Cádiz

Caer tan alto

La Historia ha dejado huellas profundas que se asoman a la vuelta de cada esquina y hacen que sea fácil pasar un día maravilloso por la milenaria Gades

La Historia ha dejado huellas profundas que se asoman a la vuelta de cada esquina y hacen que sea fácil pasar un día maravilloso por la milenaria Gades

El título es del siempre genial Alvite y lo ponía en boca de uno de sus personajes asiduos al Savoy. Se lo tomo prestado porque le va como anillo al dedo de fastuosos brillantes como los de la Baronesa a Cádiz. No es que haya pasado la historia por esta ciudad, es que le ha pasado la historia entera, el puerto más antiguo donde han atracado todas las civilizaciones y, claro está, muchos pueblos que tenían pendiente civilizarse. En tantos siglos unas veces le ha tocado ser la estrella, otras tantas la actriz de carácter y no pocas «partiquina», como llaman los argentinos a los personajes secundarios. En cualquier circunstancia, por mucho que los vientos hayan azotado, ninguna ciudad ha caído tan alto. Pero todas estas historias han dejado huellas profundas que se asoman a la vuelta de cada esquina. En los primeros días del año me entró –me suele pasar a menudo– mono de Cádiz. Cuando esto pasa no hay metadona que te alivie el deseo imperativo de pasear, de oler, de vivir un día gaditano. Quiero contarles lo fácil que es pasar un día maravilloso solo con pasear por la milenaria Gades. Quise hacer el viaje como cuando era un niño, en tren: Utrera, Jerez, El Puerto de Santa María... Ya saben, el que quiera de vinos saber que se vaya del Puerto a Jerez. Puerto Real, San Fernando y por fin Cádiz, como dice la copla, este recorrido es que tiene canela y azúcar. Cómo me la maravillaría yo. Fácil, dejándote llevar, sin prisas, paradita en ese bar cerca del mercado, donde el cazón en adobo te devuelve a sabores casi olvidados. No deje de entrar en cualquier iglesia que salga a su paso, son todas maravillosas. La vida que bulle en el antiguo mercado, felizmente restaurado (no todo lo que se restaura te da felicidad) y callejear hasta el Faro donde te aguardan las mejores tortillas de camarones que comerse puedan. Y rematar con café, puro y copa en la mismísima playa de la Caleta, que el tiempo lo permitía. Como decía el maestro Burgos, ya no sabes si estás en la Habana, Puerto Rico... Y es que todas son hijas de la milenaria y joven Cádiz.