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Carmen Martínez-Bordiú: De niña mimada a matriarca de los Franco

En su primer desmadre, cuando abandonó al duque de Cádiz, su madre la apoyó; volvió a ser una conmoción nacional cuando se separó de Rossi

Carmen Martínez-Bordiú (izda.), acompañada de familiares y amigos, el día del entierro de las cenizas de su madre el pasado 31
Carmen Martínez-Bordiú (izda.), acompañada de familiares y amigos, el día del entierro de las cenizas de su madre el pasado 31larazon

En su primer desmadre, cuando abandonó al duque de Cádiz, su madre la apoyó; volvió a ser una conmoción nacional cuando se separó de Rossi.

Le espera una buena, aunque previsiblemente con la herencia de Carmen Franco no habrá riñas familiares, reclamaciones o malos gestos. Tal hizo previsor el Caudillo en su testamento político, «todo está atado y bien atado». La duquesa repartió sabiamente, igual que cuando su madre pidió al Rey Don Juan Carlos que el Señorío de Meirás que le había otorgado pasara a su nieto Francis de forma vitalicia. Así se hizo por Real Decreto. Hay como 500 millones de euros a repartir entre siete, según calculan a ojo de buen cubero, a veces errado. Podría haber más o menos, pero ya disparatan o especulan que lo primero que podrían vender y hacer valer es la imponente casa de la calle Hermanos Bécquer. Ocupa todo un esquinazo en pleno Barrio de Salamanca frente a la embajada americana. Es un edificio regio, de estilo afrancesado, donde Carmen Franco vivió tras heredar de su madre los más de 600 metros cuadrados. En la decoración predomina el gris perla, al menos en las zonas más trajinadas. Orden y mucho concierto, todo está casi como lo dejó «la Caudilla», que lo había redecorado con su buen gusto, tan de señora de provincias, fiel a los collares de hasta cinco vueltas de perlas y a broches, más llamativos que aparatosos, diseñados por Luis Gil, su joyero de confianza, que curiosamente murió hace tres días. Él creó con exquisito gusto, evitando ostentaciones, los pendientes de esmeralda, una rama sobre brillantes que Carmen usaba en las grandes ocasiones. Los llevó en la boda de la Infanta Elena y más recientemente se los prestó a su nieta Margarita Vargas, que los paseó en una fiesta veraniega.

Generosa con los suyos

Carmen era generosa con los suyos. Cuestión para reflexionar, cosas de la vida. Hermanos Bécquer se transformó en una sucursal de El Pardo después de dejar la jefatura del Estado y siempre tenía seguridad protegiéndolos. El familiar matriarcado, en el que Carmen Polo marcó el camino a seguir, siempre evitó ostentaciones. Lo mismo hizo su hija, aunque su marido, el doctor Cristóbal Martínez-Bordiú, era más dado a la exhibición. Al casarse tuvieron que improvisarle, que no inventarle, no solo el marquesado de Villaverde sino también un florido y jarretado uniforme que no desentonara con el Balenciaga cuello barco lucido por la novia bajo una tiara de cinco pisos: tenía, tiene, tres vueltas en brillantes y lo remataba recargándolo una enorme diadema que entrelazaba brillantes y perlas.

En última lección amorosa, Carmen Franco quiso ser enterrada junto a su marido, el marqués de Villaverde, que en aquellos años tildaban de «pisaverde». No tenía reparo en dejarse ver con jóvenes y recuerdo cuánto le duró una guapa llamada Katia, que no lo aireó. Pero me dio muchas claves de cómo era el padre de los siete hijos nacidos –cuatro mujeres y tres varones– de su ventajoso matrimonio con una de las mujeres más guapas y elegantes de España cuando el buen gusto imperaba en nuestros salones.

Infatigablemente bien los ha pisado y pisa Carmen Martínez-Bordiú, con 66 años y un solo hijo, tras la trágica muerte del mayor y heredero del ducado de Cádiz. Fue su reflejo sobre los cargantes salones oficiales. Rompió moldes y causó soponcios abandonando al duque de Cádiz, al que luego definiría de «muy aburrido», reconocimiento en el que todos coincidían. Bueno pero soso, no se puede tener todo. Y eso que Carmen aún no había pasado por las manos despertadoras de su entonces íntima Isabel Preysler, a la sazón casada con Julio Iglesias. Le abrió los ojos. Compartían tercero y cuarto piso en San Francisco de Sales, 16, piso donde luego moriría el doctor Iglesias Puga, nuevamente casado tras años soportando a Charo de la Cueva, madre de Julio y Carlos Iglesias, que parece desaparecido en combate tras ganar millones con su hermano e intentar reemplazar la bonhomía de Alfredo Fraile, el inventor del entonces inexpresivo y hoy famoso a la baja «Mr. Gwendolyne». Fraile ha tenido otra nieta el primer día del año, horas después de que su hermana Montse y José María García tuvieran a la primera tras años esperándola. Dobles felicitaciones.

Las malas lenguas

Carmen Martínez-Bordiú siempre fue mujer de armas tomar, una adelantada de su tiempo y sonrisa elegante bajo una belleza muy racial. En tiempos «del abuelo» puso España patas arriba al dejar a Alfonso de Borbón y a sus hijos por el entonces sexagenario Jean-Marie Rossi, prestigioso anticuario parisiense del Fabourg St. Honoré –lo más–, que las malas lenguas tan abundantes aseguraban que entraba en Hermanos Bécquer con ojo de tasador. En su primer desmadre recibió el inesperado apoyo de doña Carmen, pero volvió a ser una conmoción nacional cuando después de diez años de gran mundo francés con Rossi –con el que incluso se compró y vivió en un cortijo en la sierra sevillana la última etapa– la relación se acabó. Poco le duró el ramalazo rural, hace poco rematado con Luis Miguel, «el chatarrero», dicen que más dotado económicamente que de lo otro. Pasó como el amor del italiano, Roberto Federici, que tenía fama de estar «muy bien dotado» o tal se contaba en los corrillos de la época, quizá exagerando o presuponiéndole grandezas inventadas que nunca desmentía en sus noches flamencas.

Se abre un punto y aparte donde Carmencita –que así llamaron también a su madre tras el apodo infantil de Nenuca, tan asturianín– comienza un nuevo ciclo de su vida luchadora, que lo mismo la lleva a presidir desfiles benéficos que corridas de toros. Mujer inquieta y baqueteada, siempre con la sonrisa a flor de labios y una educación de las que ya no se encuentran. Me gusta su valentía, la forma en que entiende su «modus vivendi», muy criticado a veces cuando se equivoca como nos pasa a todos. Admiré con qué entrega cuidó los últimos tiempos de su madre, como Luis Alfonso los de su abuela.

Y no me resisto a citar casi sus ultimas palabras: «Me gustaría ser recordada como una madre normal, aunque nunca he sido de dar muchos besos y esas cosas. Como decía de pequeña, “soy muy corrientita”». Pero de enorme valor para lidiar con un entorno tan espinoso como el habitual en El Pardo, que nunca controló, como sí atribuían a doña Carmen Polo.