Sevilla

Milagro de primavera

La Razón
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A pesar del crecimiento espectacular, de los problemas para acceder, a pesar de los pesares, del botellón juvenil en el que se convierten las calles del Real durante la noche y que se salta la regla de oro de las fiestas andaluzas, beba al tiempo que come. Por eso, durante el día, a pesar de los jinetes, las amazonas, de los enganches y del masivo público, pocos borrachos se ven y menos de los que se ponen patosos. Por la noche, ya es otra cosa. Como decía, a pesar de todo, la Feria de Abril sigue siendo el milagro de la primavera. Y todo milagro convoca a los que quieren verlo, al tiempo de ser ellos vistos. Ésta es la prueba del algodón del éxito de cualquier gran espectáculo. Todos los días vemos en la prensa las fotos de personajes, desde el duque de Alba a su hermana la duquesa de Montoro –que durante un tiempo se autoexilió de Sevilla– con su novio o marido actual –ya saben que la pareja se casó en Las Vegas en una de esas bodas frikis que allí se celebran como un souvenir que recuerde la estancia en la capital mundial del juego–. Ella ha vuelto a estar encantada de la vida y, por tanto, con ganas de juerga y jarana, que decía una conocida sevillana. Otro personaje de peso disfrutando de la fiesta, que hasta hace poco tenía vida muy discreta, es Marta Ortega. Su noviazgo con Roberto Torretta, hombre dedicado al mundo de la imagen, la ha convertido en una habitual de la jet set y sus lugares emblemáticos, entre los que se encuentra Sevilla y sus fiestas de primavera. Otro asunto, las diseñadoras de moda flamenca han crecido exponencialmente. Hasta hace unos años los pilares de esta costura eran trabajadoras que tenían sus pequeños talleres, que con muchas horas de coser, buen gusto y organización, llegaban a ser grandes. Para ejemplo la maestra Lina, reconocida hasta por los grandes de la moda mundial. Ahora ha llegado una hornada nueva que componen jóvenes de un nivel social alto, que a mi parecer prestan y regalan demasiado sus creaciones, sin un mínimo de armazón empresarial. Esto se convierte en una especie de entretenimiento para personas con un buen pasar, pero que quita lugar a las que tienen que mantenerse ellas y sus trabajadoras con los ingresos que producen su trabajo.