Política

Colombia

La hora de la verdad para el Ejército

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La revuelta venezolana, antidespótica, antigansteril, contra el abismo de ruina que representa el chavismo, se acerca a lo que puede muy bien, o muy mal, ser su clímax: el sábado en Cúcuta, en la frontera con Colombia, intentando pasar toneladas de ayuda humanitaria que el régimen veta por considerarlo, con razón, una amenaza para su supervivencia.

Guaidó y su equipo lo han apostado todo a esa carta, con gran osadía, pero también porque no tenían otra opción. Renunciar a ella hubiera sido darle la victoria a Maduro. El sólido cimiento sobre el que se asiente la estrategia de éste es que él y su banda tienen mayor capacidad de resistencia que quienes, con el agua al cuello y en su último aliento, quieren expulsarlos del poder. Lo poco que hay lo controlan Maduro y sus compinches, que monopolizan el poder último, el que sale de los cañones de los fusiles y de las porras de los matones. A pesar del enorme aislamiento internacional y de las dañinas sanciones americanas, están dispuestos a aguantar, porque en ello les va su seguridad física, su futuro y las pingües riquezas que han ido acumulando con la descomunal corrupción en la que se han revolcado. Su amor por el pueblo es equivalente al de los Kim por sus conciudadanos, más bien, a lo sumo, súbditos, norcoreanos. Si ya han huido tres millones, otros tantos prevé para los próximos años ACNUR. El desplome de la protesta aceleraría el éxodo.

Cómo puedan los opositores estar a la altura del desafío al que se han comprometido, es difícil de imaginar. Condición de éxito es que el volumen de la concentración sea de miles, más bien de algunas decenas, llegados de todo el país por carretera, cuando hasta la gasolina escasea y el aprovisionamiento está en manos del Gobierno, que ya ha anunciado que cierra los accesos. Cómo llevar toneladas de material a través de un puente bloqueado por grandes contenedores es un misterio. Si lo consiguieran, los gubernamentales podrían robárselo todo, lucrarse en el mercado negro y distribuirlo para apuntalar el régimen. Las esperanzas de Guaidó residen en que los soldados y los mandos de bajo nivel, que se suponen que están sometidos a las mismas penurias que el conjunto de la población, desobedezcan las órdenes y permitan el paso y con ello empiece a cuartearse el edificio militar.

Nadie duda de que ahí está la clave. Los dos mil y pico generales, más que las FFAA americanas, son pieza esencial del régimen. Ascendidos por estricta fidelidad bolivariana y beneficiarios privilegiados de las saqueadas y dilapidadas riquezas petroleras, del mercado negro y del multimillonario tráfico de estupefacientes, están comprometidos hasta el tuétano. La cuestión es hasta dónde desciende el reparto. A la tropa, desde luego, casi nada.

Desde el primer momento Guaidó se apresuró a conceder amnistía a los militares a cambio de abandonos del usurpador y apoyos al presidente interino. Es una munificencia dolorosa y cara, pero mucho menos que el aplastamiento de la protesta popular. En un discurso a los exiliados venezolanos en Miami, Trump volvió a recordar a los uniformados la oferta de amnistia de Guaidó, al tiempo que les advertía de que, de lo contrario, «podían perderlo todo». Algunos analistas piensan que el momento decisivo se produciría cuando los soldados desobedecieran una orden de disparar contra los manifestantes. Decisivo, desde luego, sería que disparasen. Los maduristas se están tomando muy en serio la posibilidad de alguna intervención norteamericana y están actuando con una contención totalmente inusual. Para que el poder no sienta la desesperada necesidad de echar mano de ese recurso, se necesitan dos cosas. Primero, explícita o velada, una amenaza creíble de intervención. Solo las amenazas creíbles disuaden. Decir que «todas las opciones están sobre la mesa» no basta. La otra condición es dar una salida a los maduristas, no solo a los militares que colaboren. Algo tan difícil de lograr como lo primero. Probablemente ni Cuba los querría. La caída de Venezuela socava el castrismo hasta sus cimientos.