
Aliados
Moscú y Pekín ajustan su sintonía en un mundo de bloques inciertos
El viaje del primer ministro ruso a China remarca la mutua cooperación en tecnología, energía y finanzas

Sin alfombra roja ni grandes gestos, Mijaíl Mishustin aterrizó este lunes en China con una misión clara: reforzar el único equilibrio exterior que le queda a Rusia mientras la guerra en Ucrania y las sanciones mantienen al Kremlin contra las cuerdas. Su paso por Hangzhou, capital tecnológica del este del país, no fue casual. Forma parte del guión cuidadosamente trazado por Moscú y Pekín para proyectar una sintonía política y económica que crece lejos de los focos.
Un posterior encuentro con Xi Jinping en Pekín, bajo el discreto marco de la “30ª reunión ordinaria” entre los jefes de Gobierno, servirá para afianzar esa cooperación metódica que ambas potencias presentan como rutina, pero que en realidad se ha convertido en el núcleo de su estrategia común frente a Occidente. Una alianza que la diplomacia europea observa con inquietud y que consolida el eje euroasiático que redefine el poder global.
Durante su intervención junto a su homólogo Li Qiang, Mishustin recalcó que los vínculos “se encuentran en su nivel más alto de varios siglos”, cristalizando una narrativa compartida que las potencias cultivan desde que comenzó la guerra de Ucrania, la de dos aliados asediados que resisten al unísono el “cerco de Occidente”.
En la víspera, el viceprimer ministro chino, He Lifeng, y su contraparte rusa, Dmitry Chernyshenko, presidieron la vigésima novena sesión del comité encargado de las cumbres regulares. En Ningbo, puerto estratégico de acceso al Pacífico, repasaron punto por punto la red de acuerdos que vertebra su cooperación: energía, tecnología, infraestructuras críticas y finanzas. Por su parte, He destacó que “han intensificado sus intercambios, sus inversiones y sus grandes proyectos de manera sostenida”. Su tono reflejó que la arquitectura bilateral no se basa ya en afinidad ideológica, sino en intereses convergentes.
China, principal comprador del crudo ruso, garantiza a Moscú un flujo constante de divisas; Rusia, castigada por las sanciones europeas, se convierte en proveedor estable de materias primas y experiencia militar.En respuesta, Chernyshenko complementó el mensaje con una definición clara: “La cooperación bilateral atraviesa su mejor momento histórico, y genera resultados concretos”. En la práctica, implica que los oleoductos, los gasoductos y los corredores logísticos que unen a ambas potencias están blindados frente a las sanciones. Y que el eje energético entre Siberia y el este de China reemplaza al que durante décadas conectó Rusia con Europa.
Xi y Putin, un matrimonio de necesidad
Desde que Vladimir Putin invadiera Ucrania en febrero de 2022, lejos de producirse la fractura que esperaba Washington, se ha consolidado una alianza sin precedentes. Xi Jinping no ha condenado ni una sola vez la ofensiva rusa. Ha mantenido una posición de “neutralidad activa” que le permite presentarse como mediador global sin renunciar a sostener al Kremlin en los hechos: componentes electrónicos, fibra óptica, baterías, maquinaria industrial y materiales de doble uso fluyen desde fábricas chinas hacia la industria de defensa rusa.
Fuentes occidentales aseguran que Pekín ha ido más allá, facilitando apoyo satelital y asesoramiento técnico. Paralelamente, los bancos chinos gestionan parte de la financiación de Moscú en yuanes y dirigen los pagos a través de plataformas fuera del alcance del sistema financiero occidental. Las importaciones y exportaciones combinadas de China con Rusia alcanzaron alrededor de 240.000 millones de euros en 2024, lo que supone un aumento de cerca del 2% respecto a los 235.300 millones de euros registrados en 2023, según cifras oficiales de las aduanas chinas.
El flujo financiero y logístico se sostiene por una motivación esencial, la supervivencia. Rusia necesita a China para esquivar las sanciones; China necesita a sus “amigos” para consolidar su seguridad energética y construir un contrapeso frente a Estados Unidos. Ninguna otra gran potencia ha reconocido con esa claridad que su estabilidad interna depende de la fortaleza del otro.
Acusaciones nucleares y escalada verbal
El viaje de Mishustin coincidió con un nuevo episodio de fricción global. Donald Trump acusó a Rusia y China de realizar pruebas nucleares secretas, insinuando que ambos gobiernos estarían violando el Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares (CTBT). “Si ellos prueban armas, nosotros también lo haremos”, dijo en una entrevista televisada, provocando una ola de desmentidos y preocupación diplomática.
La portavoz del Ministerio de Exteriores chino, Mao Ning, rechazó las acusaciones de inmediato. “China ha seguido el camino del desarrollo pacífico, mantiene una política defensiva y cumple su compromiso de suspender los ensayos nucleares”, afirmó desde Pekín. En Moscú, la reacción fue menos pública, pero el mensaje se alineó con la postura china, desacreditando las insinuaciones y apuntando que Washington busca reintroducir la lógica de la disuasión nuclear para recuperar ventaja estratégica.
El secretario de Energía estadounidense, Chris Wright, matizó que los actuales ensayos en suelo estadounidense son “no críticos”, es decir, pruebas de componentes sin detonaciones nucleares. Pero la controversia reactivó el debate sobre la nueva carrera armamentista, especialmente después de que Rusia anunciase la prueba del misil de crucero nuclear Burevestnik y del dron submarino Poseidón, ambos impulsados por energía atómica.
