Terrorismo yihadista

Vivir entre el trapicheo y la violencia

La familia de Khazzani impone la ley del silencio en su barriada

La fachada de la vivienda del terrorista Ayoub el Khazzani en la barriada de El Saladillo, en Algeciras
La fachada de la vivienda del terrorista Ayoub el Khazzani en la barriada de El Saladillo, en Algeciraslarazon

La calle Lagartijo, en un ventoso sábado de agosto, no es el lugar más recomendable del mundo para dar un paseo. Es casi el último reducto urbano al sur de Algeciras, punta de Europa, embocando ya la carretera que lleva a Tarifa. Aunque está considerado parte de la barriada de El Saladillo, uno de los puntos conflictivos de una ciudad con justa fama de insegura, está separada del núcleo principal de ésta –que toma el nombre de una ensenada cercana– por la avenida Gesto por la Paz. A un lado, toreros y pueblos de la provincia en el nomenclátor (Manolete, Gallito, Trebujena, El Bosque...); al otro figuran poetas (Miguel Hernández, Machado...). Reina una inquietante calma ante la finca donde viven, o más bien se supone porque nadie abre la boca, los padres de Ayoub el Khazzani.

El día anuncia su declive cuando se acercan las ocho de la tarde y la única persona que hay en toda la calle espera al periodista a portagayola, o quizás con el ademán del pistolero del Far West a punto de desenfundar su revólver. Aspira con ostentación un porro trompetero y antes de hablar suelta el humo, esencia pura de chocolate moruno. «Ha habido un poco de revuelo pero no ha pasado nada. Algunas cámaras, los chiquillos más nerviosos que de costumbre... poca cosa». Alí, indumentaria occidental y un acento casi imperceptible en su correctísimo español, ni confirma ni desmiente que los Khazzani, matrimonio de vendedores ambulantes tangerinos con residencia legal en España, residan allí. Desde el viernes, claro, se han vuelto invisibles y no falta quien aventura que podrían haber sido interpelados por los servicios antiterroristas.

No resulta complicado, sin embargo, imaginar aquí hace tres años al joven Ayoub y a su hermano (presunto responsable del adoctrinamiento del terrorista, hoy en Marruecos), inseparables hasta que decidió tomar el camino de la yihad, trapichear con droga, delito por el que conoció la hospitalidad del sistema penitenciario español. En este barrio de bloques bajos y modestos tirando a cochambrosos, la Policía Nacional ubica el epicentro del menudeo algecireño, que tradicionalmente ha traficado con hachís, aunque en los últimos tiempos se observa con preocupación un repunte de la heroína. Pese a su mala fama, El Saladillo no tiene un alto índice de delitos violentos, lo que en buena parte se debe a la Unidad de Reacción y Prevención (URP) que el Cuerpo Nacional de Policía tiene activa en la zona. También, cómo no, al razonable grado de convivencia entre la población aborigen y las minorías (principalmente gitanos y magrebíes) aquí asentadas.

Lo que nadie se explica es cómo se radicalizó Ayoub el Khazzani en El Saladillo, cuya mezquita pasa por ser una de las menos conflictivas del litoral andaluz. Patricia, una vecina «con cuatro abuelos algecireños», asegura que «las relaciones con la comunidad islámica del barrio es buena. En la mezquita, se organizan actividades culturales o benéficas para todo el mundo, independientemente de su confesión». Las bolsas de caridad parroquiales de las iglesias del sector sur de la ciudad, de hecho, colaboran con el imán y presidente de la comunidad islámica, Kemal Cheddad, una persona muy respetada por los líderes políticos y vecinales de Algeciras que ayer, sin embargo, estuvo ilocalizable toda la tarde. Tampoco en el centro de reunión de los musulmanes de El Saladillo, un destartalado local sito en la calle García Lorca, había señales de actividad.

Es evidente que el asaltante del tren belga abrazó el yihadismo en paralelo a su actividad como pequeño delincuente, pero que no fue en El Saladillo donde escuchó las prédicas que lavaron su cerebro. «Pocos chavales del barrio tiene trabajo, así que es casi normal que en algún momento de su vida hayan pasado por la cárcel por narcotráfico a pequeña escala o hurtos», relata un asistente social.

Un barrio «estigmatizado»

Hace dos veranos se produjo un tiroteo en El Saladillo. Un ajuste de cuentas con el balance de un muerto y un herido grave, ambos marroquíes. Desde entonces, el barrio está «estigmatizado», según lamenta un vecino, porque «aquí no hay un alto índice de criminalidad, lo que hay es mucho paro». Pero el suceso de 2013 provocó «una avalancha de reportajes que le dieron mala fama a la barriada. Ahora volveremos a empezar», protestan.