Moda
La pandemia de los bajos a rastras
Las calles, más limpias, y los pasillos, sin pelusas. Esa será la máxima ventaja de una de las tendencias de temporada
Bajos para el arrastre. Hasta el punto de acumular una mugre propiciadora de un nuevo confinamiento pandémico. Se lo habrás visto a la influencer de turno. A la aristócrata de patadas ecuestres. A la mocatriz que no falla en el photocall de cartón pluma de temporada. Al verlas a todas ellas con sus prendas por los suelos, resulta inevitable deducir que se viene una tendencia que lo mismo han copiado de una pasarela. O tal vez la hayan importado de una coolhunter viajada que se pasó ensuciándose sus prendas sin ajustar de largo a golpe de atravesar de un lado a otro durante 48 horas sin descanso un paso de cebra de Tokio. De esos que atraviesan medio millar de nipones por minuto. Pues no. Aquello no ha nacido ni de la mente pensante de una estilista ni de un laboratorio marketiniano en Arteixo.
Pura dejadez. Desidia. Vaguería. Pereza en categoría de pecado capital llevado a la percha. Cochambre en su fase más básica.
Llevar los pantalones o la falda de esa guisa no es una moda. Es un ‘aarg’ de la revista Cuore llevado con disimulo por aquellas celebrities que no tienen quien las quiera o quien las cosa.
O lo que es lo mismo. Señoras a las que se les ha prestado o regalado una prenda de un atelier, de una tienda o por envío ‘amazónico’ y no se han molestado ni tan siquiera en tantear ancho y largo frente al espejo y hacerse un apaño de dobladillo con un poco de cinta aislante de doble cara. Porque, por supuesto, la única aguja que han visto de cerca es la de La Bella Durmiente de Walt en pantalla grande y sin remasterización. Ellas recibieron el paquete, abrieron el envoltorio no reciclable, estiraron el trapo en cuestión encima de la cama durante no más de quince minutos… y tal cual se lo enfundaron. Les venía grande, pero da igual. ¡A la calle con lo puesto! Por si cuela. No, no cuela.
Recuerde que la madre de usted nunca le dejaría salir de casa de esa guisa. Menos aún, entrar. Y a buen seguro que se le reservaría el derecho de admisión al más puro estilo Bolaños en un estrado en la Puerta del Sol. Ningún protocolo en su sano juicio lo permitiría.
Que si se quiere ir a ras de suelo, se puede. Pero en condiciones. Revísese el otoño ya olvidado, en el que alguna que otra se ha dejado ver con los pantalones puddle. Lo que viene a ser un charco en español. Es decir, con un largo tan largo que roza el adoquín, pero sin fregarlo. Pero rozar no significa barrer ácaros, pelusas y dejarse parte de la prenda por el camino hasta lograr un efecto roído. Sean en modo campana, safari, sastre, cargo…, no están llamados a consumirse en la primera puesta. Ni en la segunda. Lo mismo da en jeans que en lino, con raya diplomática o con lentejuelas. El puddle sabe dónde empieza y donde acaba. De la misma manera que ni por asomo se puede confundir un pesquero con un capri, y menos aún con un pirata, que nunca favorece, se mire por donde se mire.
Mejor úsese el término puddle, mal que le pese a la RAE, porque traducirlo como pantalones ‘charco’ hace que pierda todo el glamour aunque te lo cante Gene Kelly con farola y paraguas en mano. El caso es que además de largo, va holgado en patronaje para regalar comodidad y adentrarse en un look streetstyle con toque masculino inherente. Puede ser más que favorecedor cuando se combina con una camisa o camiseta slim fit que rompa la tentación de abusar del oversize. Eso sí, no se veta a los blazers extralargos y extragrandes.
Y luego está el trampantojo puddle. Sí, ese juego de magia que busca engañar al ojo haciendo ver lo que en realidad no es así y que Banksy borda como nadie en las paredes de medio mundo. Si no se quiere llevar los pantalones al límite, su alternativa son las botas joots, que coló JW Anderson para Loewe en su colección del invierno pasado. Son algo así como si se sumara un aplique del final de un vaquero por encima de un botín o zapato de tacón de punta afilada. No ha debido de ser ocurrencia desorbitada la de Jonathan cuando ya la han declinado para el pre-fall 2023 tanto Givenchy como R13 evolucionado el botín a bota y el recorte final del pantalón en una altura casi rodillera.
El caso es que hasta Kate Middleton se ha dejado querer por los puddle. Querer, que no engañar. Porque no verán a la princesa de Gales, ni en el día más descastado que pudiera tener en toda su real vida, que un bajo se le escape un milímetro más de lo que da de sí el tacón y se le enfangue. Antes se reconcilia con Megan. Porque en la justa medida está el gusto y el estilo. Y para la que no acabe de cogerle el punto, no se deje arrastrar. Siempre está la opción del dobladillo. Interior o exterior. Un apaño. Que para mejor será.
✕
Accede a tu cuenta para comentar