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Spínola en Flandes

Entre 1605 y 1606, el genovés revertió la esquiva suerte de la Guerra de los ochenta años a favor de España.

Retrato de Ambrosio Spínola (1609), óleo sobre lienzo de Michiel Janszoon van Mierevelt (1566-1641), Rijksmuseum, Ámsterdam
Retrato de Ambrosio Spínola (1609), óleo sobre lienzo de Michiel Janszoon van Mierevelt (1566-1641), Rijksmuseum, Ámsterdamlarazon

Entre 1605 y 1606, el genovés revertió la esquiva suerte de la Guerra de los ochenta años a favor de España.

«La señal para arremeter fue un cañonazo una hora antes de amanecer, que, oído por todas partes, cada cuadrilla de las que estaban tendidas por los rastrojos, diciendo “¡Santiago, cierra España!”, arremetieron y, al mismo tiempo, las compañías de las trincheras, que habían de ir por medio, lo hicieron a buen paso; por todas partes se tocaba arma con voces y arcabuzazos; los de nuestras trincheras tiraban al castillo, porque el revellín se abrasaba de fuego, voces y cuchilladas». Así describía el capitán Diego de Villalobos y Benavides el asalto de las tropas del Ejército de Flandes a Doullens, en 1595, pero las emociones y la viveza que destila se pueden hacer extensivas a cualquier acción de características semejantes, como el asedio, en noviembre de 1605, del castillo de Krakau, una fortaleza del condado de Meurs, estado teóricamente neutral, perteneciente al Sacro Imperio, pero que había sido ocupado por tropas holandesas. La toma del castillo fue la última acción importante de la campaña de Spínola en Flandes de 1605, la primera después del interminable asedio de Ostende. Tras tomar las fortalezas de Oldenzaal y Lingen, Spínola llevó a sus tropas de regreso al Rin para eliminar algunas guarniciones holandesas que podían amenazar su retaguardia, como las de Wachtendonk y el castillo de Krakau. Esta era una vieja fortaleza medieval con escasas opciones de resistir un asedio formal. A pesar de todo, los alrededores eran pantanosos y los holandeses habían reforzado las murallas con un revellín en el extremo exterior del puente levadizo, al otro lado del foso, por lo que no podía rendirse sin ofrecer resistencia. Su guarnición constaba de cuatrocientos soldados al mando del coronel Adriaan van Swieten, quien, si nos fiamos del historiador flamenco Emanuel van Meteren (1535-1612), se mostró mucho menos entusiasta que la tropa a su cargo en la defensa de la plaza.

El asedio corrió a cargo de tres tercios italianos: el de Pompeo Giustiniano –antiguo tercio de Ambrosio Spínola–, el de Lelio Brancaccio, caballero de San Juan, y el de Guido de San Jorge. Los tres formaban parte de un cuerpo de ejército organizado ad hoc y dirigido por el capitán general de la artillería del Ejército de Flandes, el conde de Bucquoy. La operación fue relativamente rápida: se prolongó del 5 al 8 de noviembre. «Se dice que de doce meses del año, los nueve son de invierno y los tres de infierno», cuenta el capitán Alonso Vázquez en sus crónicas sobre Alejandro Farnesio. A tales alturas de la campaña, el único deseo de los soldados era retirarse a los cuarteles de invierno, donde al menos podían calentarse. Los tres días de lucha se cobraron un precio: ochenta italianos muertos, según refiere en su crónica de la guerra Antonio Carnero, contador del ejército. Tras un nutrido bombardeo, los holandeses abandonaron el revellín y se refugiaron dentro del castillo, para rendirse poco después. Bucquoy dejó marchar a los soldados, pero solo tras desarmarlos y quedarse con sus banderas «como castigo por su imprudencia», en palabras de Meteren. Nada más lejos de una de las salidas más sensacionales de una plaza rendida, la de Corbie en 1636, cuando los soldados españoles abandonaron la ciudad con una rebanada de pan y un trozo de mantequilla en la mano, a modo de fanfarronada.

Para saber más

«SPÍNOLA Y LA GUERRA DE FLANDES»

Desperta Ferro Historia Moderna

nº 35

68 págs.