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Los libros de la semana: de las cucarachas del Brexit al Prado de Bacon

Entre las novedades de la semana destaca el regreso de Ian McEwan, con una sátira en la línea de Kafka sobre la Gran Bretaña actual, y Marianna Salzmann se cuestiona sobre el concepto de género

«Tres estudios de Lucien Freud», de Francis Bacon
«Tres estudios de Lucien Freud», de Francis Baconlarazon

Una gran bretaña de cucarachas

«Aquella mañana, al despertar de un intranquilo sueño, Jim Sams, inteligente pero de ningún modo profundo, se vio convertido en una criatura gigantesca», dice la primera línea de «La cucaracha», la nueva y breve novela de Ian McEwan, en un claro guiño al inicio de «La metamorfosis» de Kafka, aunque, en esta sátira contemporánea sobre el Brexit y los tiempos actuales, lo kafkiano, más que un clima o una atomósfera, es, antes que nada, una excusa para mostrar, sino lo kafkiano, al menos su reverso en todo sentido.
Porque en esta metamorfosis a la inversa, Jim Sams no es un hombre que una mañana se despierta convertido en una cucaracha, sino una cucaracha que descubre que se ha transformado en una inmensa criatura humana. Y no solo en eso: también se da cuenta, mientras reconococe sus extremidades y su cavidad bucal, que es el primer ministro de un Reino Unido que acaba de irse de Europa y, todo parece indicarlo, se encamina hacia un desastre económico y político. En todo caso, es poco lo que Jim Sams puede hacer: los miembros de su gabinete, curiosamente, también son cucarachas que, transformadas en gigantes seres humanos, se mueven a sus anchas por los largos pasillos del poder.
Lejos de sus grandes novelas como «Niños en el tiempo», «El placer del viajero» o «Amor perdurable», obras sostenidas por la inquietud y por la sensación de un temor amenazante, en «La cucaracha» McEwan parece dejar de lado la seriedad y lo kafkiano como un mero adjetivo literario y mostrarlo, en cambio, como una metáfora de la realidad o, en el peor de los casos, como la realidad misma. Porque lo primero que se le ocurre al primer ministro Jim Sams para torcer el destino irreversible del Reino Unido es apoyarse en la soberanía del pueblo y trazar un plan económico inspirado en el «reversionismo», una teoría que consiste en cambiar la dirección del flujo del dinero y pagar por trabajar y recibir dinero por comprar, una fórmula «mágica» que solucionará todos los problemas del país.
Dosis de humor
Pero la trama, más allá de su previsible desenlace, es poco lo que importa en esta novela pergeñada casi exclusivamente como una parodia sobre el presente del Reino Unido. Porque lo que la sostiene, al fin y al cabo, son las pequeñas dosis de humor que McEwan dispersa a lo largo de todo el relato. Bromas sobre el presidente de los Estados Unidos, que no es Donald Trump sino una especie de cocinero de aquél, y chascarrillos sobre el populismo y su retórica, sobre la Prensa sensacionalista y las artimañas que tejen los miembros del gobierno para conservar el poder. Así, la referencia a «La metamorfosis» parece, de algún modo, una parodia más dentro del escenario kafiano que McEwan compone alrededor del Brexit. En ese sentido, como sátira, «La cucaracha» transmite quizá la idea de que el Brexit no es más que una decisión sin sentido, tan descabellada como cambiar el sentido del flujo del dinero, tan kafkiana como una parodia del propio Kafka.
Diego GÁNDARA

Bacon, casi en primera persona

El aclamado escritor Jonathan Littell –autor de la exitosa novela «Las benévolas» (2006)– siempre ha tenido en el ensayo artístico uno de los pilares esenciales de su producción literaria. Con «Tríptico. Tres estudios sobre Francis Bacon», el autor franco-estadounidense se sumerge en el universo de uno de los pintores más reconocibles y, al mismo tiempo, más enigmáticos del siglo XX. Y lo hace no tanto desde el acatamiento de la ortodoxia académica, sino por medio del despliegue de un «análisis vivencial» con el que el lector empatiza desde el primer momento. Los tres textos que componen este volumen diseccionan la obra de Bacon a partir de una maquinaria interpretativa caracterizada por lo que se podría denominar como un «rigor en primera persona»: de un lado, Littell hace acopio de las suficientes citas y referencias como para demostrar su manejo solvente de los códigos de la crítica y teoría del arte; de otro, todo este vasto conocimiento se halla diluido en una estructura narrativa con toques autobiográficos y que confiere una inusual flexibilidad y «blandura disciplinar» al tradicional estudio artístico.
Una visita al Prado
De esta manera, la enorme erudición de la que hace gala Littell es pulida hasta perder esa dimensión áspera que, con frecuencia, adquieren los análisis más enraizados en la tradición académica. El «tríptico» que Littell propone sobre la pintura de Bacon pretende ofrecer una visión integral de ésta: la primera parte surge de una visita al Museo del Prado y perfila el sentido del diálogo que el artista irlandés mantuvo con grandes maestros de la historia, Velázquez y Goya, fundamentalmente. La segunda sección se detiene en aquellos elementos visuales de los que Bacon se sirve reiteradamente para construir sus figuras: la boca abierta, las miradas, la condición hermafrodita de sus personajes, etc... Y, en el tercer y último capítulo, establece un fascinante paralelismo entre la pintura de Bacon y la bizantina a fin de elucidar algunas de las claves de las que se valió para lograr el imperativo de unos «cuadros verdaderos».
En cada una de estas tres piezas, el escritor se desliza de una idea a otra con la fluidez y la naturalidad de quien no responde a sistematizaciones. El propio análisis de los cuadros se convierte en un ejercicio plástico que los desentraña conceptual y emocionalmente. El acto de escribir supone, en sí mismo, una reconstrucción del acto de pintar. Del mismo modo que Bacon pensaba con los pinceles, Littell piensa la pintura de Bacon con la plasticidad de las palabras. La única manera de capturar la génesis intuitiva de cada una de las pinturas analizadas es interiorizar su verdad en el mismo acto de escribir.
Pedro Alberto CRUZ

Si Jane Austen hubiese sido sueca...

