Política

Andalucía

El llanto de ella

Susana Díaz en la capilla ardiente de Alfredo Pérez Rubalcaba / Foto: Cristina Bejarano
Susana Díaz en la capilla ardiente de Alfredo Pérez Rubalcaba / Foto: Cristina Bejaranolarazon

Grazalema, Zahara de la Sierra y... ¡Constantina! En un debate preelectoral de 2011, Mariano Rajoy escabechaba a Alfredo Pérez Rubalcaba, que en la legislatura saliente era diputado cunero por Cádiz, cuando quiso, con esa memoria apabullante del opositor que nunca ha dejado de ser, enumerar algunas localidades de la serranía gaditana. Coló de rondón a Constantina, que está en la provincia de Sevilla, casi en la linde de la de Badajoz, pero el ministro del Interior en funciones, más ducho en Química y conspiraciones que en Geografía, no lo sacó de su error. Nacido en Cantabria y residente toda su vida en Madrid, fue electo en Cortes por esas dos circunscripciones, además de por Toledo y Cádiz, a la que estaba unido por algunas escapadas a su litoral, más de fin de semana que en vacaciones. Uno de los motivos, no lo suficientemente estudiado, del desapego ciudadano hacia el sistema democrático es la obsesión centrípeta de los aparatos de los partidos, empeñados en despreciar minuciosamente a las provincias: «Paso la primera semana del año en Rota», justificó su sucesor, Fernando Grande-Marlaska su envío como paracaidista también a Cádiz. (Sin distinción de colores: Rafael Hernando es congresista por Almería sin distinguir Écija de El Ejido.) Rubalcaba, cuando dimitió en 2014, legó para el lapidario nacional una frase, «en España se entierra mejor que en ningún sitio», que su alma inmortal habrá tenido ocasión de comprobar cuán cierta es, pues es difícil recordar unas exequias más pomposas y unánimes para alguien que fue tan vituperado en vida, últimamente por sus propios conmilitones. Sólo Susana Díaz derramaba lágrimas de verdad por quien fue su rival primero y su (fallido) mentor después. O, a lo peor, lloraba lacerada por la peor de las nostalgias: la del «hubiera podido ser».