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«Ray Donovan»: Lo que pesan los fantasmas del pasado

En la cuarta temporada la esposa de Ray, Abbie, decidió que no quería tratarse contra el cáncer. Al principio de la quinta ella muere, pero no a causa de la enfermedad, sino de un accidente de coche

Liev Schreiber, protagonista de "Ray Donovan"
Liev Schreiber, protagonista de "Ray Donovan"larazon

En la cuarta temporada la esposa de Ray, Abbie, decidió que no quería tratarse contra el cáncer. Al principio de la quinta ella muere, pero no a causa de la enfermedad, sino de un accidente de coche.

La irrupción de Ray Donovan en la pequeña pantalla supuso un «revival» tan bienvenido como inesperado. Hacía tiempo que por la ficción americana no asomaba un personaje como él, un antihéroe del todo realista basado en el tipo de masculinidad rocosa y primitiva que en su día derrocharon Robert Mitchum, Lee Marvin y Steve McQueen. Algunos lo consideraron sucesor de Tony Soprano, pero no era lo mismo. Incluso cuando las circunstancias hacían necesario el uso de la violencia, Tony mantenía una actitud relativamente relajada hacia sus colegas y su familia; Ray, en cambio, vivía una vida de ansiedad constante solo interrumpida por espasmos frecuentes de ira. Él y los suyos componían un clan de sociópatas, una prole sumida en la más irremediable disfuncionalidad. Superada la novedad, en las más recientes temporadas la testaruda oscuridad de sus circunstancias había llegado a ser para muchos de nosotros una compañía algo cansina con la que pasar nuestro tiempo de ocio televisivo.

Para quienes no hayan tenido ocasión de conocerle, recordemos que Ray Donovan es un solucionador de problemas. No un matón ni un gánster ni un mal tipo –aunque sí a menudo brutal–, sino alguien dedicado a reparar los más embarazosos errores cometidos por ciudadanos presuntamente ejemplares de Hollywood, y de hacerlo usando siempre la menor cantidad posible de palabras: él no dice qué va a hacer, simplemente lo hace. Sus clientes componen un variopinto grupo de gañanes: boxeadores, músicos, estrellas del fútbol americano, ex chicas Disney. Si una estrella de cine se despierta con un cadáver en la cama, Ray es contratado para para sobornar, intimidar y dar cera a quien haga falta para neutralizar el escándalo antes de que salga a la luz.

Ray es un tipo infalible quitándoles las manchas a las vidas de sus clientes, aunque carece de ese talento cuando se trata de lidiar con su propia familia, y en concreto con la presión que la presencia de su padre Mickey ejerce sobre él, y ese ha sido siempre el «quid» de la serie misma.

Desde que al principio de la primera temporada salió de la cárcel después de 20 años, episodio a episodio Mickey se ha confirmado como un incompetente irremediable: cualquiera que sea el plan que se le ocurre acaba causando dificultades a todo el que le rodea y en particular, por supuesto, a Ray. Pero, más aún que un problema andante, Mickey es para su hijo el recordatorio permanente de un pasado traumático.

En ese sentido, los intentos de Ray de arreglarlo todo a su alrededor y aportar así cierto sentido de la moral en un mundo del todo inmoral son, asimismo, su modo de lidiar con la violencia que sufrió años atrás, de manos de su madre y de su sacerdote, a causa de la muerte prematura de su madre y del suicidio de su hermana adolescente. Su cuenta pendiente, pues, sigue siendo repararse a sí mismo.

Para la ficción que Ray protagoniza, decíamos, el mayor reto siempre fue no caer en la espiral destructiva al borde de la que él siempre ha permanecido. En ese sentido, si en temporadas tempranas «Ray Donovan» aportaba suficientes momentos de ligereza y hasta de comedia que nos permitían ver la luz en nuestro tránsito por la oscuridad, el año pasado la cuarta temporada pareció apostar por hundirnos en la depresión. Por eso, se mire como se mire es una gran noticia que ahora la recién estrenada quinta temporada parezca querer traer de regreso parte de la levedad de antaño, a pesar de que su primer episodio nos dé noticias devastadoras. La vida de Ray, es cierto, que sin duda seguirá siendo la evidencia de lo feo que puede resultar el mundo cuando observamos a través de las grietas de sus fachadas, pero quizá al acompañarlo mientras la vive tengamos la oportunidad de mirar para otro lado de vez en cuando.