Política

El Futuro de Venezuela

Venezuela, el país de las cucharas vacías y las farmacias fantasma

La cerrazón de Maduro a abrir las fronteras ha hundido en la desesperanza a la población

Yeibe Medina, una niña de apenas un año, se alimenta a sí misma en su casa cerca de San Francisco de Yare / Reuters
Yeibe Medina, una niña de apenas un año, se alimenta a sí misma en su casa cerca de San Francisco de Yare / Reuterslarazon

La cerrazón de Maduro a abrir las fronteras ha hundido en la desesperanza a la población.

Las negativas de Nicolás Maduro a permitir la llegada de los insumos aumentan el desespero de quienes no tienen qué comer o necesidades médicas urgentes. Cerca de la frontera con Colombia, donde se acumulan 300 toneladas de productos alimenticios y de higiene personal, claman por ese último recurso

Nicolás Maduro afirma que la ayuda humanitaria enviada por Estados Unidos y otros países a Venezuela, y que no ha podido entrar al país aún, comprende solo migajas que buscan humillar a un pueblo digno y fuerte, en un país capaz de autoabastecerse. Pero la realidad indica otra cosa. Mientras el gobernante asegura que los cargamentos que se acumulan al borde de las fronteras contienen “comida podrida y cancerígena”, dentro del país hay quien espera que los insumos entren al territorio donde el desabastecimiento de alimentos y medicinas ronda el 80% a escala nacional.

Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional reconocido como presidente interino del país por medio centenar de países, ha llamado a que el 23 de febrero la ayuda humanitaria cruce las fronteras para poder ser distribuida dentro del país. En Cúcuta, la ciudad fronteriza colombiana al oeste de Venezuela, ya se han compilado más de 300 toneladas de insumos, principalmente comida empaquetada, alimentación de emergencia y productos de higiene básica. Medicamentos aún no.

Otras 250 toneladas del mismo tipo de productos van a bordo de un buque que zarpó de Puerto Rico con destino a algún puerto venezolano, a pesar de que el gobierno de Maduro clausuró las operaciones portuarias. En la frontera sur del país con Brasil, y en la isla de Curazao, fronteriza con el norte de Venezuela, también se han instalado más centros de acopio. La Asamblea Nacional coordina la entrega de los productos, en una primera etapa, a unas 300 mil personas de los grupos más vulnerables.

Son noticias que se comparten intensamente dentro del país, a pesar de los bloqueos informativos y la “hegemonía comunicacional” chavista que impone censuras y líneas oficiales. Leonor Cárdenas, vive en una humilde vivienda del barrio Francisco de Miranda, en la población fronteriza de San Antonio del Táchira. Es viuda y tiene cuatro hijos. Todos trabajan y, sin embargo, Leonor no tiene cómo comer completo.

El refrigerador de su casa es evidencia de la precariedad. “Hay días que no hay nada de comida”, confiesa con voz entrecortada. Es pensionada por el Estado, por lo que recibe el equivalente a un salario mínimo, 18 mil bolívares. Pero “no más un kilo de carne está en 15.000 bolívares. Lo que uno cobra de pensión de seguro social ya ni alcanza. Mis hijos todos trabajan pero igual la plata no rinde, ellos tienen familia y a todos les toca duro para poder comer”.

También es beneficiaria del programa CLAP, con el que el gobierno reparte bolsas de comida subsidiada directamente a hogares. Pero en su caso no llega hace meses. Todo ello a pesar de haber votado fielmente al partido de gobierno, el PSUV. “Voté por ellos porque me ha tocado, si uno no lo hace me quitan las poquitas ayudas que dan. Presionada es que he ido a votar”.

Leonor es comerciante informal de cigarrillos, caramelos y gomas de mascar. En la calle sale a diario a rebuscarse la vida “para medio comer”.

Pero lleva días escuchando sobre la ayuda humanitaria. Eso la llena de optimismo, a pesar de las negativas oficiales. “Lo que ellos dicen todo es mentira. No hacen más que manipular”, comenta sobre las posturas gubernamentales en un país donde la vicepresidenta ha dicho que hay comida para alimentar tres naciones.

Su aspiración es que un cambio ocurra pronto, volver a mejores tiempos. “Recuerdo cuando un bolívar eran 18 pesos colombianos. Aquí la plata rendía y con lo que trabajamos mi esposo y yo, construimos la casita”, recuerda. Ahora 1 bolívar equivale a 0,90 pesos.

Cárdenas no irá a la frontera a buscar la ayuda, sus piernas no aguantarían pues se inflaman con facilidad. Y no hay medicinas para atenderlas. Pero sus hijos le han dicho que sí irán “porque hay que apoyar”. Ella los esperará. “Yo quiero que llegue esa ayuda humanitaria a mi casa, quiero ver comida”.

