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De la Calle, negociador con las FARC: «Sería una catástrofe si otro Gobierno rompe el pacto»

Las encuestas sitúan a este político colombiano como el mejor valorado para las elecciones presidenciales de 2018

Humberto de la Calle
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Vicepresidente en la época de Ernesto Samper, dos veces ministro, embajador en España, Reino Unido y ante la OEA, Humberto de la Calle ha sido durante los últimos años el jefe negociador del Gobierno colombiano en los diálogos de paz con las FARC.

Vicepresidente en la época de Ernesto Samper, dos veces ministro, embajador en España, Reino Unido y ante la OEA, Humberto de la Calle ha sido durante los últimos años el jefe negociador del Gobierno colombiano en los diálogos de paz con las FARC. La última encuesta electoral adelanta que De la Calle, del Partido Liberal, sería el candidato con mayor aceptación en las elecciones presidenciales de 2018. En esta entrevista con LA RAZÓN, asegura que existe en Colombia el riesgo de un populismo autoritario

-¿Cree que las elecciones presidenciales de 2018 serán un segundo plebiscito sobre los acuerdos de paz?

-Es lo que ha propuesto el líder del Centro Democrático, el senador y ex presidente Álvaro Uribe. Un senador importante de ese partido dijo que si triunfan en las elecciones darían marcha atrás en los acuerdos. Luego, el doctor Uribe matizó diciendo que no daría marcha atrás pero sí corregirían algunos puntos, pero esos puntos que quieren revisar son la esencia del acuerdo y se refieren a la cárcel ordinaria a los miembros de las FARC e impedir su participación en política. Eso sería un retroceso y una catástrofe histórica para Colombia. También hay un tema de ética. Tenemos un acuerdo del Estado colombiano, firmado por el Ejecutivo y avalado por el Congreso siguiendo los lineamientos de la Corte Constitucional. Desarmar una guerrilla con un acuerdo para luego incumplirlo es un acto de perfidia con unas implicaciones éticas para el Estado de Colombia muy gravosas.

-¿Se va a presentar a las elecciones en 2018?

-Me preocupa que se haya adelantado la discusión presidencial, porque hoy la prioridad son la implementación de los acuerdos y no la política pequeña. Habrá que examinar primero la coalición de la que hemos hablado. En segundo lugar, habrá que ver si uno es útil. No es una decisión narcisista ni personal. Cada día trae su afán y eso lo tendremos que resolver más adelante.

-Usted propone una coalición para hacer frente al uribismo que incluya partidos políticos y fuerzas sociales.

-Una coalición de esa naturaleza es la mejor respuesta para esa eventualidad. Creo que es posible y que sería exitosa. Si el 2 de octubre obtuvimos el 49% del apoyo a los acuerdos sobre la base de una ilusión, me parece que en 2018, con las FARC desarmadas y cumpliendo los acuerdos, el terreno va a ser mucho más propicio.

-¿Qué piensa cuando se dice que en Colombia se han abierto las puertas al “castrochavismo” con la firma del acuerdo de paz?

-Las primeras veces que escuché eso me parecía un chiste. Nada hay más alejado de la realidad. Pero no pocos colombianos lo creyeron. Ha habido mucha propaganda negra sobre lo que hicimos en La Habana. Pero resulta lo contrario. Incorporar a un ejército como las FARC al sistema político consolida la democracia. El mayor riesgo de la democracia colombiana no proviene del ejercicio político de las FARC sin armas. Hay mayores riesgos en ciertas formas de populismo. Hay un populismo autocrático que lo que quiere es mantener el statu quo y utilizar el autoritarismo como instrumento para despertar emociones. Ese populismo se basa también en el odio y en la venganza contra las FARC, y en un punitivismo que es inútil.

-¿Hay riesgo de populismo de izquierdas en Colombia?

-Claro, también. Un populismo de ofertas demagógicas y ofertas inmoderadas implica también un riesgo. Colombia tiene que hacer una política seria y sostenible que reconozca la inequidad profunda de la sociedad colombiana. Estamos al lado de Haití en materia de inequidad.

-Si algún día es presidente, ¿cuáles serían sus primeras medidas?

-Primero, implementar la reforma rural integral, que implica el acceso de las familias a las tierras, que hoy son una Colombia invisible, y hacerlo como se pactó, con respeto al libre mercado y a la propiedad. Segundo, la limpieza de la política, porque la corrupción es un tema dramático en Colombia. Hay que hacerlo no solo con normas sino con una cultura política que repudie el clientelismo y eso implica cambiar el esquema político. Y tercero, hay que actuar rápidamente en el terreno de la reconciliación. No es sólo un problema militar, no es una paz chiquita sino una paz transformadora.

-Las FARC ya son historia, pero quedan las bandas criminales (Bacrim), los paramilitares y más narcos. ¿Colombia es un país aferrado a la violencia?

