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Sitges aplaude un hoyo en uno

“El hoyo” sorprende tras su exitoso paso por Toronto y Austin con su parábola distópica

Una imagen de “El hoyo”
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“El hoyo” sorprende tras su exitoso paso por Toronto y Austin con su parábola distópica

Belén Ortiga miró su bolso y vio que todavía tenía el bocadillo que se había guardado en el desayuno. Era de jamón. Había sido de jamón. Ahora no parecía que fuese de nada. Lo iba a tirar a la basura, pero no le gustaba tirar comida, así que la dejó sobre la butaca que tenía al lado en el cine. Hay gestos que ayudan a mitigar nuestras culpabilidades burguesas. Estaba allí para ver “El hoyo”, la ópera prima del bilbaino Galder Gaztelu-Urrutia, un thriller distópico que ya había recibido muy buena prensa desde su paso por los festivales de Toronto y Austin y cuyos derechos acababa de comprar Netflix. “¿Está ocupada?”, oyó entonces que le preguntaba un hombre delgado con sombrero. Por un segundo temió que fuera un comisario atrapa tiradoras de bocadillos. No, no lo era. Belén afirmó que no estaba ocupada y el hombre se quitó el sombrero, apartó el bocadillo y lo dejó en la siguiente butaca. Por un segundo Belén pensó que el bocadillo tenía mejor asiento que ella y se preguntó que, si se hubiese comido el bocadillo en el desayuno, quizá aquel hombre no se hubiera sentado nunca a su lado.

La película empezó y a Belén le entró hambre. Presenta una especie de presidio futurista que funciona como un rascacielos jerárquico. Los pisos de arriba reciben la comida del día y tiran abajo lo que les ha sobrado para el siguiente nivel. Así hasta el final. En los últimos, no queda prácticamente nada. Belén pensó en su bocadillo y se sintió una miserable. Lo buscó con la mirada, pero toda la fila estaba llena de gente. Lo encontró en la última butaca junto al pasillo que va al lavabo. “No queríamos hacer una historia de ricos contra pobres, sino una reflexión sobre lo que hacemos cada uno dependiendo de la situación en la que estamos. En realidad, todas las personas somos muy parecidas, y dependiendo de lo que te ha tocado en la vida haces una cosa u otra”, dijo Gaztelu-Urrutia después de la proyección. Belén pensó en lo que le había tocado vivir a ella y se dijo que si fuera rica sería la mujer más generosa del mundo. Los pobres tienen este tonto consuelo, siempre pueden pensar que serían mejores si fueran ricos. Los ricos son malos y punto, sin posibilidad de redención. “Pero no hemos querido dar sermones, ni ser doctrinarios, ni intentar dar respuestas, porque no somos nadie para hacerlo”, añadió Gaztelu-Urruti. Belén se levantó y se preguntó, ¿por qué? No le caían bien los ricos.

”El hoyo” está protagonizada por Iván Massagué, Antonia San Juan, Zorion Eguileor y Emilio Buale, entre otros, El guión tiene una larga historia, que se remonta a hace una década, cuando la trama estaba pensada como obra de teatro. El responsable es David Desola, con la colaboración posterior de Pedro Rivero. “La película es una especie de parábola de cómo una persona puede aprovecharse de estar en un nivel superior a otra persona, sin tener en cuenta que al mes siguiente puede bajar ella al nivel 220. Por ejemplo, ante la crisis migratoria en el Mediterráneo hay por parte de algunos países una falta de empatía hacía el problema, cuando ellos han sufrido lo mismo hace cuatro días y quizá lo volverán a sufrir en el futuro”, señaló Rivero. Belén ahora sí que se sentía miserable por haber dejado tirado al bocadillo. “Pero no hemos querido dar sermones...”, repitió Gaztelu-Urrutia y Belén gritó, “¡pues hacer las cosas sin querer es cruel!”

La película es un delirio ejemplar y abrumador, con un Iván Massagué que tuvo que adelgazar doce kilos para interpretar al pobre Goreng. También excelente está Antonia San Juan que hacía catorce años que no participaba en una película, en la también perturbadora “La caja”. “El teatro es como un marido y el cine es como un amante que va y viene”, señaló la actriz. Belén volvió al cine dispuesta a recuperar el bocadillo y comérselo pasase lo que pasase o al menos buscar a alguien hambriento que se lo comiera. Tanto daba. Sin embargo, no lo encontró, no estaba allí. “¿Ha visto un bocadillo?”, preguntó a los responsables de limpieza de la sala. “No lo sé, ¿tenía el pelo largo?”, bromeó el chico y le contó que después de cada proyección tiraba una media de 12 trozos de bocadillo y tres enteros. “¿Y los tiran?” “Hombre, no vamos por ahí comiendo sobras”. Iba a contestar algo inteligente, pero no se sintió inteligente, se sintió fatal.