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Ucrania

Los misiles rusos despiertan a Kyiv de su “falsa normalidad” bajo la guerra

La doctora ucraniana Oksana Leontieva murió la mañana del lunes cuando fue sorprendida por la explosión de un cohete camino del hospital donde trabajaba

Servicios médicos y de bomberos tras las explosiones producidas por los misiles rusos en Kyiv
Servicios médicos y de bomberos tras las explosiones producidas por los misiles rusos en KyivRoman HrytsynaAgencia AP

Lunes, 8:30 de la mañana. En Kyiv sonaron las sirenas, pero nadie las hizo caso. Los kievitas lo tomaron con cierta tranquilidad porque desde hace unos meses no hubo bombardeos. Oksana Leontieva, la médica hematóloga del Hospital Okhmadyt, dejó a Hryhoriy, su hijo de 5 años, en la guardería y estaba de camino a su trabajo. Su camino pasaba por la calle Volodymyrska. En ese momento, decenas de misiles lanzados por Rusia volaban hacia la capital. En unos minutos se escucharon las primeras explosiones, unos cohetes cayeron en el centro de la ciudad.

Antes de este lunes Kyiv estaba viviendo en un mundo que parecía «la nueva normalidad» en los tiempos de la guerra. Los restaurantes abiertos, así como los teatros y la ópera los fines de semana. El único inconveniente era el toque de queda y la ausencia de la vida nocturna. La condición principal de esa normalidad fueron las donaciones al Ejército ucraniano. A cualquier reproche que de vez en cuando aparecía en las redes o se escuchaba por parte de la gente de las ciudades cercanas al frente, el argumento era el apoyo a la economía para que el país resista.

Sin embargo, no todos los ucranianos creen que esa normalidad exista y que en cualquier parte del país es posible vivir fuera del contexto de la guerra. «Os mienten cuando dicen que están acostumbrados a la guerra. Os mienten cuando dicen que la vida sigue. Es imposible estar acostumbrado, es imposible hacer la paz con todo lo que está pasando», comenta Olena Neskorodina, una relaciones públicas de 30 años. Según Olena, es imposible vivir en los períodos cortos entre las sirenas y no hacer planes mientras los rusos tienen los suyos. Tampoco es posible, según ella, dormir bien en el suelo del baño o poner a los hijos a dormir y rezar para volverles a ver mañana por la mañana.

«Decir ‘estás aquí, te veo, me cambiaste la vida’ es legalizar su presencia [de la guerra]. Y nadie lo quiere, nos agarramos a este ‘ya estamos acostumbrados’ como si fuera un hilo delgado que nos conecta con nuestra vida de preguerra», explica Olena.

Kyiv salió de su «simulacro» de la nueva normalidad de la guerra el lunes. El viernes los compañeros de trabajo se despidieron de Oksana Leontieva. El día del ataque todos los doctores estaban cuidando a sus pacientes durante las cinco horas de la sirena en el sótano del hospital. El padre de Oksana comenta que tuvo un presentimiento raro e intentó llamar a su hija que ya estaba fuera de cobertura. Después de la llegada, de su coche no se quedó casi nada. Todavía los compañeros no retiran sus cosas de su puesto de trabajo, y los dibujos dejados por pacientes agradecidos siguen en la pared.

Su hijo Hryhoriy ese día se convirtió en huérfano. Había perdido a su padre hace un año. Ahora la familia no sabe cómo decirle que su madre nunca volverá. Por eso, le comentan que Oksana todavía sigue en el hospital. Al pequeño no le sorprende su ausencia porque su madre siempre mostraba dedicación a su trabajo. Los compañeros de Oksana dicen que cuando empezó la guerra la doctora no abandonó la ciudad y seguía tratando a los pacientes con cáncer de sangre. El jefe del departamento en el que trabajó Oksana escribió que permanecerá siempre en nuestro corazón que «este lunes nos arrancó el cohete ruso».

El ataque segó la vida de 19 personas en todo el país, seis de ellos en la capital. Entre ellos, un coronel de policía de 41 años, Yuriy Zaskoka, jefe del departamento de policía cibernética. Como Oksana, estaba de camino al trabajo conduciendo por el bulevar de Shevchenko, cuando se encontró en el epicentro de las explosiones.

Una de las cicatrices que se quedaron tras el ataque fue el gran cráter a la entrada del parque infantil con un pequeño ramo de flores al lado. Aquí viene gente para hacer las fotos y contar lo que han pasado en los últimos días. Una mujer comparte con su amiga que suele ir con su hijo a este parque a jugar a las nueve, y dice que si el ataque hubiera ocurrido un poco más tarde, habría muchas más víctimas. Askold, de 9 años, explicó a la televisión alemana que no pensaba que su parque explotara. Pero dice que no tiene miedo porque «es ucraniano» y había visto las peores cosas en Bucha con sus casas e iglesias destruidas.

Los analistas todavía están buscando las respuestas sobre el significado de este último ataque. Algunos expertos hablan sobre una nueva etapa y relacionan los ataques con el nombramiento de Sergei Surovkin, apodado el «General Armagedon». Otros expertos comentan que los cohetes de Putin se están acabando, y este ataque fue el último intento de pagar la frustración de las derrotas en el frente a coste de los civiles.

En cualquier caso, el último ataque reanudó otra vez la discusión sobre la posibilidad de cerrar el cielo y obtener más defensa antiaérea para Ucrania. El ministro de Exteriores,Dmytro Kuleba, expresó su indignación por las acciones de Rusia que llevaron a la tragedia y afirmó que precisamente esos casos deberían afectar la posición de los países que están retrasando la ayuda a Ucrania.

Mientras siguen las discusiones y las negociaciones diplomáticas, los kievitas se están recuperando poco a poco, y se preparan para un invierno largo y duro. Compran las botellas de agua, los chubasqueros y guantes que deberían aumentar las oportunidades de supervivencia en caso de un ataque nuclear, buscan los sacos de dormir y las linternas para sobrevivir los próximos cortes de luz y la ausencia de calefacción en las condiciones del invierno a menos veinte grados. Otra vez los habitantes de la capital intentan crear su nueva normalidad.