-Yo no comparto la tesis de que haya una cultura de la violencia en Colombia. Tenemos 1.100 municipios en el país y los puntos de conflicto apenas sobrepasan los 100. La violencia se concentra en unas zonas y no siempre se debe a la pobreza, sino al contrario, se debe a la nueva riqueza. Hay mucho alrededor del narcotráfico y la minería ilegal. Eso es lo que sirve realmente de motor a la violencia en Colombia. Es una circunstancia que no desaparecerá con el acuerdo con las FARC. Pero sí hemos logrado que dejen las armas los miembros del grupo militarmente más poderoso. También hay preocupación con la violencia ciudadana. Ha habido avances notables pero falta un trecho por recorrer. Recordemos que hace 15 años la cifra de homicidios por cada 100.000 habitantes era superior a 90. Y ahora estamos en 24.

-¿Cuántas generaciones tiene que pasar para que se cierren las cicatrices de la violencia?

-Tenemos que borrar de la mente de algunos colombianos la idea de que alguna violencia es justificable. No hay violencia buena. Y mientras no logremos borrar de la mente de los colombianos eso, habrá aún un trecho para recorrer. Algún experto ha dicho que en términos militares se necesita una generación para doblar definitivamente la página. Pese a la derrota en el plebiscito, un 49% de personas estuvieron de acuerdo con el proceso y aceptaron incluso de las medidas más audaces, lo que genera optimismo ante la idea de que los colombianos seamos capaces de superar la situación conflictiva que tenemos en una generación.

-La presencia de criminales de las FARC sentados en el Congreso, ¿puede exacerbar más a los opositores de los acuerdos?

-Aumentarán las críticas, pero también vamos a generar un clima nuevo. Cuando las FARC dejen las armas, los colombianos tendremos que aprender a convivir con su presencia en los medios de comunicación y en el Congreso. Ahora causa irritación, pero eso va a ser el panorama ordinario de la vida colombiana.

-¿Cree que muchos se tomarán la justicia por su mano y habrá atentados contra los cabecillas de las FARC, como sucedió en los ochenta con la Unión Patriótica?

-Conservo la idea de un optimismo moderado. Nada de esto es fácil pero lo lograremos. Ahora estamos viendo un número importante de asesinatos de defensores de derechos humanos y de reclamantes de tierras. Necesitamos un pacto de no violencia, y no sólo en Bogotá, que incluya a fuerzas opositoras al proceso de paz lanzando el mensaje en contra de la violencia. Creo que eso sería eficaz para desmontar la máquina de asesinatos, cuya responsabilidad proviene de fuerzas bastante oscuras, muchas de ellas ligadas al narcotráfico y a personas que se oponen a la reclamación de tierras.

-¿Esta oleada de asesinatos está ligada a la firma de los acuerdos de paz?

-Este fenómeno viene de antes, pero es posible que haya un deseo de intensificar cifras de violencia que habían bajado considerablemente, en especial en lo relacionado con el tema de la tenencia de la tierra. Hemos hecho un acuerdo muy razonable con respeto a la propiedad privada, y que implica que personas que fueron despojadas de sus tierras puedan regresar a ellas. Pero hay fuerzas muy oscuras que se oponen.

-Colombia ha vuelto a ser el mayor productor de hoja de coca del mundo. ¿Es consecuencia de la política del Gobierno de Santos?

-Es una evidencia el aumento importante de hectáreas cultivadas con coca. Las causas son muy complejas, pero algunos han dicho que es resultado de los diálogos de La Habana. Lo que yo creo es que muchos campesinos alentados por el programa de sustitución gubernamental pueden haber regresado a la coca pensando en su favor. También hay otras razones, algunas macroeconómicas. El dólar, que costaba 1.800 pesos, ahora vale 3.000 y en un producto de exportación supone un incentivo muy grande porque la rentabilidad es muy difícil de alcanzar en otros productos del campo.

-¿Qué planes tiene el Gobierno para acabar con las plantaciones de coca?

-Hay una meta para este año de acabar con 100.000 hectáreas, de las cuales 38.000 serán de sustitución de cultivos y corresponden a pactos firmados ya con las comunidades con presencia de las FARC, que ha roto sus vínculos con el narcotráfico y se ha comprometido a colaborar con el Estado. Y otras 50.000 hectáreas de erradicación, para lo cual se van a emplear fuerzas militares y erradicadores civiles. El proceso de erradicación tiene que ser más eficaz. En el pasado este proceso bajaba el número de hectáreas pero las trasladaba a otros lugares de Colombia.

-¿Cree que la guerrilla del ELN firmará un acuerdo de paz?

-Espero que sí, pero no va a ser fácil. El ELN es una organización mucho más compleja que las FARC, que son un ejército. El ELN es muy federal, con muchas instancias de decisión y una forma de relacionarse con la población diferente, menos hermética. Es menos un ejército y más una organización armada que hace política.

-¿Cree que la presidencia de Donald Trump va a ser positiva para Colombia?

-Es una incógnita. Hasta ahora no hay una reacción oficial de la nueva Administración sobre Colombia. Tenemos un programa sostenible y creíble de sustitución de cultivos ilícitos. Si somos capaces de demostrar capacidad y eficacia en las metas de las 100.000 hectáreas, yo pensaría que superado ese problema no tendría sentido para la nueva administración norteamericana oponerse al proceso de paz por razones simplemente ideológicas.