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Cultura

Commodore “reúne” a las estrellas fugaces del cine de los setenta

Martín Llade presenta en el espacio cultural “Lo que nunca sabré sobre Teresa”

Jaime Vicente Echagüe y Martín Llade, en Cultura Commodore Agencia Suite

Mitos eróticos, en ocasiones estrellas fugaces y, en otras, juguetes rotos de la cultura de masas. Cultura Commodore ha celebrado esta semana uno de sus “Desayunos” en torno al cine de la década de 1970, unos años coyunturales en los que las producciones actuaron como verdaderas trituradoras sobre sus repartos, según los periodistas Jaime Vicente Echagüe y Martín Llade, quien además ha publicado “Lo que nunca sabré de Teresa” (Berenice), biografía novelada de una de estas estrellas de breve fulgor: la británica Teresa Ann Savoy.

Esta década de estrellas fulgurantes producía películas que hacían muchísimo dinero, pero dejaban tras de sí un rastro de “juguetes rotos” a los que al final productores y directores como Tinto Brass o Alberto Lattuada dejaban de dar cuerda, según Jaime Vicente Echagüe, periodista de LA RAZÓN: “Jugaban con la fantasía de la niña mala, si bien habría que revisar esa idea de superioridad moral del público de entonces sobre productores y directores”, ha añadido.

A propósito del erotismo, otro de los rasgos del cine de la década, Martín Llade ha señalado cómo lo implícito de aquellos años se presta más a la “lectura interpretativa” que lo mostrativo de la pornografía: “Lo explícito tiene un recorrido muy corto y en aquellos años era muy corriente recurrir al porno blando y en el cine español al destape”, ha recordado el presentador de RNE, para el que esos directores llegaron a reinventar el género hacia otros subgéneros, como el erótico-político, tal es el caso del húngaro Miklós Jancsó y la película Vicios privados, públicas virtudes (1976), sobre los últimos días del heredero del trono austrohúngaro Rodolfo de Habsburgo, y que a pesar de ser censurada dos veces concursó en el Festival de Cannes. “Si tengo que pensar en dos escenas de erotismo, me vienen a la memoria escenas de “Gilda” (1946) o de “Retrato de una dama” (1996)”, recordó Llade para valorar la elegancia de lo insinuado frente a lo demasiado mostrativo.

Ambos escritores también han abordado la cuestión ética con respecto a las edades de aquellos intérpretes y el tono de las tramas, así como la demanda del público de las salas de la época. “El momento en que la Lolita de Kubrick creció, dejó de interesar al público”, ha asegurado Jaime Vicente Echagüe en relación a la actriz Sue Lyon, ya que al final se trata de una cuestión de las leyes de mercado, la oferta y la demanda, “y que determinadas estrellas como puede ser el caso de Leonardo DiCaprio, que fue en sus inicios una estrella infantil, sí puedan convertirse en los actores mejores pagados del mundo, pero son excepciones y se tienen que dar una serie de circunstancias y coincidencias casi cósmicas”, ha remarcado. También ha recordado al sueco Björn Andrésen, el adolescente Tadzio de “Muerte en Venecia” (1971), de Luchino Visconti, que se convirtió en el gran icono homosexual de la década y que conoció una segunda vida en Japón grabando anuncios para la televisión nipona.

Cintas para el gran público como “Novecento” (1976), de Bernardo Bertolucci; Más allá del bien y del mal (1977), de Liliana Cavani, o “De la vida de las marionetas” (1980), de Ingmar Bergman, incluyeron en su metraje escenas de sexo explícito que se integraban como algo normal, ha señalado Martín Llade, una serie de cintas a las que Jaime Vicente Echagüe ha añadido El exorcista (1973), donde incluso hubo censuras en la traducción del guion al llegar a la distribución española, “con escenas impensables que ahora mismo ofenderían a millones de personas”. La manera de afrontar el cine de los actores más jóvenes les creaba inseguridades, como el caso de Teresa Ann Savoy, a la que Martín Llade ha recordado como “una persona insegura y tímida que se enamoró de un fotógrafo hippy que la dejó en la ruina: esta situación la llevó a una anorexia aguda de 1977 a 1980, cuando no se sabía nada de esta enfermedad, que tuvo que ver con la cosificación a la que se vio sometida, ya que llegaba a salir a la calle con sombreros de ala ancha y gafas de sol para no ser reconocida”.

Esta vida corta de las actrices, como Linda Fiorentino, ya en la década de 1990, para Jaime Vicente Echagüe tiene mucho que ver con los arquetipos, si bien estas estrellas han encontrado una segunda vida en la televisión, como es el caso de Nicole Kidman. También el periodista ha traído a colación las nuevas formas de erotismo, como en la escena más erótica de “La crónica francesa” (2021), de Wes Anderson, con Léa Seydoux, una película que muestra por dónde van los cánones éticos de la nueva moralidad.

Los dos han estado de acuerdo en que las películas de los años setenta como “Salon Kitty” (1976) o “Calígula” (1979), protagonizadas por emperadores romanos degenerados, nazis perversos y padres putativos de moral laxa hay que entenderlas como las novelas del siglo XVIII: con notas a pie de página, ya que estamos en muchos casos ante universos turbios, perversos y denigrantes.

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