La historia de Fredrika Bremer es digna de conocerse. Nació en 1801 en Åbo (hoy Turku, en Finlandia) y se mudó de niña a la ciudad de Estocolmo, cerca de la cual sus padres compraron un castillo del siglo XVII. Desde muy joven colaboró con instituciones benéficas y, con el fin de recaudar dinero para estas, se dispuso a escribir. Tras el éxito de una serie de esbozos de la vida cotidiana (de 1828 a 1858), se entregó a la literatura y se forjó la imagen de una «Jane Austen sueca» –así fue como se promocionó su obra en Estados Unidos– cuando publicó esta novela (traducción de Carmen Montes Cano) en 1837. Pionera en los derechos de los niños, las mujeres y los presos, Bremer cuenta aquí la vida de Fransiska, casada con un médico al que llama Oso y de la que habla por medio de cartas que envía a una amiga. La arriesgada opción epistolar queda muy bien resuelta en un texto realmente entretenido e ingenioso que recibió la admiración de Charlotte Brontë, Louisa May Alcott y Elizabeth Gaskell.
«Los vecinos» (1837) es, así, una suerte de diario íntimo de su protagonista, de veintisiete años, y también la recreación de toda una comunidad rural –ambientada en la región de Smolandia– y el retrato de su relación conyugal y la que mantiene con el resto de familiares, en especial, su suegra, la intimidatoria baronesa Mansfelt, que tiene una forma muy particular de expresarse, con dichos y refranes. En todo ese día a día llegará un momento de inflexión que impulsará el argumento cuando un enigmático hombre alquila una casa adyacente y su presencia desata todo tipo de extravagantes rumores, como si es un espía, un asesino o un exiliado; en todo caso, el nuevo elemento perturbará la existencia anodina de un lugar remoto que, por medio del talento de Bremer, cobra un interés y una gracia exquisitos.
Toni MONTESINOS

¿Eres mujer o un elefante?

Hacía tiempo que no leía una voz tan salvaje, lírica e intensa. Sasha Marianna Salzmann, moja en la tinta de su vida para construir el personaje de Alissa, que desconfia de todo: de su lengua materna, el ruso, de su país de origen, y sobre todo, de las historias soñadoras e inventadas de sus padres y abuelos. Nada es como parece, todo es cuestionable en esta historia que aborda temas como la memoria, la identidad o la migración, cuando se replantea si el idioma, la nacionalidad o el género son importantes para nuestra autodefinición. La protagonista, de adulta, parecerá buscar a su hermano gemelo pero realmente tratará de hallar su propia identidad. Rastrear el paradero de Antón se convertirá en un viaje de piel hacia adentro, en el que no olvidará dibujar con destreza instantáneas de las vidas de varias generaciones de su familia, para revelar cómo judíos sobrevivieron a eventos tan implacables de la Rusia del siglo XX, la Segunda Guerra Mundial, las purgas de Stalin o la caída del comunismo. Los gemelos Alissa y Antón nacen en el Moscú postsoviético, en Volgogrado, como la propia autora. Transcurridos pocos años, su familia emigra a Alemania, donde crecen, estudian y empiezan la Universidad, no sin antes pasar por una casa de asilados, el ático sobre una funeraria con olor a formaldeído.
Acceso a la testosterona
En su país natal fueron insultados como judíos, en la nueva Alemania, golpeados como rusos... Ya no tienen idea de lo que significa tener una patria; cuanto más dura es su vida, más unidos se sienten los hermanos... hasta que un día, Antón desaparece. El único rastro de él procede de una postal de Estambul. La joven se dirigirá hasta allí en busca de su hermano para darse de bruces con una ciudad impregnada de cambios que terminará convirtiendo su indagación en un viaje de conexión y pertenencia, puesto que durante muchas páginas el lector no tendrá claro si realmente persigue a Antón o a su propio reflejo. La trama se divide y expande; se disuelve y se vuelve a construir. Sirviéndose de un lenguaje cambiante dibuja su narrativa en el medio de este retrato generacional, que no es otro que personal.
Se percibe que la narradora desconfía de todo: de su propia lengua, de la migración, del antisemitismo o de la identidad... Ali se desvelará a sí misma el deseo interno de cambiar de género. Cuando era niña, luchaba contra su rol femenino y anhelaba un cabello corto, como el de su hermano. Sus padres la reconvenían: «¿Y si no soy una mujer?»; respuesta: «entonces, ¿qué eres, un elefante?». Pero en Estambul es libre: el acceso a la testosterona es fácil porque se obtiene en la calle... Y conocer a gente transgénero, será decisivo en su determinación. Salzmann es una narradora sensual y cautivadora que envía a sus personajes de una metamorfosis a la siguiente. Al final, ¿qué nos queda, si elimina todos los puntos de referencia de su identidad, como el hogar, los lazos de sangre e incluso el género? Sólo su auténtico yo; la búsqueda de la identidad que se convierte en la identidad misma.
Ángeles LÓPEZ