Política

Las caras de una moneda

Es siempre algo recurrente acudir al presentar dos realidades distintas, a las dos caras de una misma moneda, la cara y la cruz –tampoco sabemos a ciencia cierta cual de las dos es la buena–. En los últimos días he estado pensando mucho en esto. Todo surgió cuando acudí a una misa funeral. En su homilía, el oficiante nos dijo que el eminente y respetado fallecido era, como todos los que estábamos en la iglesia, un triste pecador. La etiqueta que acababa de colgar al difunto y a los cientos de personas que abarrotaban la gran iglesia ni me gusto, ni me pareció acertada. No hace mucho el Papa Francisco reprendía a los obispos y sacerdotes que presentan a Dios y a su iglesia como triste y tenebrosa, quería una iglesia de amor y alegría. No es mejor ser alegres pecadores, desde la alegría siempre se encontrarán mejores caminos casi para todo. Los andaluces nos hemos criado en la alegría de la liturgia de la iglesia, sus procesiones, su música, no digamos en la Semana Santa, que no se comete ningún sacrilegio si se afirma que son las mejores fiestas de muchas ciudades y pueblos de esta comunidad. Ya lo dijo hace mucho tiempo el maestro Antonio Burgos: que sabemos el final de Jesús, que nos lo han contado, que el muchacho termina bien. Por lo anterior, he puesto mucha atención a noticias que nos den el perfil de los alegres pecadores. Conocer que un año más España es líder mundial en trasplantes, que el hospital público Virgen del Rocío ha batido el récord en este campo, porque cuando se dan las cifras, los supervivientes a estas delicadísimas intervenciones son mayoría absoluta. Por estos trabajos magníficos también sería bueno sacar otra vez las banderas de España y volverlas a colgar en los balcones. Yo lo he hecho. Por cierto la poca agua que ha caído la semana pasada y el frío nocturno las han dejado tiesas, como de cartón, como esas que regalan los independentistas a las puertas del Camp Nou, sobre todo si es el Real Madrid el que juega, con el que es más que un club. Como estoy en un programa de copla, no puedo evitar que las letras maravillosas de Rafael de León me vengan a la memoria. Por ello a mí también, como a tantos millones de españoles, se me pararon los pulsos cuando saltó de boca de la vicepresidenta un nuevo actor en las negociaciones entre el Gobierno de todos los españoles y el de la autonomía catalana, el «relator», rebuscado nombre. Como es Domingo, le quiero quitar agudos, así que les voy a contar que me sentí como una de las líderes de «Sálvame», Mila Ximénez, cuando dice, «mira que tener que terminar poniéndome al lado de la Pantoja...». Lo mismo, mira que terminar yo dándole la razón al diputado Rufián... Al ser preguntado sobre el relator, el diputado contestó: de relator nada, un intermediario internacional. No se trata, como se ha dicho, de una especie de escribiente que toma notas en una reunión de una comunidad de vecinos. Cristalino Rufián dice la verdad, el que trata de colarte una mentira con muchísima vaselina es el presidente del Gobierno. En la comunidad de vecinos que es España entera hay dos parlamentos donde hablar, negociar, crear comisiones y todo lo que los parlamentarios consideren oportuno, y además unos funcionarios magníficos que toman nota de todo lo que se hable en sede parlamentaria. Como el artículo lo entrego el Viernes, recibo la noticia que la vicepresidenta, siempre equilibrista de palabras y mensaje, da por terminadas las negociaciones; parece ser que con una inteligencia fuera de lo común se ha dado cuenta que lo que quieren los de la Generalidad es la independencia. Yo, que no tengo tanta capacidad, hay algo que no entiendo: si según el CIS, el PSOE obtendría un muy buen resultado frente al PP, ¿cual es el miedo a convocar elecciones? ¿O tampoco Sánchez se cree las referidas encuestas?