Política

Pobreza

Sin techo a 200 metros de Carmena

Las personas sin hogar en Madrid han crecido un 32%. Hay 2.772 contabilizadas pero son muchas más.La promesa de carmena de «ningún sin techo en la calle» quedó en papel mojado y ahora le han montado una acampada.

Fotos: David Jar
Fotos: David Jarlarazon

Las personas sin hogar en Madrid han crecido un 32%. Hay 2.772 contabilizadas pero son muchas más.La promesa de carmena de «ningún sin techo en la calle» quedó en papel mojado y ahora le han montado una acampada.

En Madrid hay más de 3.000 sin techo. A la Administración no parece importarle conocer la cifra exacta porque el conteo se hace cada dos años en el mes de diciembre, justo cuando muchos indigentes pernoctan en los albergues gracias a la llamada «Campaña del frío». Hay menos en la calle pero es solo algo temporal. «De ahí te echan en marzo, que cuenten ahora, ya verás», protestan en la acampada de «sin techo» que hay instalada desde el 16 de abril en el Paseo del Prado de Madrid. Reclaman visibilidad y que «se tomen en serio» este problema. Por eso han presentado un escrito ante el Ministerio de Política Social donde recuerdan el artículo 15 de la Constitución: «Todos tienen derecho a la vida y la integridad física y moral...». Advierten de que la esperanza de vida entre las personas sin hogar está entre los 42 y 52 años, «aproximadamente 30 menos que la media», y que el 34% de sus muertes se relaciona con episodios de violencia. Las asociaciones sin ánimo de lucro que trabajan con estos colectivos son conocedores del aumento de la mendicidad. Preocupa, además, el aumento de mujeres y de mayores de 65 años entre ellos. Desde el grupo municipal de Ciudadanos en el Ayuntamiento denuncian que en la capital hay 902 indigentes más en los últimos dos años. A pesar de que Carmena prometió hace cuatro que su compromiso era total para que «nadie» en Madrid durmiera en la calle, el número, lejos de reducirse, ha aumentado en un 32%. «Esas cifras son engañosas porque cuando más gente hay en la calle es en verano, cuando cierran albergues y comedores sociales», dicen desde la acampada. Cada uno tiene su historia, su tragedia personal. «La gente debería probarlo diez días, solo diez. Así se darían cuenta de lo que es realmente esto. Probablemente muchos cambiarían su actitud». «Se pasa miedo, te agreden, lo sufre el cuerpo pero mucho más la mente. Hay quienes desarrollan trastornos», explica Miki, uno de los miembros de la acampada. Pero pasar frío y calor extremos, incomodidades para asearse o para hacer sus necesidades, no es lo peor. ¿Qué es, entonces? «La soledad. Puedes pasar meses sin hablar absolutamente con nadie, eres invisible. Eso te va matando poco a poco», dice Miki. En la mente de todos ellos está G. J. C. A. un sin techo de 22 años que se quitó la vida hace 15 días en la Plaza Mayor al no soportar más la situación.

BJORN, enfermo y sin ayudas

Tiene 36 años y llegó hace once a Madrid haciendo austostop desde Hamburgo. Como vio que no sabían pronunciar su nombre se hizo llamar Juan aunque pronto se dio cuenta de que en realidad nadie le iba a llamar. Ha convertido una esquina de la plaza Pedro Zerolo en su rincón. Ahí conoció a Daniel, un compatriota de Colonia y desde entonces cuidan el uno del otro. «Mientras él duerme, yo vigilo y al revés», dice. No se fian de los albergues: «No sabes quién tienes al lado y estamos todos mezclados: toxicómanos, alcohólicos, familias desahuciadas... es un caos». Tratan de ganarse la vida haciendo pompas de jabón en las plazas de Madrid pero aseguran encontrarse con muchos problemas por parte de la Policía aunque «a los que hacen música o se disfrazan de algún muñeco no les dicen nada», se quejan. Con respecto a la comida, todos los sin techo coinciden: «El que pasa hambre en Madrid es porque quiere. Yo me voy a la puerta del Burguer King y la gente siempre te da algo: comida, sí; dinero, menos». Bjorn está enfermo de hepatitis a causa de su adicción al alcohol y no recibe ninguna ayuda. En el medio año que lleva instalado en este lugar asegura que nadie del Samur Social se ha acercado a ellos a ofrecerles una manta o un café. «Aunque no podemos votar, nos da igual quien esté, mi vida no creo que cambie en nada», zanja.

Dirk, 20 años en la calle


Calle Arenal de Madrid. Da igual que haga frío o que el termómetro pase de los 30 grados: Dirk siempre está sentado a las puertas de la iglesia de San Ginés y se tapa las piernas con una manta que le acompaña desde hace casi 20 años, los mismos que lleva en la mendicidad. Tiene 52, es de Alemania y cuenta que tuvo que dejar el colegio en primaria porque tiene un problema mental que no le permite «aprender». Fue dando tumbos por Europa hasta que recaló en España y aquí se quedó. Apenas habla algo de inglés pero se niega a ir a ningún albergue porque la primera vez que pisó uno le robaron la mochila con las pocas pertenencias que tenía. «Yo no espero nada del Ayuntamiento», dice resignado. Dirk es un claro ejemplo de pobreza crónica y, cómo él, cientos de personas en la capital. Duerme cada día a la entrada de la farmacia de la Puerta del Sol pero en cuanto amanece se pone en este turístico enclave para recibir la caridad de la gente: nunca le falta un bocadillo y algo de cariño de los comerciantes cercanos.

Julio, sin hogar desde los 16

La historia de Julio es dura. Tiene 34 años, nació en Móstoles y cuenta que se tuvo que ir de casa porque ya estaba harto de las palizas que les daba su padre. «A mi madre y a mis siete hermanos. En cuanto se enteró de que soy homosexual, casi me mata». Así que cogió la mochila del instituto, metió cuatro cosas y se fue de casa: primero con colegas; después, él solo. Ha ido dando tumbos por toda España, empalmando distintos tipos de trabajo: repartidor de publicidad, cuidador de perros, camarero... Ha pernoctado en albergues y cuando toca la calle prueba de todo: cajeros, zonas de arbustos en parques municipales, estaciones de autobuses, hasta dentro de un cubo de basura del miedo que tenía una vez. Es uno de los acampados en el Paseo del Prado y a la entrada de su tienda no le falta un zapatero para dejar las zapatillas, una alfombrita a modo de felpudo y una mesita de noche con unas flores para decorar. Cualquier detalle que haga un «hogar». Es una de las personas que duerme en albergue municipal durante el invierno. «Hasta que no vuelva a nevar no ves una cama. Pero hizo más frío en abril que en febrero», recuerda.