Historia

Angel del Río

Madrid quiere recuperar el corazón del tenor Anselmi

Se cumplen 90 años desde que se trajese a España en paquete postal. Lo donó en testamento al Museo del Teatro Real y, tras la Guerra Civil, fue rescatado de entre los escombros

Fernando José de Larra, quien fuera director del Museo en su despacho en 1945 contempla el corazón
Fernando José de Larra, quien fuera director del Museo en su despacho en 1945 contempla el corazónlarazon

Giuseppe Anselmi, tenor siciliano, tuvo un largo idilio con Madrid, con el Teatro Real y sus admiradores madrileños. Falleció en 1929.

Giuseppe Anselmi, tenor siciliano, tuvo un largo idilio con Madrid, con el Teatro Real y sus admiradores madrileños. Falleció en 1929, y dejó escrito lo siguiente: «Ordeno que mi cuerpo sea incinerado. Antes de la cremación será extirpado de mi pecho mi corazón y llevado al Teatro Real de Madrid, para que se conserve, tal y como he prometido, en una urna al lado del busto del gran tenor Julián Gayarre».

Se cumplieron los deseos del tenor italiano, pero una serie de acontecimientos hicieron que el órgano quedara bajo los escombros del Real durante la Guerra Civil. Una vez rescatado, y después de varios traslados, fue a parar al Museo del Teatro de Almagro, donde actualmente se expone, dentro de una urna de plata. Pero Madrid quiere recuperar el corazón de Anselmi, pues a esta ciudad lo donó el artista siciliano, y debe estar en el sitio demandado por el donante: junto a la estatua de Gayarre, en el escenario de sus éxitos, el Teatro Real, una decisión manifestada claramente por Anselmi en sus últimas voluntades.

En la corte se le conocía como «el tenor de las bellas piernas», una especie de mito sexual de la época, que enloquecía a las jovencitas y a las más maduras de principios del siglo XX y, dicen, era uno de los cantantes favoritos de la Reina Victoria Eugenia. Debutó en el Teatro Real, el 27 de enero de 1907, después de una gira realizada por varios países europeos y americanos. Pero quizá la aclamación más larga y entusiasta, la cosechó cinco años más tarde, el 21 de enero de 1912, después de cantar Tosca, y de que se hubieran agotado las localidades por primera vez en la temporada. Por aquellos años, los tenores de mayor prestigio, cobraban 2.000 francos franceses por sesión; en el caso de Anselmi el caché era de 3.000 francos.

Desde su debut, Anselmi se ganó al público madrileño, no sólo por su calidad artística, sino por haber declado públicamente que se había «enamorado de Madrid, de sus gentes, sus costumbres y sus fiestas». Gustaba de acudir a las verbenas, a los merenderos de las Vistillas o a los bailes en la Bombi. Solía comentar a sus amigos: «Nací en Sicilia; he viajado por medio mundo y me siento madrileño».

Aprovechando esa euforia de Anselmi por Madrid, el director de escena del Teatro Real, Luis París, tuvo el atrevimiento de pedirle al tenor algún objeto personal para el pequeño museo que estaba preparando, dentro del propio Teatro, ya que éste contaba con la admiración de los madrileños, una admiración que era recíproca. No tardó el artista en dar respuesta a esta petición, a través de una carta que era en sí misma un compromiso personal: «Amigo cariñosísimo. He recibido con sumo placer tu afectuosa y me felicito por la institución del Museo-Archivo Teatral de España en este coliseo. Estoy seguro de que tan magnífico propósito se está realizando de modo admirable por tu ferviente, culta e inteligente cabeza, que sabrá secundar las iniciativas del Gobierno que lo ha creado, perpetuando así las glorias de ese templo mágico y majestuoso del arte lírico que se llama Teatro Real de Madrid. Acaso ignores que fui uno de los iniciadores del Museo Teatral de la Scala, en Milán, que actualmente ha alcanzado un diapasón altísimo, que todos admiran y emulan. Por lo que se refiere a tu gentil invitación para que envíe algún recuerdo de mi modesta persona al Museo del Real, habré de contestarte con suma sencillez: aún vivo. Mi pecho alberga todavía ese dinamo muscular que llamamos corazón; en él están, trazadas con indelebles caracteres, las palabras “España”, “fe”, “gratitud”, “amor”, que compendian sus cuatro puntos cardinales. Pues bien, dicto disposiciones testamentarias para que cuando ese corazón cese de latir se le envíe para que tú lo deposites el pie del basamento del divino Gayarre. Creo que esto puede bastarte, y te abrazo estrechamente, y contigo a todos los madrileños, y con el pensamiento a vuestros augustos Soberanos. Tuyo, G. Anselmi. 12 de junio de 1925. Rapallo (Italia)».

Cuatro años más tarde fallecería de una neumonía. Días después, llegaba a Madrid un envío postal: una caja de madera con un asa de metal; en su interior, un frasco de cristal con el corazón del artista, como cumplimiento de una promesa que se hizo voluntad testamentaria. El órgano, conservado en formol, fue llevado hasta el Museo de Antropología para ser disecado, tarea que llevó a cabo el prestigioso doctor Carlos Certezo, que ya había disecado la faringe del gran Julián Gayarre. Un año después, en 1931, el corazón, ya disecado, de Anselmi, llega el Teatro Real. Parece que no llegó a exponerse por culpa de unas obras, y más tarde, por el inicio de la Guerra Civil. Los efectos de la contienda nacional produjeron graves desperfectos en el coliseo madrileño. Entre los escombros, se buscaron restos recuperables, y el propio director del Teatro, Fernando José de Larra, halló, entre los excrementos de un sumidero, en una hornacina, la urna con el cristal roto, que contenía el corazón, «amojamado y empequeñecido», según su propio testimonio, de Anselmi, una «masa seca y marronácea» de 8 centímetros cúbicos.

Varios traslados, decisiones y contradecisiones, el caso es que el órgano del tenor siciliano acabó en el Museo del Teatro del Almagro, en 1989, expuesto en un cofre de plata junto a la laringe de Julián Gayarre, aunque ésta fue después llevada a la casa del tenor navarro, en Roncal. Devolver el corazón de Anselmi a Madrid no es sólo una reivindicación histórico-sentimental, sino respetar el propio deseo, la última voluntad, de quien tuvo ese corazón alojado en su pecho durante 53 años.