Moda

Loewe, una pinacoteca andante

Anderson juega con la mezcla de tejidos y la artesanía del cuero en la colección que ayer desfiló en París.

Loewe, una pinacoteca andante
Loewe, una pinacoteca andantelarazon

Anderson juega con la mezcla de tejidos y la artesanía del cuero en la colección que ayer desfiló en París.

El amor es a la plenitud lo que el riesgo al éxito. Y Jonathan Anderson, el director creativo de Loewe, sabe de ambas premisas, lo que hace que sus colecciones lleven siempre de su mano altas dosis de genialidad. Un riesgo que él transforma a golpe de puntada en tendencia y que hace que el sol brille pese a que París permanezca oculta y llorosa bajo un caudal de nubarrones. Ayer, el norirlandés presentó en la sede de la Unesco de la capital francesa su creaciones para la temporada otoño/invierno y subrayó la que ya es su seña de identidad: la libertad. Para él, la moda va más allá de patrones, materiales y siluetas (que también). Anderson busca para cada una de sus propuestas una contextualización que ayude al espectador a entender el por qué ha llegado hasta allí. Ese «Nohau» («Know-how») que lleva al límite y no apto para las mentes ortodoxas. En esta ocasión quiso «analogizarse» en un mundo donde la tecnología nos ha convertido en seres binarios. Por eso, para dar la bienvenida a sus invitados revistió las paredes del edificio de Naciones Unidas con mini retratos de personajes de los siglos XVI y XVII, conocidos y anónimos, una antesala de lo que estaba por venir.

Nostalgia y futuro

Y así, ante la intensa mirada de una minúscula María Reina de Escocia y la perplejidad de Carlos I de España, desfilaron sus musas cargadas de nostalgia y futuro. Conceptos, para Anderson, irremediablemente inseparables. Gabardinas con «patchwork» de ajedrez, abrigos de kimono, vestidos soberbios de cuero liso acabados en la parte inferior en una mullida piel blanca, trajes de chaqueta exquisitos, negros y a rayas e, incluso, una prenda que marcó el cierre del desfile donde las chorreras blancas cuidadosamente ubicadas bajo un entallado abrigo negro hicieron las delicias de los presentes. Jugó, como ya viene siendo su tónica habitual, con las capas, la superposición de materiales y formas. Las muselinas de organdí y organza maridaban con el punto acanalado en algunos de los diseños. Fue como si los protagonistas de los cuadros que decoraban la sala saltaran de su marco a la pasarela. Una especie de clasicismo en pleno siglo XXI. En la paleta de colores destacaron las gamas más oscuras con ciertos destellos de azafrán y bermellón. La seda también se hizo notar, al igual que los tejidos de mezclilla. Predominaron las faldas hasta los tobillos con aberturas, así como los pantalones sastre. Como puntos discordantes de la colección y que siempre animan los desfiles, sacó a la palestra una sudadera blanca con «bolones» de diferentes tamaños.

Una apuesta galáctica arriesgada que completó con otra falda plateada realizada a base de una suerte de fustas. Como ya se había descubierto en la campaña de Loewe, las modelos portaron un sombrero de hélice inspirado en Coret, un sombrerero que triunfó en los años 50 en San Francisco y que guarda cierto paralelismo con las orejas de Micky Mouse. Sobre el suelo negro de la «catwalk» sobresalieron las botas de plataforma con tacón en forma de cáliz de madera de haya. Y como siempre, una revisión de sus bolsos estrella. En esta ocasión el Box Calf Lantern, con espejo y luz en su interior.