El Madrid de..
Sara Baras: “Al bailar en ‘Alma’ me comunico con mi padre”
La bailaora presenta «Alma», una fusión entre boleros y distintos palos del flamenco disponible hasta el 2 de octubre en el teatro EDP Gran Vía
El del alma es uno de los conceptos más discutidos y estudiados tanto en la filosofía como en la teología a lo largo de la historia, pero hay alguien que tiene claro lo que es: Sara Pereyra Baras, más conocida con el palíndromo Sara Baras. Para ella, Alma es un homenaje a su padre, Cayetano Pereyra. Este falleció en enero, cuando el espectáculo giraba ya.
Junto a él —un apasionado de los boleros clásicos—, la artista solía divagar sobre la dificultad al diferenciar algunos palos del flamenco y al transformar algunas melodías, algo que culminó en un show que se presentó en el sevillano Teatro de la Maestranza. Fusiona palos del flamenco con bolero y hasta con jazz mediante movimientos, música, vestuario y escenografía.
“No sé vivir sin bailar, nunca ha habido otra opción para mí”
De todo ello se puede disfrutar hasta el próximo domingo 2 de octubre en el Teatro EDP de Gran Vía, en el número 66 de la emblemática calle. Al presentar la propuesta, presume de que puede “comunicarse con su padre” al bailarla y que no lo hace desde la pena, sino disfrutando del “cañón de energía tan bonita” que tenía su progenitor.
“Poco a poco vas avanzando, las heridas pasan a ser cicatrices e intentas sacarle lo positivo”, reflexiona en entrevista con LA RAZÓN. Acompañan la citada energía una veneciana, una cortina de flecos y una tripolina que trasladan a una sala de fiestas antigua. Pero si hay algo determinante en Alma es su equipo humano, que cuenta con nombres como el de Keko Baldemoro como director musical; Andrés Martínez como guitarrista; Rubio de Pruna y Matías López como cantantes o Chula García, Charo Pedraja, Daniel Saltares, Cristina Aldón, Noelia Vilches y Marta de Troya en el cuerpo de baile.
Todos ellos son unos “enamorados de lo suyo” y a ninguno se le cae la ilusión mientras avanza por el camino de la experiencia de la compañía de Baras, con 25 años de baile en sus zapatos. “Les doy las gracias a la vida y al público por permitirme dedicarme a esto, no pierdo las ganas de entregar mi alma”, expone.
Creció viendo cómo su madre, Concha Baras, daba clases de flamenco. Desde los 8 años pasó a ser alumna de su escuela... y ya nunca se planteó dedicarse a otra cosa. “No sé enfrentarme a la vida sin bailar”, reconoce. A su hijo de 11 años, en cambio, hasta la fecha no le atrae el mundo del flamenco. Su marido es el también bailaor José Serrano, con el que ha colaborado en diversos espectáculos.
Entre giras, disciplina física y mucha música, la de 51 años no duda al afirmar, pletórica, que se encuentra en la mejor etapa de su vida. “No imaginaba que podría seguir tan fuerte. Estoy rodeada de personas que me hacen disfrutar de la vida de una manera bestial. Este trabajo, que es más una manera de vivir, requiere muchas horas de sacrificio, pero merece la pena”, expresa con una sonrisa.
Para idear espectáculos como Alma, encuentra inspiración en todo lo que la rodea, pero reconoce que Cádiz y su mar son especialmente útiles a la hora de llamar a las musas y que su compañía, al ser privada, le otorga una libertad creativa especial. Sin embargo, Baras ha pasado prácticamente el mismo tiempo en Cádiz que en Madrid, donde llegó a tener una sede su compañía.
Cuando llegó a la capital todo le asustaba, pero no paró de aprender y tener primeros encuentros con otros maestros y artistas, de los que destaca su unión, aunque cree que el presente el panorama está menos centralizado y hay posibilidades de desarrollar una carrera fuera de la ciudad; algo que ha convertido a Madrid en el «punto de encuentro» por excelencia.
También del presente alaba la posibilidad de actuar en teatros «con tanta solera, algo que se siente en el ambiente». Algunos de sus momentos más especiales en la ciudad se corresponden con cuando le dieron el Premio Nacional de Danza, o cuando se convirtió en Marca España. De Madrid recomienda la taberna El Bonanno (Pl. del Humilladero, 4) y el restaurante japonés Janatomo (Calle de la Reina, 27); aunque extraña establecimientos cerrados ya como Candela o Casa Patas.
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