La columna de Carla de La Lá

Si existe Dios por qué suceden cosas malas

Si no hay libre albedrío, ni amenazas, ni riesgo, si no existe el mal, no hay libertad.

Imagen de la película 'La invasión de los usurpadores de cuerpos'.
Imagen de la película 'La invasión de los usurpadores de cuerpos'.archivo

Vivimos en un mundo repleto de injusticias, peligros, dolor y sufrimiento donde no hay nadie, por más dinero y buena suerte que tenga, que no se vea afectado por las duras realidades de la vida. Pero… ¿Por qué le suceden cosas malas a la gente buena?

Esta pregunta, junto con el asunto del mal, es quizá la más antigua y discutida en las conversaciones entre creyentes, agnósticos, ateos y toda la teología cristiana. Dios es soberano, así que todo lo que sucede debe haber sido permitido, si no causado directamente por Él. Muchas personas se cuestionan que de haber un Dios omnipotente y bueno, hubiera creado un mundo “guay”, un mundo perfecto en el que no hubiera destrucción, ni enfermedades, ni desgracias, y en el que de paso, todos seríamos amorosos_ delgados y guapos_ y viviríamos despreocupados y felices.

Cuando escucho esto, recuerdo el clásico de la ciencia ficción, dirigido por Don Siegel, La Invasión de los Usurpadores de Cuerpos (filmin) donde, con vistas a acabar con el mal, se suplantan los cerebros de todos los seres humanos y se cambian por otros que aparentemente les permiten vivir mejor; el problema es que esa nueva sociedad está carenciada de emoción y sentimiento; el proyecto podría ser perfecto sobre el papel pero en realidad es catastrófico justamente porque no hay dolor, y donde no lo hay, tampoco puede haber amor y el Hombre se convierte en un autómata. Si no hay libre albedrío, ni amenazas, ni riesgo, si no existe el mal, no hay libertad.

“¿Por qué suceden cosas malas?”, muchos amigos me hacen esta pregunta y ante este cliché del debate espiritual y filosófico, lo primero que se me ocurre es retar al que la formula con otra: “En tu cosmología ¿qué entiendes por cosas buenas y por cosas malas?”

Porque, en honor a la lógica y a la dialéctica, desde el ateísmo no cabe la existencia de bueno ni malo, tan solo existe un devenir natural; las cosas que suceden llevan a algunas personas, seres o especies a ocupar más espacio y más tiempo y a otras, las más débiles a padecerlo de manera más accidentada o menos y, por último, a extinguirse. Y no pasaría nada ¿no?

Los países ricos se quedan con las vacunas, tratamos mal a nuestro planeta y comienza el cambio climático, la violencia y las imprudencias producen muertes prematuras… ¿Y qué hay de nuestro egoísmo, nuestra irreflexión y nuestra negligencia? ¿Debería Dios habernos creado mejor, como en La Invasión de los Usurpadores de Cuerpos, una especie de androides a control remoto que sólo pudieran actuar de acuerdo a un programa? Y en tal caso, amigos, ¿qué estaríamos haciendo aquí en la tierra?

Para nosotros los creyentes, la voluntad, la posibilidad de la autodeterminación cada día, cada minuto, es fundamental y las contingencias, las pruebas, más grandes o más pequeñas son bienvenidas como el único medio posible de aprendizaje y transformación. Las cosas malas suceden sí, pero esas cosas malas equipan a los creyentes para un ministerio mucho más elevado y dotan de sentido a nuestra existencia, que ante todo es humildad y crecimiento, caernos sí, pero volver a levantarnos sin aspavientos y esforzarnos por elegir lo correcto.

Como muy bien apuntaba Nietzsche, en el momento en el que matamos a Dios, cuando lo hacemos desaparecer como variable posible, ¡no seamos hipócritas!, tampoco existiría el bien ni el mal. El ateísmo y sus conclusiones no pueden proveer una respuesta satisfactoria al problema de lo bueno y lo malo porque carecen de un estándar definitivo por el cual hacer una distinción absoluta entre lo que podríamos llamar el bien y el mal, de modo que, amigos, tal pregunta es redomadamente inconsistente.

Los creyentes, por el contrario, sí podemos creer, e incluso afirmar, de acuerdo a nuestra idiosincrasia, y en perfecta coherencia, que existen cosas buenas y malas, porque tenemos un referente inamovible, es decir no relativo. El bien y el mal existen y son necesarios para poder vivir en libertad. Para situarnos, para posicionarnos, para elegir quiénes queremos ser tienen que existir todas las opciones.

Ustedes lo saben, cuando todo va sobre ruedas uno puede cometer la torpeza de sentirse todopoderoso; por eso, yo, como tantos, considero positiva una eventual sacudida terrestre que doble un poquito nuestras arrogantes rodillas.

El sufrimiento educa la inteligencia y los obstáculos sirven para restar imbecilidad. Las pruebas son de agradecer porque son lo único que nos hace avanzar como individuos, elevarnos sobre nuestras carencias… practicar la compasión.

A una sociedad volcada en la vanidad, de pronto (buen ejemplo es la pandemia) le es impuesto un parón obligatorio enfrentándola a sus más impensables temores, la bancarrota, la familia, el aislamiento, el aburrimiento, la enfermedad, la muerte, y lo que es peor: reflexionar acerca de quién es verdaderamente donde amar a los demás es la única manera de llegar un día a querernos a nosotros mismos.

¿Por qué le suceden cosas malas a la gente buena? Otra pregunta ¿De verdad hay gente buena? Y otra más ¿Por qué nosotros como seres humanos (finitos, limitados, menesterosos) esperamos poder comprender plenamente los designios de Dios?