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«Si a Dylan le dan el Nobel, Pascual González merece el Balón de Oro»

Entrevista con Julio Muñoz Gijón, periodista y escritor.

Julio Muñoz
Julio Muñozlarazon

Entrevista con Julio Muñoz Gijón, periodista y escritor.

Unas gotas de Atkinsons en la coronilla acartonada por el Patrico crean la culminación de esa obra de arte sevillana que es un rancio momentos antes de salir de su casa un Domingo de Ramos. La ciudad por delante y toda una semana para disfrutar a sus anchas entre nazarenos, pasos y tascas donde refrescarse después de estar en los palcos. Así es Sevilla, creadora de animales urbanos irrepetibles, si New York City vio nacer a The Velvet Underground, Sevilla parió a los Cantores de Híspalis. Ese mundo es el que domina @Rancio, el alter ego de Julio Muñoz Gijón (Sevilla, 1981), que con sus novelas de intriga ha creado ya un género del que «Un hombre-lobo en el Rocío» (El Paseo) es su última aportación.

–¿De verdad que el gotelé es un descubrimiento humano a la altura del la penicilina o la Teoría de la Relatividad?

–(Risas) Hombre, la verdad es que yo creo que al menos está más extendido, además ha hecho mucho por las VPO, por medir a los niños. Creo que es algo que está en nuestra imaginación pero que hay que poner en valor un poquito. Es más, no creo que haya vivido en ninguna casa sin gotelé. De hecho, mi madre una vez le puso valor a la cosa y lo hizo ella con un rodillo, pero hubo que quitarlo porque te dejaba el brazo en carne viva al pasar.

–Esto forma parte de un universo que parece que vuelve.

–La nostalgia nos interesa mucho a todos porque es una manera de recordar cosas pasadas, pero también cómo éramos nosotros entonces. Nos hace volver a ese momento en el que a lo mejor fuimos más felices y teníamos menos problemas. En el fútbol pasa eso mucho porque cuando tienes 13 o 16 años, los jugadores buenos de tu equipo se te quedan marcados de por vida como si fueran balones de oro y a lo mejor no jugaron ni un mundial. En Sevilla y en toda Andalucía hay una especie de ciudad subterránea que no sale en la versión oficial de la Historia, pero que marca el carácter de todos los ciudadanos.

–¿Qué tiene contra los taxistas?

–Bueno, en principio nada, pero es verdad que tienen tópicos que a veces se confirman. Cada vez que tengo que coger un taxi me hace gracia porque son un poco, no violentos pero sí «mosqueones», siempre a la defensiva. Entonces creo que es abusar de un lugar común que es el de que siempre se queja por todo, conservador, que conduce enfadado. Es inevitable que te afecte al carácter y pienses que todo el mundo es gilipollas porque no pone el intermitente. En cualquier caso se trata de una cosa universal, como la Coca Cola, que la puedo tomar yo u Obama.

–Lo que no es lo mismo es la Semana Santa y el Rocío. ¿Cómo se atrevió a cruzar el Quema?

–Pues era la idea principal del tercer libro porque siempre pensé en la Semana Santa, la Feria y el Rocío, lo que pasa es que como empecé con las bromas de Sevilla Este y la gente se lo tomaba tan bien, pues pensé en hacerlo. Había que llegar a la aldea y la verdad es que hay muchos puntos que contar porque todo el mundo la conoce y siempre se pueden sacar muchas historias desde un punto de la realidad.

–Eso es lo mismo que pasa con las anécdotas y la memoria, que todo acaba en una suerte de disparate final que nada tiene que ver con la realidad.

–Absolutamente, no es tanto lo que te pasa, lo que vives, sino cómo lo recordamos. Al final una cosa es lo que uno vive y otra es lo que se recuerda. Con mis colegas a veces comentábamos lo bueno que sería inventarse las cosas en lugar de contarlas como realmente fueron. Por ejemplo, contar que has estado quince días en una cabaña en el Amazonas cuando realmente has estado en Chipiona, que es mucho más cómodo. Adornamos un poco lo que vivimos porque si no sería muy complicado vivir, además de que nos quedamos con los recuerdos buenos y los malos se nos olvidan.

–Es más difícil el mundo rociero o el capillita.

–Pues no lo he visto más difícil, no especialmente, porque mi padrastro es antropólogo y ese mundo lo tenía muy bien estudiado. Es verdad que en mi entorno tengo a mucha más gente capillita que rociera, aunque son conjuntos comunes, pero por otro lado los reportajes que he hecho con «España Directo» me han servido para conocer mejor la historia. Por ejemplo, yo no podría escribir una novela sobre los «castellets» catalanes, siempre tengo que tener un punto de verdad para que la gente sepa de qué va la cosa. Hay quien dice que haga un rancio valenciano o gallego, pero no tengo ni puta idea del universo rancio en Pontevedra. Al final tienes que tener un poco de verdad y contar cosas que conoces.

–¿Para ser rancio qué hace falta?

–Pues no creo que haya que tener algo porque no es algo que se elija, si me hubieran dicho si quiero ser rancio hace un tiempo hubiera dicho que no, pero el problema es que te reconoces como tal. Te das cuenta de que echas de menos cosas cuando te vas de Sevilla que nunca pensabas que podían pasar. La primera vez que escuché la versión de «My way» de los Siempre Así en Madrid se me puso la carne de gallina desde el tobillo hasta el cuello. Es una sensación que tienes y que no puedes explicar, pero es parte de una identidad en un mundo globalizado.

–¿Su mundo ha cambiado mucho desde aquel tuit «Montaditos o muerte»?

–Me parecía impensable escribir un libro y ya llevo cinco. Imagínate que te das cuenta de que la gente se lo pasa bien con tu manera de ser; es muy chulo. Los actores dicen que ellos hacen un personaje, pero las cosas que yo pongo en Twitter las pienso exactamente igual y las digo en mi día a día.

–¿Pascual Gónzalez merece más el Nobel de Literatura que Bob Dylan?

–(Risa profunda) No puedo... (risas) Mira, si a Dylan le dan el Nobel, Pascual González merece el Balón de Oro (risas). Me ha sorprendido el premio, pero no sé qué pensar, si está bien abrirse a otros o no, pero a la vez pienso en lo mal que lo tiene que estar pasando Murakami (risas).