La nueva vida de «El Rafita» en la cárcel de Valdemoro

Rafael Fernández García pasó ayer su segunda noche en un centro penitenciario para adultos. Conoció la privación de libertad cuando sólo contaba con 14 años, cuando fue juzgado por el caso de Sandra Palo junto con otros tres criminales más. Entonces, fue condenado por un Juzgado de menores y le aplicaron cuatro años de internamiento en un centro de menores y otros tres años de libertad vigilada.

Desde entonces, incluso durante la última parte de la pena, ha seguido delinquiendo hasta en una docena de ocasiones. Sin embargo, hasta ahora, las consecuencias más graves que había sufrido habían sido pasar un par de noches calabozos de dependencias policiales o judiciales, nunca en un centro penitenciario.

Persecución y detención

Su suerte, sin embargo, cambió la noche del viernes, cuando fue detenido por los agentes de la Policía Local de Getafe tras intentar embestir a uno de los agentes mientras conducía una moto sin matrícula y sin luces. Ocurrió en una zona de Perales del Río cercana a la Cañada Real y al poblado conocido como Ventorro de la Puñalá. Tras una breve visita al ambulatorio de Los Ángeles, fue trasladado a la comisaría de Policía Nacional de Getafe, donde le pusieron a disposición judicial el día siguiente. El sábado se encontraba de guardia el Juzgado de Instrucción número 7 de Getafe, que se hizo cargo del caso.

Su titular, Javier Abellá López –o quizás un juez sustituto– ha sido el encargado de mandar a «El Rafita» a la cárcel –algo que ningún juez había hecho a lo largo de sus últimos siete años de actividad delictiva– dado el largo historial de detenciones policiales que acumulaba y porque, además, tenía una requisitoria judicial, según fuentes policiales. «El juez habrá considerado el alto riesgo de fuga que existe», sostienen las mismas fuentes.

Así, hasta que se señale su juicio o su abogado consiga revocar la actual decisión judicial, «El Rafita» será uno de los internos del centro penitenciario Madrid III, Valdemoro. Tendrá que aprender a convivir con los reclusos, quienes probablemente no le reciban muy bien al saber quién es.