Japón

La nueva primera ministra nipona y el dohyō intocable: ¿Pisará Takaichi el anillo sagrado del sumo?

Como jefa de Gobierno, le corresponde entregar la Copa del Emperador al yokozuna victorioso, un acto que exige ascender al anillo sagrado reservado solo para los hombres

Sanae Takaichi, la futura primera ministra japonesa
Japan PoliticsASSOCIATED PRESSAgencia AP

Sanae Takaichi se alzará no solo como la primera mujer al frente del Gobierno nipón, sino como catalizadora de un pulso histórico. A sus 64 años, esta conservadora discípula de Margaret Thatcher y exbaterista de heavy metal, se topará con el dohyō: el anillo sagrado del sumo, foco de un ritual milenario que encarna la esencia sintoísta de Japón. Como jefa de Estado, le corresponde entregar la Copa del Emperador al yokozuna victorioso, un acto que exige ascender al dohyō. Pero las normas inquebrantables de la Asociación Japonesa de Sumo (JSA) lo prohíben: las mujeres, consideradas impuras por su supuesta “contaminación” menstrual, no pueden pisar este espacio consagrado, so pena de profanar su divinidad.

El sumo trasciende el mero deporte; es un kami-no-michi, un camino de los dioses. Construido con arcilla compacta y delimitado por tawara –fardos de paja de arroz trenzados–, el dohyō se eleva 60 centímetros sobre el suelo, simbolizando un altar temporal donde los rikishi invocan a las deidades. Antes de cada basho (torneo), los luchadores esparcen shio (sal) en ritos de purificación, ahuyentando espíritus malignos y preservando la asepsia espiritual. Esta tradición, arraigada en el siglo VIII, se remonta a los festivales agrícolas donde el sumo era ofrenda a los kami para asegurar cosechas prósperas. La exclusión femenina, justificada por el onna no kinsei (veto a las mujeres), no es capricho: responde a un código sintoísta que asocia la sangre menstrual con la impureza, un tabú que ha resistido siglos de modernización.

Críticos, tanto en Tokio como en foros internacionales, lo tildan de anacronismo patriarcal, un vestigio que choca con la Agenda 2030 de igualdad de género. Incidentes pasados lo ilustran: en 2000, la gobernadora de Osaka, Fusae Ota, fue vetada del dohyō pese a su cargo; en 2018, un alcalde salvó a una mujer desmayada en el ring, desatando un escándalo que obligó a disculpas públicas. La JSA, guardiana celosa de estas normas, argumenta que alterarlas diluiría la esencia del sumo, declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2013.

Mientras el sumo profesional permanece hermético, el amateur bulle de cambio. Más de 600 rikishi femeninas compiten en circuitos universitarios y regionales, entrenando en dohyō mixtos como el de la Universidad de Keio. Adaptan el mawashi sobre prendas ajustadas por pudor, pero su técnica –tachiai explosivos, yorikiri implacables– rivaliza con la masculina. Sin embargo, el estigma persiste: muchas abandonan por el acoso social, en una sociedad que idealiza la delgadez y estigmatiza los cuerpos robustos necesarios para el oshi-zumo o el yotsu-zumo.

Takaichi, alineada con el ala dura del PLD, podría delegar la entrega en un varón, perpetuando el statu quo, o forzar un hito, pisando el dohyō y desafiando 1.500 años de inercia. ¿Optará por la reverencia o la ruptura? Su elección medirá el pulso de la na ion asiática entre su legado ancestral y las corrientes globales de equidad. En un país donde el 118º puesto en el Informe de Brecha de Género 2025 clama por acción, Takaichi podría ser la yokozuna de una revolución sutil.