Esther S. Sieteiglesias

Sastre: «Me preocupaba coger manía a los musulmanes, pero me di cuenta de que mis captores eran unos integristas»

El periodista desvela que durante el secuestro pudo leer dos libros religiosos y un tercero de invocaciones

Sastre: «Me preocupaba coger manía a los musulmanes, pero me di cuenta de que mis captores eran unos integristas»
Sastre: «Me preocupaba coger manía a los musulmanes, pero me di cuenta de que mis captores eran unos integristas»larazon

El periodista desvela que durante el secuestro pudo leer dos libros religiosos y un tercero de invocaciones

Ha sido su día uno de libertad, sus primeras 24 horas siendo libre, sin sentir el yugo de sus captores y la angustia por estar secuestrado y sin saber hasta cuándo duraría la pesadilla. Ángel Sastre ha dormido en una cama por primera vez desde hace diez meses. El periodista y corresponsal de LA RAZÓN en Iberoamérica ha estado cautivo en el norte de Siria desde el 13 de julio hasta el sábado, cuando fue rescatado junto a sus compañeros, el fotoperiodista José Manuel López y el reportero «freelance» Antonio Pampliega, de las garras del grupo yihadista Frente al Nusra. A pesar de los privilegios de la libertad y de los cuidados de sus padres y hermana, Sastre todavía se encuentra algo desconcertado y le hará falta mucha adaptación y descanso. Por momentos, se sienten desbordados. Los Sastre están atendiendo a los vecinos y a las decenas de medios que se han desplazado a Guadalajara, donde residen sus padres, para conocer su historia en primera persona. «Por lo menos, al atender a la Prensa, consigo que se hable de Siria, aunque sea mínimamente o por encima, que la opinión pública española no se olvide de las millones de personas que siguen allí viviendo una situación de guerra, de violencia sin piedad y sin aspiración alguna de futuro», confiesa Sastre a LA RAZÓN. «Es demasiado directo decirlo así, pero da la sensación de que importa más la vida de tres occidentales que las de los veinte millones de sirios (4,8 millones son ya refugiados). ¿Por qué los sirios no se merecen que los periodistas cubran su conflicto?», reflexiona, y al tiempo que añade: «Nuestras vidas no valen menos que las suyas».

Con su secuestro, Sastre también ha dejado constancia del bloqueo mediático que existe en el país árabe. Los periodistas están en el punto de mira de las partes enfrentadas. Es el agujero negro para la información. Tanto los terroristas del Estado Islámico (EI), como los soldados del régimen de Bachar al Asad han matado a informadores durante estos últimos cinco años. Según Reporteros Sin Fronteras, en Siria han muerto 43 periodistas y la cifra aumenta hasta 130 fallecidos si se tienen en cuenta periodistas ciudadanos y blogueros. Activistas y reporteros siguen presos por haber revelado la represión de Asad y, por ejemplo, el EI ha pedido la cabeza de los jóvenes sirios que se atreven a desvelar que no se vive tan bien en Raqa, su bastión, en el califato instaurado por lo yihadistas. De hecho, ya han matado a tres miembros de Raqqa is Being Slaughtered Silently («Raqa está siendo masacrada en silencio», en inglés), al padre de otro de los informadores y a alguno de los testigos de sus crímenes. Por no hablar de las progandísticas decapitaciones que se han convertido en la marca del EI.

Sastre tiene muchas ganas de volver a contar historias y de ejercer su profesión, el periodismo. Ayer, apenas pudo dormir cinco horas, el resto de la noche la pasó conectado a internet y metido en el ordenador de sus padres, leyendo lo que ha pasado en Siria y actualizándose tras diez meses de privación de libertad. Pero también ha habido espacio para el ocio. Ayer vio un episodio de «Juego de Tronos», algo que ansiaba cuando estaba en aquella habitación de la que no conserva precisamente buenos recuerdos. «Sí que nos dieron papel y nos dejaron leer, aunque sólo fueron dos libros. El contenido era muy religioso, muy temática del islam. Me los leí cuatro veces, me venía bien mantener la mente ocupada». Sastre reconoce que un día, ya cansado de leerlo, le pidió cualquier otro libro. «Me dieron uno de invocaciones, una especie de frases que se deben decir, por ejemplo, antes de comer, antes de entrar a un cuarto, ante un enemigo, ante un moribundo... Me decían que debía leer una al día». Sin embargo, y a pesar del aburrimiento y la desesperación, Sastre confesó que evitaba leer con interés ese material. No quería que ellos pensasen que se estaba doblegando, que ellos ganaban. «Sentí que eran muy hipócritas, que era todo muy contradictorio, ellos hablándome de las bondades de la religión, rezando cinco veces al día desde las cinco de la mañana, mientras nos tenían de esta manera y secuestrados», expone.

De hecho, Sastre confiesa que le llegó a preocupar que la posibilidad de coger «odio a los árabes, a los musulmanes, al islam. Temí por momentos cogerles manía y quería saber más sobre la religión, sobre la yihad y qué se dice en el Corán. Luego me di cuenta de que mis captores eran unos integristas: hacían su propia interpretación del islam. Incluso un día me pillaron que había dibujado una caricatura en mi cuaderno. Entraron, me cachearon, y al verla la arrancaron y me hicieron demasiadas preguntas al respecto», rememora Sastre.