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Un jesuita argentino

La Razón
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No se le puede negar al Espíritu Santo por lo menos intuición a la hora de elegir al nuevo Papa. La combinación entre jesuita y argentino, como mínimo, promete dos cosas, inteligencia y capacidad de comunicación. Si a eso sumamos que a raíz de las noticias que nos aparecen del Santo Padre todo parece indicar que estamos ante un hombre sencillo, que viajaba en metro, escasamente proclive a la pompa de la púrpura y aficionado al fútbol, me da que la inspiración divina ha sido de lo más acertada.

Los católicos somos una especie múltiple y variada, desde aquellos que se creen muy buenos, porque cumplen formalmente, rezan todo el día aunque luego les escasee el amor al prójimo, hasta a aquellos otros de creencias básicas y dudas trascendentes, pero que intentan cumplir con aquello que como hombres nos dignifica y que, en el fondo, es la esencia de las enseñanzas de Jesús.

La Iglesia lleva dos mil años sorteando todo tipo de enemigos, a veces externos y a veces internos. Ha visto caer a todo tipo de regímenes políticos, nacer y disolverse naciones; ha evolucionado al ritmo que ella creía que debía evolucionar, no al que han pretendido marcarle, precisamente, quienes se declaran no creyentes. El resultado es su pervivencia.

A priori me gusta Francisco I, como católico de filas que soy, ya que, aunque no perfecto, desde luego en muchos actos de la vida ha estado y está siempre presente aquello que de pequeño me enseñaron y aquello que he querido transmitir a mis hijos, la esencia de unos valores que luego cada uno aplica como siente.