El discurso oficial afirma que en Cúcuta se vive peor que en Táchira, que del lado colombiano la pobreza alcanza alcanza el 50% de la población. Incluso Maduro envió 20.600 cajas de comida para regalar en esa localidad.

Las cifras oficiales, no obstante, refutan la tesis. Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística colombiano, en realidad la pobreza monetaria es de 33,5% en la ciudad fronteriza con 5,3% de pobreza extrema, hasta 2017. En Venezuela, donde no hay cifras oficiales, la Encuesta de Condiciones de Vida muestra para el mismo período una pobreza general por ingresos de 87% (25,8 pobreza y 61,2 pobreza extrema). En 2018 los indicadores son peores, al aumentar a 94%.

Del lado venezolano hay hambre, mucha. Los ciudadanos han perdido en los últimos años un promedio de 11 kilos de peso. Y muchos se ven muy flacos.

Julio Cesar Carreño tiene 77 años y su contextura es delgada, frágil, en contraste con la de su hermano Pedro, un prominente diputado chavista que ha ejercido cargos ministeriales. El hombre habita en San Antonio también y cuida carros para resolver sus ingresos.

Julio César camina arrastrando los pies inflamados, que sostienen su cuerpo desnutrido, golepado por la falta de alimento y el exceso de intempérie. “Vivo en una habitación que me han prestado, cerca de donde cuido los carros. Lo único que le pido a mi hermano Pedro Carreño, que está en el gobierno, es que interceda para que se permita la entrada de esa ayuda humanitaria porque en el país hay mucha gente muriendo por falta de medicinas”.

Pero su hermano no quiere que niguna “limosna” entre al país. Es más, ha dicho que hay 8 mil francotiradores dispuestos a “ofrendar su vida” y enfrentar una intervención extranjera.

El tachirense no tiene seguro social. No ha podido tramitarlo, y asegura que su hermano se negó a ayudarlo. “Debe ser porque nunca apoye ni a Chávez y menos a Maduro”. Un ingreso menos con el que comprar las medicinas que necesita, Daflon paera el tratamiento de varices. “Aquí no se consiguen y no puedo pagarla. Los vecinos de la cuadra donde trabajo me ayudan a conseguirlo en Cúcuta”.

Por todo ello, suplica que la ayuda humanitaria entre al país. Incluso haciendo un llamado a su hermano Pedro para que, con la mano en el corazón, interceda ante Nicolás Maduro para que se abran las fronteras y, también, para que le consiga una silla de ruedas.

Quisenia Mantilla tiene 44 años, una hija de 11 años y vive con la cruz a cuestas. Hace poco más de un lustro una enfermedad degenerativa comenzó a transformar su cuerpo. Fue diagnosticada con Esclerodermia pulmonar, una dolencia autoinmune catalogada entre el grupo de “enfermedades raras”.

Sin tratamiento, con más de dos años sin asistir a una consulta médica y viviendo en la completa austeridad, la habitante de San Antonio del Táchira implora la llegada de la ayuda humanitaria. En su caso, necesita estabilizar el proceso de envejecimiento prematuro de su sistema inmunológico y la deformación de su cuerpo. “Si no recurro a médicos especialistas que pongan un tratamiento se me seguirán torciendo los pies, los dedos, la boca, los dientes, los sentidos, perderé la visión y, Dios no lo permita, quedaré en silla de ruedas”.

El cuerpo de Quisenia tiene laceraciones que le impiden probar alimento en ocasiones. Sin control médico ni acceso a medicamentos, la patología se acelera. No puede acceder a ungüentos ni a analgésicos con los recursos que tiene. “Vivo en una situación muy precaria. Fui chavista pero ellos no

me colaboran con nada después que me enfermé. Me llevaron a Cuba cuando estuve sana, pertenezco al Frente Francisco de Miranda. Me han engañado. Salí seleccionada en una beca para arreglar mi casa y nunca me la dieron. No recibo medicinas a pesar que vino un joven chavista hace un año, llamado David Rojas de FundaBolívar a hacerme una entrevista para una ayuda social”, devela.

Mantilla pone sus esperanzas en la entrada de la ayuda humanitaria que le permita medicarse y también tener bocado. “Hay noches que me acuesto sin comer. Soy pobre, no tengo plata y quiero vivir para mi hija. En este país hay hambre, miseria, la gente está mal, eso es una realidad y hay que decirla. Ojala pueda entrar pronto la ayuda humanitaria para salvar no solo mi vida sino la de otros venezolanos”.