, le realizó el artista canadiense Chris Levine. Titulado «Lightness of Being» (la ligereza de ser), Levine representó a Isabel II emanando luz durante un trance de meditación. Para realizar esta pieza, dicho autor empleó una cámara digital de alta resolución, la cual movió alrededor de la reina mientras capturaba doscientas imágenes de ella en unos pocos segundos.

Imagen contracultural

Afirmar que Isabel II constituye uno de los grandes iconos de la contracultura de las últimas décadas puede descolocar a todos aquellos que solo hayan conocido de ella su perfil más institucional. Y si a ello se añade que su imagen ha trascendido como la quintaesencia del movimiento punk, el desconcierto puede ser todavía mayor. La explicación a esto hay que buscarla en la figura de Jamie Reid, artista y anarquista inglés con conexiones con la Internacional Situacionista. En 1977, Reid diseñó la portada del single de los «Sex Pistols» «God Save the Queen», en la que un retrato de la monarca Isabel II aparece sobre la bandera de la Union Jack. Los ojos y la boca de la reina han sido tapados con el título del disco y el nombre de la banda. Una versión alternativa de esta portada –más controvertida todavía– representó a Isabel II con un imperdible atravesándole los labios y dos esvásticas impresas sobre sus ojos.

En esta misma línea disruptiva, Alison Jackson realizó, en 2003, su pieza «Queen on the Loo», en la que, como si de un posado robado de un paparazzi se tratase, Isabel II es mostrada sentada sobre un inodoro, con las bragas bajadas por debajo de las rodillas, mientras lee despreocupadamente una revista. Con este grado de provocación, no debe de resultar extraño que la imagen de Isabel II se haya incorporado a las dinámicas del arte urbano y haya sido objeto de atención por parte de algunos de los más insignes grafiteros contemporáneos. Recuérdese, en este sentido, la recreación que el artista callejero Pegasus llevó a cabo de la reina británica como una sensual «pin-up», calzando zapatos de tacón alto; o el homenaje que el mismísimo Banksy le rindió a través de un mural en el que la describía a la manera del icono del pop Ziggy Stardust. Sin entrar en las influencias que su estilo de vestir ha ejercido en la industria de la moda –cuyos grandes representantes la consideran como uno de sus máximos referentes durante los últimos setenta años–, es fácil colegir, a tenor de lo reseñado hasta ahora, que la reina Isabel II es, por derecho propio, uno de los iconos indiscutibles de la cultura contemporánea. La amplitud de registros que su imagen ha abarcado –desde la pomposidad regia hasta lo más soez del punkismo– han hecho de su universo visual una de las materias estéticas más estratificadas y poliédricas de nuestra época. En su caso, la autoridad y proyección social no han sido logradas únicamente a través del respeto referencial hacia su figura, sino, igualmente, por medio de la transgresión de su imagen y de todo lo que ella representa. Resulta cuanto menos sorprendente que una vida tan disciplinada y recta como la que ha llevado ella –subordinada por entero a los intereses de la institución monárquica– haya sido capaz de generar una galería de imágenes tan diversa y en sintonía con la sensibilidad contemporánea. El interés por su figura se ha plasmado en numerosas películas o series. Si ha existido una reina de la cultura pop, sin duda alguna ha sido ella. La universalidad de su imagen es, a día de hoy, incomparable.