El personaje

Alvaro Urquijo: «Mi madre sufría al vernos actuar por si nos equivocábamos»

Madrileño de Arguelles- Dice que luchó por «sobrevivir» y confía en que exista un universo de compensanción por toda la mala suerte

En el Bulevar de los sueños rotos hay hasta 22 guitarras, recuerdos a prueba de terremotos y certezas sin necesidad de un solo tequila. Álvaro Urquijo sabe, en el primer traste, si algo suena desafinado y en su estudio, donde siguen naciendo canciones, da una clase magistral sobre el valor del sonido. Y es que, si le gritas al fondo de una guitarra, aunque sea un «te quiero», y ésta te lo devuelve a modo de eco, significa que ya es demasiado antigua.

En «Siempre hay un precio. La historia jamás contada de Los Secretos» (Espasa), Álvaro Urquijo se confiesa y cuenta su verdad. Dice que la historia de la banda es la suma de grandes momentos creados a partir de «retos imposibles, situaciones complicadas y momentos muy difíciles». «Para llegar hasta donde estamos hemos tenido que pagar un precio carísimo».¿Y valió la pena? «Yo creo que sí. Cuando inicias una carrera tan incierta como es la de la música, la pasión y la vinculación personal que teníamos con ella sobrepasaba cualquier concepto de lo económico o de negocio... Fuimos hacia detrás algunas veces, pero ese cariño del público o canciones que no se olvidan, nos animó a continuar en cada varapalo».

Álvaro Urquijo (Los Secretos)
Álvaro Urquijo (Los Secretos)Enrique CidonchaLa Razón

Aunque fueron maestros guardando secretos, nunca tuvieron que guardar uno de Estado. Pero, los suyos, los más ocultos, se los guardaban a su padre. «Antes de llamarnos Los Secretos inventábamos uno distinto cada mes». Comenzaron llamándose «Tos», un nombre que hoy lo hubiera desafiado casi todo. «Zuma, Los impostores o Los sencillos», también rondaron por sus cabezas. Al final, «nos traicionó el subconsciente»: Los Secretos.

El padre del batería, Canito, les prestó una casa en Becerril de la Sierra donde ensayaban y de ahí, pasaron a una fábrica de chocolates y caramelos como en la película de «Charlie y la fábrica de chocolate». «Mi padre no sabía nada. Se sintió culpable por habernos metido el veneno de la música. No quería que nos dedicáramos a algo tan incierto. Mi madre sufría al vernos actuar por si nos equivocábamos» -cuenta entre risas-. «No vinieron a muchos conciertos», aunque luego «se sentían orgullosos de nuestra música». Asegura que, de alguna manera, «este libro es un poco de perdón» a ambos. «Les hicimos pasar muchos disgustos, no fue fácil al comienzo. Todos piensan que ser famoso es que te manden un talón con miles de euros, pero qué va. Firmábamos autógrafos y no teníamos ni para comprar tabaco». Y es que, entonces hubo ladrones de canciones, también, tal vez, de sueños. «Siempre, cuando uno empieza, alrededor de un artista hay abusos contractuales de discográficas o contratos en los que te sacan la sangre, pero la pasión que sentíamos por la música superó cualquier problema».

Álvaro Urquijio no cree que a Los Secretos les asistiera ninguna «maldición», a pesar de que las circunstancias hicieron que perdieran en accidentes a dos de sus baterías. «Malditos, no, lo que pasa que nosotros no éramos precisamente unos angelitos y por timidez o inseguridad pisamos terrenos un poco fangosos. Pero, ¿quién no tuvo un traspiés en su vida? ¿Quién no ha perdido a un ser querido?» Además, advierte de que, cada uno de ellos «no solo eran baterías, eran musicazos y componían. Fue como si te cortaran un brazo».

Concierto en la Escuela de Caminos en 1982, con Álvaro Urquijo a la izda., Enrique en el centro, Javier a la dcha., y Pedro en la batería
Concierto en la Escuela de Caminos en 1982, con Álvaro Urquijo a la izda., Enrique en el centro, Javier a la dcha., y Pedro en la bateríaFamilia Urquijo

La Escuela de Caminos de Madrid fue desde donde se construyó el puente que los llevaría a la fama, el inicio de la «movida Marileña» que arrancó en el homenaje a su amigo Canito. Ese día, un guardia civil se puso a los mandos de las baquetas que la desgracia había dejado vacías. Aunque, «no volvimos a saber de él». Urquijo dice que guarda un bonito recuerdo de aquello y también del trabajo de la Benemérita. «Respeto muchísimo a la Guardia Civil.En nuestros comienzos nos salvaron de muchos marrones: cuando pinchábamos en una carretera secundaria, yendo a pueblos...», recuerda.

