Sevilla

El misterio Obama

Un batallón de expertos debatiendo cómo vender mejor los activos del turismo y se corre un tupido velo sobre los gustos culinarios del marido de Michelle

Un batallón de expertos debatiendo cómo vender mejor los activos del turismo y se corre un tupido velo sobre los gustos culinarios del marido de Michelle

Las tapas que se comió Barack Obama durante su visita a Sevilla se quedan fuera de la crónica de su estancia en España. Un batallón de expertos debatiendo cómo vender mejor los activos del turismo y se corre un tupido velo sobre los gustos culinarios del marido de Michelle, «ma belle», con lo bien que le vendría al tabernero que todos los guiris vinieran a zamparse irracionalmente los manjares que volvieron loco al ex presidente norteamericano. No hay nada que decir, secreto hispalense que luego nos lo copian, claro, para qué vamos a promocionar lo que queremos vender. Vino Obama para dejar atónitos a los que saben de destinos y viajes porque les contó que ver mundo, salir de casa y compartir con tu familia un espacio distinto al salón de tu casa son aspectos esenciales para desarrollarse como seres humanos. Gracias Barack, gracias por inventarnos el turismo. La vida a veces puede ser un decorado, precioso desde luego, pero un espacio de cartón piedra al fin y al cabo donde el paso del tiempo roe como una lima. A Obama lo trajeron a la Cumbre del Consejo Mundial de Viajes y Turismo con una minuta de unos 367.000 euros por una charla de 45 minutos, para hacernos la foto en el Real Alcázar, para ver lo modernos que somos, para que se nos quede cara de alelados mientras el gusano nos come por dentro. Pura Sevilla, puro Mañana en las previas de la Semana Santa. Puro misterio, como las tapas que se comió.

Vino el Premio Nobel de la Paz, devolviendo a balseros a Cuba, para hacernos sentir un poco más cercanos a José Isbert, Lolita Sevilla y Manolo Morán, para saborearlos mejor en sus personajes, mientras le decimos adiós pensando en aquellas visitas de mandatarios de los años sesenta y setenta que sirvieron para lo mismo que ésta, para hacernos la foto. Hay que llenar las ciudades de hoteles, las plazas de bares, las calles de turistas, aguantar el tirón y aprovechar el momento, que luego ya viene la crisis y se lo lleva todo por delante. Los que vivieron la del 93, la que vino después de la fiesta de la EXPO’92, recuerdan cómo se vino al suelo el sueño de modernidad y progreso en el que nos metieron durante los meses que duró la feria. Luego llegaron las caras largas cuando nos dimos cuenta que ni Curro ni Cobi nos habían abierto la puerta de los países punteros. Como el pabellón que trajo Japón, que fue desmontado y devuelto al país, así se vivió aquel cuerno de la abundancia, muy parecido al que vivimos ahora. El río se ensancha, viene alto el caudal, maravilloso, pero lo malo es que se desborde sin que nos dé tiempo a tomar el olivo. Cuando bajan las aguas nos queda el vacío, la nada que ya éramos.

Con esto de Obama se nos ha vuelto a poner cara de bobos, de no enterarnos de nada, pero hay que venderse. Pedro Sánchez lo intentó y se hizo la foto para preservar su imagen, menguante, de estadista con tratos internacionales. Sánchez se huele lo que está por llegar, pero deja que lo vean con lo mejor del socialismo andaluz aunque aquí no lo traguen, aparentemente. Borrell, Sánchez y Susana Díaz ayer en Sevilla, pelillos a la mar para buscar votos con la daga escondida en la manga izquierda. Se traga saliva y se sale al escenario a gritarles a los convencidos las consignas marca «made in PSOE». Autobuses, bocadillos y banderitas, otro acto más de una ficción política que se ha olvidado de los ciudadanos porque confunde administrados con afiliados. Qué mal le sienta al socialismo de libro que se recalque que mezclar a las instituciones con el partido fue la simiente de esta ruptura sin frenos que comenzó hace diez años. Manuel Chaves se bajó del tren y dejó en los mandos a Griñán, encargado de tragarse los sapos de la corrupción que ya empezaba a aflorar por las rendijas de la Junta. ¿Corrupción? La misma que uno tras otro, caso por caso, desmonta el archivador de la juez Núñez a toda pastilla. Como dijo Fernando VII: «Aquí no ha pasado nada». Bueno, una década ofrece el tiempo suficiente para observar con perspectiva cómo éramos y en qué nos hemos convertido. Se cayeron muchos mitos en este tránsito hacia la nada política, se perdieron tantas cosas, en primer lugar la esperanza, cuando en el banquillo se sentaron las mismas caras que te contaban que vivías, sin saberlo, en Baviera o en la California de Europa. Pero ahora, puede que entonces, cuando Chaves se marchó aún pensara que el PSOE sería un espacio imbatible para el confort, real o intelectual, de los más de 65.000 militantes que daban codazos por entrar en algunos de los comederos institucionales del sistema. Los mismos que ahora se ponen las manos en jarra cuando escuchan que hay quien trama un partido andaluz, independiente de Ferraz, pero con el amparo de la marca para no perder la comba y distraer al paisanaje. Es decir, se sienten huérfanos, fuera de sitio, notando el frío que hace fuera. Pensar ahora en la época de Chaves es hacerlo como se mira un retablo medieval, repartido en las escenas más importantes de la vida del santo. Desde la feliz tortilla con la aristocracia del partido hasta el martirio de la toma de posesión de Juanma Moreno, pasando por las horas difíciles del juzgado. Diez años de aquel Domingo de Ramos, de palmas, a este domingo con pregón, Obama y resaca turística. Nada por aquí, nada por allá.