Historia

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Si Mao levantara la cabeza...

Cuarenta años después de la muerte del fundador de la China moderna, sus actuales líderes han convertido al gigante asiático en una potencia rendida al capitalismo, muy alejada de la «autarquía enemiga de Occidente» que ideó «el Gran Timonel»

Una imagen de Mao Tse Tung, en la emblemática plaza de Tiananmen, en Pekín
Una imagen de Mao Tse Tung, en la emblemática plaza de Tiananmen, en Pekínlarazon

Cuarenta años después de la muerte del fundador de la China moderna, sus actuales líderes han convertido al gigante asiático en una potencia rendida al capitalismo, muy alejada de la «autarquía enemiga de Occidente» que ideó «el Gran Timonel»

En la China del presidente Xi Jinping, Mao ya no vende tanto como antes. En el cuarenta aniversario de su muerte, las figurillas del «Gran Timonel» que durante décadas han decorado las casas de muchos de sus compatriotas –fieles creyentes de sus poderes mágicos– han visto reducidas sus ventas de manera abrupta, e incluso en su Shaoshan natal han sido testigos de cómo cerraban algunas de las fábricas que las reproducían. Este viernes se cumplieron cuatro décadas de la muerte del fundador de la China moderna, una cita que desde las altas esferas del Partido Comunista Chino (PCCh), que él mismo creó en 1921, han llevado con discreción. Mientras un amplio sector de la población continúa venerando su figura, el PCCh trata de buscar un equilibrio entre esa adoración y su intento por modernizarse.

Cuando Mao murió, dejó un país empobrecido en el que el PIB per cápita era de 180 euros y la esperanza de vida de 66 años. Ahora, se ha convertido en la segunda economía del planeta con un PIB de 6.750 euros, unas exportaciones mensuales de casi 180.000 millones de euros y unas inversiones en el exterior que acumulan 670.000 millones de euros. El modélo económico del gigante asiático dejó hace tiempo en la estantería los manuales comunistas y se rindió al capitalismo. Si Mao levantara la cabeza.

A lo largo de 40 años, los ciudadanos chinos han cambiado los pocos útiles de labranza que les quedaban –muchos de ellos los fundieron cuando Mao decidió que el país debía ponerse a fabricar metal– por relojes de marca, caros coches y tecnología de primera. No obstante, la apertura que el país ha hecho al exterior, considerado ahora como «el almacén del mundo», ha sido proporcional al inmovilismo político que reina en las filas del PCC.

Al contrario que en ocasiones anteriores, este año ningún dirigente se ha desplazado hasta la localidad del «Gran Timonel» como sucedió en 2013 con el 120 aniversario de su nacimiento. «Si Mao estuviera vivo, se volvería loco al ver la decadencia social y cultural y el grado en el que la comercialización de estilo occidental y el consumismo han cambiado China», explica a LA RAZÓN Willy Lam, analista y profesor en la Universidad de Hong Kong.

El país ha vivido una profunda transformación desde que en 1976 murió Mao Tse Tung, quien, según los expertos no vería con muy buenos ojos la China actual. «Mao quería una China autárquica, sin apenas comercio con los países de Occidente. No hubiera tolerado el nivel de capitalismo que hoy se practica en el país», añadió Lam.

Hijo de campesinos acomodados, tras liderar a los suyos en la guerra civil contra los simpatizantes del Partido Nacionalista de Chiang Kai Chek, el 1 de octubre de 1949 fundó la República Popular de China, mientras los nacionales huían a Taiwán. Desde entonces, la mayor preocupación del que era el líder del comunismo más ortodoxo fue que el capitalismo se apoderase de su país.

Sin embargo, compañías como Alibaba o Tencent, la tecnológica Huawei o el grupo Wanda han hecho que la pesadilla de aquel que aparece impreso en los billetes de la moneda nacional china se haya cumplido. Durante años, China ha crecido a un ritmo superior a los dos dígitos, algo que ha acelerado el proceso de modernización del país en todos los sectores. Por eso, muchos temen que el PCCh, en un intento por actualizar su imagen, quiera minimizar el legado de Mao.

Precisamente, este año las autoridades hicieron demoler una estatua de Mao de 36 metros de altura que los habitantes de la provincia de Henan habían erigido con sus propios recursos.

En una nación en la que la prosperidad ha creado enormes desigualdades, buena parte de la población recuerda la época de Mao como un momento en el que no había distinciones ni corrupción. «Sólo una pequeña parte todavía siente nostalgia de los ‘‘buenos viejos tiempos’’, cuando todo el mundo era igualmente pobre, y el partido estaba limpio de la corrupción que hoy intenta purgar el actual presidente chino. Pero eso son ilusiones. No solo la desigualdad era enorme en los días de Mao, sino que el partido sabía muy bien cómo ocultar las corruptelas relacionadas con su líder», aseguró Lam.

El fracaso del Gran Salto Adelante de los años cincuenta, con el que se trató de industrializar una China mayoritariamente rural, culminó con una hambruna que algunos expertos estiman que -mató a 45 millones de personas. En la década de los sesenta, la Revolución Cultural, que también supuso la muerte de un millón de personas, destruyó la economía de un país que ahora se enfrenta a un aterrizaje forzoso.

La China de Xi Jinping tiene otros retos por delante muy diferentes de los que tuvo Mao. La devaluación del yuan, los vaivenes de sus parqués o el descenso en sus exportaciones preocupan a unas autoridades que buscan consolidarse como una potencia mundial de primer orden. Otros objetivos como acabar con la corrupción, sacar a más ciudadanos de la pobreza o solucionar las disputas territoriales que mantiene con otros países y los conflictos con las minorías étnicas en Tíbet o Xinjiang, también ocupan la agenda del presidente.

Mientras tratan de lograrlo, entre cinco y nueve expertos seguirán controlando la producción de estatuillas de Mao para que la expresión de la cara, el corte de pelo y la forma física sigan siendo las mismas que cuando el ex líder manejaba los hilos del partido. «Al fin y al cabo se trata de asegurarse de que nadie ensucia realmente su imagen, que nadie realmente socave la historia, ya que es uno de los grandes pilares que legitima al Partido Comunista», afirmó al diario «The Guardian» el historiador holandés Frank Dikötter.