San Petersburgo

Los secretos de la nobleza española: El Capricho y la camarera

Los Duques de Osuna y sus hijos, de Goya
Los Duques de Osuna y sus hijos, de Goyalarazon

La nobleza española engloba familias no tituladas y otras que ostentan títulos nobiliarios. A partir de hoy repasaremos en breves pinceladas algunos de los hechos y anécdotas de la nobleza titulada española, de lo que los franceses denominan la «petite histoire» de las grandes familias.

Antonio Marichalar, marqués de Montesa, publicó hace mucho tiempo, en edición de la popular colección Austral, presente en tantas bibliotecas domésticas españolas, su libro «Riesgo y ventura del duque de Osuna». Una de las anécdotas que más me impactó cuando, siendo adolescente, leí por primera vez aquella biografía, fue el episodio que relata lo sucedido cuando el refinado dandy que era don Mariano Téllez-Girón y Beaufort, XII duque de Osuna, era embajador de Su Majestad Católica en San Petersburgo, siendo su secretario de Embajada nada menos que Juan Valera. Don Mariano era dispendioso, para hacer honor a su Casa y a su Rey, llegando a excéntricas manifestaciones de lujo. Eran épocas en las que los embajadores sustentaban de su peculio sus misiones en el exterior y carrozas y lacayos de librea contribuían al fastuoso tren de vida de la nobleza. En cierta ocasión estaba en una reunión con el emperador ruso. El duque se sentó sobre su propia capa de martas cibelinas, cuajada de condecoraciones con todo tipo de piedras preciosas. Al concluir el encuentro, dejó la capa como olvidada. Un ujier de la corte imperial se le acercó para que recogiera lo que era suyo, a lo que el duque respondió bien alto: «un Grande de España nunca se lleva la silla en que se ha sentado». Este y otros sucedidos de tan exagerada magnificencia, como tirar al Neva su vajilla de oro para cumplir una apuesta, llevaron a la ruina a su protagonista, que murió casi arruinado en su castillo de Beauraing en 1882.

En Madrid existe un precioso parque, el Capricho, con un palacete que perteneció a esa familia. A la muerte del excéntrico duque fue subastado y adquirido por la familia Bauer. Ahora pertenece al Ayuntamiento de Madrid. Es una pena que el palacete no se restaure. No olvidemos las vinculaciones de los Osuna con el arte: Goya pintó en 1788 a su amigo y mecenas Pedro Téllez-Girón, IX duque de Osuna, a la mujer de éste Josefa Alonso Pimentel, condesa-duquesa de Benavente, y a sus hijos, pudiéndose admirar en El Prado.

La actual duquesa de Osuna, Ángela María Téllez-Girón y Duque de Estrada, es un ejemplo de lo que sucede en la nobleza española: sus títulos no sólo pueden ser sucedidos por mujeres sino que pueden transmitirlos a su descendencia, cosa que no ocurre en la mayoría de países. Ella es también condesa-duquesa de Benavente, duquesa de Gandía, marquesa de Jabalquinto, condesa de Peñaranda de Bracamonte, y de Oropesa, todos ellos con Grandeza de España, marquesa de Lombay, de Berlanga, de Frechilla, de Toral y de Villarramiel, condesa de Pinto, de la Puebla de Montalbán y de Alcaudete. Sus dos matrimonios fueron con personas de la nobleza: el primero con Pedro de Solís-Beaumont y Lasso de la Vega, de los marqueses de Valencina, el segundo con el diplomático José María de Latorre y Montalvo, marqués de Montemuzo. Hijas del primer matrimonio son Ángela María, XVII duquesa de Arcos, y María de la Gracia, XIX duquesa de Plasencia. Ésta es mujer de un Ruspoli, Carlo, gran familia italiana que en España tiene una rama que desciende directamente del famoso Manuel Godoy, favorito y primer ministro de Carlos IV. Existe una leyenda que «se non è vera è ben trovata» que dice que en 1976 la duquesa de Osuna, fiel a la tradición de la alta nobleza española, se ofreció a Su Majestad la Reina como Camarera Mayor de Palacio, alto cargo que existía en la corte de Alfonso XIII. Doña Sofía, parece que ajena a la nomenclatura palaciega ibérica, le habría respondido que no necesitaba camareras pero sí una buena cocinera.