En medio de la entrevista, como una especie de «vieja del visillo» se asoma su guardián: un Huski siberiano que, tras reconocer el terreno, deja que Urquijo siga rasgando melodías y recuerdos.

¿El mayor secreto de Los Secretos ha sido sobrevivir? «Es haber tenido un público maravilloso, con una afinidad emotiva que nos ha hecho perdurar».

¿Y por qué ahora ha decidido contar su verdad de lo que le pasó a su hermano Enrique?

«Cuando muere mi hermano me enfadé muchísimo, porque estaba tan estupendo, teníamos proyectos bonitos y lo poquito que leí me chirrió tantísimo que me cerré en banda». «¿Cómo puede opinar esta gente si no le conocía? ¿Cómo se hicieron esa película solo por cómo terminó? Yo estaba muy aturdido, no hablé con ningún medio y vi que algunos ya se habían hecho su película y pensé: pues que les den, literalmente». Pasó el tiempo, y Álvaro Urquijo asegura que «fui un poco perdonando». Lo cuenta ahora, cansado de que siempre, tras hablar dos horas de música «parece ser que a la gente solo le interesaba el titular morboso de la muerte y las drogas». «Fue una gran pérdida para el mundo de la música». «Mi hermano estaba en tratamiento. Es mi versión, la que viví y no la que la que algunos escribieron». Cuando muere «mi hermano Enrique llevaba un año limpio de todo, intentando curarse para irse a vivir con su hija, y tuvo una recaída», pero no como la contaron.

Enrique Urquijo, tras él su hermano Álvaro, en 1982
Enrique Urquijo, tras él su hermano Álvaro, en 1982Familia Urquijo

Urquijo dice que su hermano se fue sin saber que era un «genio» musical. «No creo que lo supiera. Éramos autodidactas, hasta el punto de que era casi como un ejercicio científico lo que hacíamos, como prueba y fallo; hasta el hecho de encontrar un acorde nuevo. Era como un juego».

Permanecer

No cree en Dios, pero sí creía en su hermano. ¿Piensa que, lo que ha venido después es porque él le ayuda desde algún lugar? «Si puedo pensar que haya alguna dimensión oculta, llámalo energía, universo de compensación. Más bien esa energía nace del concepto que puede significar su música en quien la escucha, lo que hace que de alguna manera permanezca vivo». «Yo, luché por sobrevivir y porque mi hermano tuviera el lugar que se merece en la música. Tal vez, el universo me devuelva un poco de toda esa mala suerte que de cosas que nos pasaron».

¿Y a quién le cantaría ese «Déjame»? «Creo que, en general, a las sustancias tóxicas. Podrían borrarse de la faz de la tierra y no cambiaría nada. Creo que se ha mitificado mucho con respecto a la creatividad. Las mejores cosas que hemos hecho ».

Asegura que la canción que se “burla del miedo” puede ser la de “amiga mala suerte”, que “la comercialización y la mercantilización es la que ha matado el duende y el arte” musical, porque ahora “si eres un grupo joven y quieres tener éxito tienes que haberlo tenido antes en Internet”, donde se priman los resultados al talento. Al bulevar se llevaría a la familia, a su mujer, a su hija, a sus sobrinas y sobrinos “que son maravillosos”, los que siempre están.

Una carpeta amarilla guarda las próximas canciones porque dice que seguirá, «Pero a tu lado», al de su público al que está “inmensamente agradecido”.

Grupo musical Los Secretos. Alvaro Urquijo, Ramón Arroyo y Jesús Redondo.
Grupo musical Los Secretos. Alvaro Urquijo, Ramón Arroyo y Jesús Redondo.Cristina BejaranoLa Razón

Entre Arguelles y Malasaña

Los tres hermanos que componían Los Secretos se criaron en la Plaza del Conde del Valle Súchil donde «jugábamos de pequeños». Recuerda cómo en cinco minutos estaban en Malasaña, donde «estaban todos los bares de moda» en los que se tocaba música en directo y de donde se empaparon de los diferentes estilos musicales. Ahora vive a las afueras del centro y confiesa que Madrid es ese lugar en el que «nadie que viene se siente extraño», y eso, «la hace mejor».