Operación Candy

Pulso entre dos jueces por el caso del pederasta de Ciudad Lineal

La titular del juzgado número 10 de Madrid, que aglutina las causas de las niñas agredidas, pide al del dos, que sólo lleva una, que se inhiba

Pulso entre dos jueces por el caso del pederasta de Ciudad Lineal
Pulso entre dos jueces por el caso del pederasta de Ciudad Lineallarazon

Todas las víctimas del pederasta de Ciudad Lineal han pasado esta semana por el juzgado nº 10 de Plaza de Castilla, Madrid, para declarar y participar en ruedas de reconocimiento. Todas, menos dos. Una de ellas es una pequeña de seis años de origen chino tan traumatizada tras la agresión –le han diagnosticado estrés postraumático– que ni siquiera los investigadores, expertos en el trato con víctimas, han logrado sacarle palabra. La otra, de la misma edad, no fue convocada. El día que esta pequeña fue secuestrada, el juzgado de guardia era el número 26, pero la investigación acabó recayendo en el número dos y su titular se ha negadfo a traspasar la causa a pesar de que María Antonia de Torres, la magistrada del 10 que aglutina todas las causas, le haya pedido que se inhiba en su favor.

El desconcierto es mayúsculo. La niña, a pesar del miedo, logró en su día relatar su experiencia a los investigadores. Entre otros datos, contó que su agresor era «un hombre con acento español, fuerte, alto, de pelo corto color “carne” y piel blanca. Llevaba puesto un polo de color azul marino de manga corta, pantalón largo claro y unas zapatillas de deporte». Una descripción detrás de la que, según la Policía, se esconde Antonio Ortiz. Pero ni por esas. Un juzgado, el nº10, lleva siete hechos, entre tentativas y agresiones y el otro, el nº 2, una.

En este pulso judicial ningún magistrado está dispuesto a ceder. Según ha podido saber LA RAZÓN, en el auto que envía a prisión a Antonio Ortiz, la jueza De Torres utiliza, entre otras, la agresión de la niña que ella no investiga.

La madeja judicial se lía todavía más al saber que, tras los abusos, ocurridos el 24 de septiembre de 2013 (esta es la causa del nº 2), agentes de la Policía Científica utilizaron luz forense para buscar restos de ADN del agresor en la ropa y pelo de la pequeña. Cinco dieron positivo a lo que podría ser saliva o semen. Recogieron muestras. En caso de tener carga genética, deberían ser cotejados con el ADN que voluntariamente entregó Antonio Ortiz tras su detención. El resultado confirmaría o descartaría al 100% su autoría en ese hecho concreto.

Ajenas a la incomprensible burocracia, víctimas y testigos fueron pasando por el despacho de María Antonia de Torres para contar lo que vieron en cada uno de los asaltos del pederasta. Las primeras en hacerlo fueron tres menores, la víctima, de 9 años y nacionalidad española, y dos amigas que jugaban con ella en el parque y vieron al secuestrador. Cada una por su lado fueron bajando al sótano de Plaza de Castilla para señalar con el dedo, si podían, al culpable en la rueda de reconocimiento. Allí se encontraron detrás del cristal a cinco hombres de músculos desbordados, cuatro policías voluntarios y Antonio. Estaban sentados, apretados, muy apretados; las espaldas eran tan anchas que casi hubo que ponerlos de perfil porque se salían por los lados del marco de la ventana. Uno de ellos, calvo, fue recusado porque su pelo no coincidía con el del sospecho.

A la menor agredida le enseñaron también la infografía del piso de la calle Santa Virgilia (Un vídeo que permite una visita virtual, en tres dimensiones del interior del lugar donde se sospecha que las agredía) grabada por la Policía. Dijo que le sonaba bastante, pero no al 100%. Probablemente por la acción de las pastillas no guarda un recuerdo nítido y exacto.

La cuarta niña en participar en la rueda fue una pequeña de nacionalidad china que fue llevada a su propia casa por el agresor. A pesar de sus escasos siete años, los miró a todos detenidamente y cuando le preguntaron si reconocía a alguien, afirmó: «Aquí no está la persona que me hizo eso». La Fiscal torció el gesto como en otras dos identificaciones negativas que llegaron después: la de la niña de ocho años, que contó que el pasado 25 de agosto un hombre musculoso la invitó a irse con él, y la de la menor de origen japonés que el 10 de abril rehusó acompañarlo. Ninguna lo reconoció. Dos tentativas que se basaban únicamente en la identificación visual que pudieran hacer las víctimas. Hubo más suerte en otros dos casos: una tentativa, la del 8 de agosto, y una agresión consumada, la del día 22 del mismo mes. En ambos casos las menores lo reconocieron sin ningún género de dudas. También una testigo que vio a Antonio caminando junto a esta última víctima minutos antes de la agresión lo identificó aunque a su Señoría no le pasó desapercibido que en el sótano, cuando ella misma le preguntó si había visto imágenes de Antonio en los medios de comunicación lo negó, y más tarde en el interrogatorio reconoció que sí, que lo había visto en la tele y que hasta le parecía que tenía cara de bueno.