Ni China ni Rusia ejecutan pruebas nucleares desde 1996 y 1990 respectivamente. Sin embargo, el cruce de acusaciones refleja un síntoma mayor, la erosión del sistema de control de armamentos que reguló la estabilidad estratégica durante la posguerra fría.
El efecto Ucrania y la jugada de Nixon que no volverá
La política internacional contemporánea se mueve en torno a un eje de tensiones que redefine alianzas y equilibrios de poder. En ese tablero, Estados Unidos y las grandes capitales europeas comparten una ambición común: separar a China de Rusia. Tanto Donald Trump como los gobiernos de Europa consideran que un distanciamiento entre Pekín y Moscú podría debilitar a Putin, obligándolo a poner fin a la guerra en Ucrania si perdiera el respaldo estratégico de su socio asiático. Sin embargo, esa estrategia, inspirada en la jugada de Nixon que en los años setenta acercó a Washington con Mao para aislar a la URSS, se ha convertido en un espejismo.
Desde el inicio de la invasión rusa a Ucrania, en febrero de 2022, lejos de alejarse, los “mejores amigos” han estrechado una relación calificada por ellos mismos como una “sin límites”. Pekín, que ha mantenido un discurso de aparente neutralidad, en la práctica ha suministrado asistencia de todo tipo al Kremlin: componentes tecnológicos, baterías de litio, fibra óptica y materiales duales utilizados por la industria militar rusa. Según fuentes diplomáticas occidentales, incluso ha facilitado municiones y apoyo satelital que permite a Moscú mejorar la precisión de sus ataques. Además, China ha proyectado fabricar un millón de drones para 2026, uno de los programas más grandes del mundo, cuyos fines bélicos podrían beneficiar a Rusia.
Esa cooperación no se limita al ámbito militar. Pekín ha sostenido económicamente a Moscú comprando petróleo y productos energéticos a precios preferenciales, manteniendo así un flujo comercial que ha amortiguado el impacto de las sanciones occidentales. El vínculo también se apoya en la conveniencia política ya que China ve en la guerra de Ucrania una distracción que debilita a Washington y a su red de aliados, al tiempo que le permite observar cómo responde Occidente ante una guerra convencional, información clave para sus propios cálculos sobre Taiwán.
Trump ha intentado utilizar la presión económica y sanciones orientadas a dificultar las relaciones de China con el petróleo ruso para forzar esa ruptura, prometiendo abordar el tema con Xi en su próxima reunión. Pero ni las amenazas ni las sanciones han alterado la sintonía estratégica entre ambos regímenes. Por el contrario, la guerra ha reforzado su convergencia ideológica y su proyecto de un “nuevo orden mundial” no occidental.
La gran Eurasia toma forma
En agosto, durante la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái en Tianjin, Putin y Xi volvieron a mostrarse unidos frente a los líderes del “Sur Global”. Un mes después, en el colosal desfile militar celebrado en la plaza Tiananmén, ambos exhibieron, junto a Kim Jong-un, la imagen de una Eurasia cohesionada que desafía la hegemonía occidental. Según el analista Jean-Sylvestre Mongrenier, esa alianza sino-rusa constituye ya una “gran Eurasia” con ambiciones geopolíticas propias.
Mientras Bruselas duda y Washington oscila entre aislamiento y confrontación, Pekín aprovecha esta asociación como plataforma de influencia. La cooperación militar-industrial ha crecido de forma exponencial: se desarrollan maniobras conjuntas, proyectos de formación de tropas aerotransportadas y transferencia de tecnología rusa hacia China. Informes del Royal United Services Institute (RUSI) británico revelan que el Kremlin está ayudando a China a mejorar su capacidad de realizar operaciones anfibias y a prepararse para una eventual ofensiva contra Taiwán, compartiendo doctrina táctica y experiencia de combate obtenida en Ucrania.
El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, advirtió recientemente que, si Pekín optara por atacar la isla, podría forzar a Rusia a abrir un frente paralelo contra la Alianza Atlántica, con el fin de dividir los esfuerzos occidentales. Esa interdependencia mutua define la naturaleza real de la relación: aunque Rusia depende económicamente de China, el régimen de Xi se beneficia del músculo militar y la experiencia bélica rusa, consolidando un bloque que desafía directamente al sistema liberal global.
Un bloque de hierro frente al orden liberal
Algunos observadores interpretan el recorte temporal de importaciones de petróleo ruso por parte de tres compañías chinas, tras sanciones estadounidenses, como un gesto de distanciamiento. Sin embargo, la realidad es menos optimista, los oleoductos que abastecen a China no se ven afectados por las medidas, y Moscú posee rutas alternativas a través de Turquía y los Emiratos Árabes Unidos. Las sanciones se diluyen frente a una red cada vez más sofisticada de cooperación energética y financiera.
El sueño occidental de fracturar esta férrea alianza parece, por ahora, inalcanzable. Ambos regímenes, unidos por su rechazo al orden liberal y su visión autoritaria del poder, aprovechan las fisuras del bloque europeo y la imprevisibilidad de Trump para rediseñar el equilibrio global. La guerra en Ucrania, más que aislar a Rusia, ha servido para unirse más estrechamente a China y fortalecer un eje geopolítico decidido a desafiar el liderazgo estadounidense.
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