Relaciones EE UU/Rusia

Los riesgos de jugar con fuego

Trump dejó extinguir ayer el Tratado de prohibición de armas nucleares de alcance intermedio basadas en tierra (INF) firmado hace más de 30 años por el presidente Ronald Reagan y su homólogo soviético, Mijail Gorbachov.

Mijail Gorbachov y Ronald Reagan firman el tratado INF, 8 diciembre 1987 / Reuters
Mijail Gorbachov y Ronald Reagan firman el tratado INF, 8 diciembre 1987 / Reuterslarazon

Trump dejó extinguir ayer el Tratado de prohibición de armas nucleares de alcance intermedio basadas en tierra (INF) firmado hace más de 30 años por el presidente Ronald Reagan y su homólogo soviético, Mijail Gorbachov.

En el funeral por la confianza mutua que yace en el fondo de los dos mecanismos que han evitado un enfrentamiento nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante los largos años de la Guerra Fría están doblando hoy las campanas. Estos dos mecanismos eran –y son– la disuasión y los tratados de limitación de armas nucleares. Ayer la Administración Trump dejó extinguir el Tratado de prohibición de armas nucleares de alcance intermedio basadas en tierra (INF) firmado hace más de 30 años por el presidente Ronald Reagan y su homólogo soviético, Mijail Gorbachov, y que ha contribuido significativamente a mantener la paz en Europa.

La disuasión nuclear podría resumirse en el convencimiento de que una guerra entre potencias nucleares no tendrá ganadores. Todos perderíamos.

Un conflicto nuclear entre Estados Unidos y Rusia afectaría a la humanidad en su conjunto, y muy especialmente a Europa, que es lo que el ya difunto tratado INF trataba de evitar al prohibir el desarrollo y despliegue de misiles balísticos y de crucero con alcance entre 500 y 5.500 kilómetros. Los basados en tierra como aquellos SS-20 y Pershing 2 que en la década de los años 80 del siglo pasado provocaron tantas protestas de ciudadanos europeos que veían acercarse la posibilidad de un intercambio nuclear en su territorio con tan mínimos tiempos de alerta que los hacía imparables.

Aquella alarma se desvaneció con el tratado que tanto Donald Trump como Vladimir Putin dan por concluido, pero probablemente resucitaría con fuerza si la actual Administración norteamericana confirma el desarrollo de armas INF –lo que técnicamente es factible a corto plazo– e insiste en desplegarlas en territorio OTAN europeo.

El actual Gobierno estadounidense –como en su día el de Obama– ha denunciado con frecuencia las violaciones rusas al INF.

Donald Trump adicionalmente ha insinuado la conveniencia de que Estados Unidos desarrolle este tipo de armas para contener a China, que indudablemente las tiene y despliega al no estar sujeto a limitación legal alguna para ello. Pero si tras el tratado INF cae el nuevo START, que concluye en 2021, el daño a la disuasión nuclear puede ser muy grave, acaso irreversible. Este último tratado ha venido limitando notablemente el número de misiles intercontinentales rusos y norteamericanos, evitando así una carrera desatada de armamento –terrorífica– entre ambas naciones.

El nuevo START no se basaba en una confianza ciega, sino que tiene mecanismos de verificación muy elaborados que permiten una casi certeza de que los límites impuestos en la construcción y despliegue de misiles y cabezas nucleares se cumplen. Este tratado podría fácilmente extenderse cinco años más, pero el presidente Trump lo ha definido también como un mal acuerdo, mientras que Putin no hace más que presumir –exageradamente– de que sus nuevas armas lo convierten en un pacto obsoleto: que con él, puede infligir un daño enorme imparable a su eterno enemigo norteamericano y de paso a nosotros, sus aliados de la Alianza Atlántica, en Europa. Así que quizás doblen también pronto las campanas por el nuevo START con más fuerza incluso que por el INF.

Hay que reseñar que la reacción rusa a un hipotético despliegue de misiles norteamericanos en suelo europeo –que podrían alcanzar la ciudad de Moscú en apenas unos 15 minutos– sería devastadora para la confianza mutua entre los poseedores de este armamento y sobre todo para los europeos, pudiendo llegar a poner en peligro los fundamentos que han mantenido la solidez de la Alianza Atlántica durante tantos años.