San Isidro

San Isidro debajo de la cama

Nos perdimos el trabajo, nos perdimos el árbol, la terraza, la tapa… nos quedamos sin semana santa, sin comuniones, sin bodas y ahora también sin las fiestas de la Villa.

San Isidro debajo de la cama
San Isidro debajo de la camaarchivo

Echo de menos pasar un día a solas con Madrid, pero no este Madrid desconfiado y melindres que desconozco, el Madrid sin mascarilla, el Madrid bullicioso y descastado… ¡Todos los sinvergüenzas son de Madrid!

¿Les he dicho ya cuánto, cuantísimo adoro esta ciudad? Ay, Madrid, desordenada, libertina, y jeta, inteligente y generosa ¡A mí no me la das! Permítanme amigos este desahogo de puente recluidos.

Esta semana se anunciaban las instrucciones para celebrar las fiestas de San Isidro desde Youtube, con la boca pequeña y los cascos puestos… Nos perdimos el trabajo, nos perdimos el árbol, la terraza, la tapa… nos quedamos sin semana santa, sin comuniones, sin bodas y ahora también sin las fiestas de la Villa. (¡Qué ganas de una boda de mayo!... con tacones, de sombrero y un bonito vestido, Felipe y yo del brazo...)

Me considero de Madrid, aunque no nací aquí y odio este color, el color panzavacaburra que se ha instalado en su cielo desde hace días, con San Isidro confinado y hasta el sol, entregado al síndrome de la cabaña.

Quiero tu luz radiante y esos esplendorosos días, sin calor... y sábado por la mañana, camino al “enlace “de algunos allegados, los que sean, como cada primavera_ mi marido y yo adoramos las bodas y somos de casarnos muchísimo. ¡Qué celebraciones tan maravillosas!, desde cualquier perspectiva me resultan divertidísimas; porque la boda, queridos, la boda es el más vital y energético de los eventos que uno se puede echar a la cara. Preñado de esperanza e ingenuidad...¡La casa, por la ventana! ¡Ay bodas compuestas y suspendidas! ¡Cuánta añoranza desde esta cárcel coronavírica! Estéticamente suelen colmar todas mis expectativas dialécticas, tanto para bien, como para mal. Desde lo gastronómico son un placer indiscutible (coincido con mi madre que en las bodas horteras se come y se bebe mejor)… Tocados, tacones, colores saturadísimos, Felipe y yo del brazo, una calle... un coche negro, una novia apasionada, pletórica, nívea... su caballero trémulo al pie del altar, flores, cánticos, ateísmo, liturgia, coro, perfume...¡Mayo!. Felipe y yo tomamos un vinito: él, tinto. Y nos perdemos, cada uno donde más le entretenga... A él le tira la conversación, a mí observar, que soy mirona y lo que verdaderamente me gusta es callar y contemplar, que establezcan mis ojos el verdadero diálogo, el más extraordinario, con cualquiera de los jarrones, los horizontes y los invitados.... ¡Todo me vale! pues la curiosidad brutal que me produce el mundo llega a su clímax en las bodas, amigos míos.

Casaos, casaos cuando nos desconfinen, por favor, e invitadme. ¡Invitadme a muchas bodas! No sabéis lo que me gustan, aunque esté más en edad de funerales.

Nunca me acerqué, cuando pude, por la pradera de San Isidro, ya saben, exceso de libertad y opciones. Con lo que yo adoro las luminosas calles de Madrid, rebosantes de simpática indiferencia, ternura y humor, o yo lo sentía así cuando caminaba por esta ciudad prudente, experimentada...

Sin embargo, debido a la crisis sanitaria y económica (que ya es también crisis mental), este año las fiestas de Madrid (como toda la vida en la ciudad) han sido canceladas, por lo que se tendrán que celebrar los eventos culturales y artísticos de manera virtual, cada uno en la tranquilidad higiénica y salubre de su hogar.

Todo eso está muy bien ¡gracias por la iniciativa! pero soy de Madrid. El individualismo, la independencia, la inventaron los franceses tal vez… pero en Madrid, Oh Madrid, hasta la gente que te cae mal, te cae bien.

Quiero entrar en mis edificios favoritos otra vez, el museo Cerralbo, la terraza del museo del Romanticismo, quiero beber champán en el cine Doré, quiero ir a Torres Blancas… y un picnic, aunque sea sola, frente al Palacio de Cristal, en el Retiro, antaño invernadero de plantas tropicales...

¿Y quién necesita amistades en Madrid? Tener amigos es necesario en Barcelona, en París, en NY… pero en Madrid, Oh Madrid, fiel compañera, la suerte de la fea la bonita la desea… ¡Qué tierna eres Madrid!, con tus monumentos casi bellos y tus avenidas casi grandes y tus tiendas casi elegantes y tus mujeres casi guapas.

¿Y qué me dicen, señores de los bares de viejos de Madrid? Yo los reivindico hoy, con San isidro debajo de la cama, aterrado, pero los bares de viejos “bien”, de esos limpitos, impecables, con su barra de madera lacada y su señora de visón y speedy tomándose un par de cañas ella sola. En Madrid, buen café no, pero una caña bien tirada, sí. Adoro el Café Bar Silma, aunque mi favorito era La flecha _ la mejor cafetería de la capital, que derrumbaron para poner en su lugar un gastro-bar de esos, decorados insistentemente, con machaconería trendy-glam, lámparas de latón, papeles pintados, sillas de terciopelo con remaches dorados, espejos años sesenta, lámparas fase y extra de salsa Neo Art Decó fashion en los baños, para alegría de tronistos y tronistas. Yo que padezco migrañas frecuentaba poco esos tableros de parchís con camareros.

¿Y quién pudiera dejarse caer ahora mismo por allí, eh? Te echo mucho de menos, lo confieso, Madrid. Ya vendrán otros mayos. Te espero en casa.