Una garnacha de Aragón internacional

El panorama el vino está lleno de alicientes. Cada vez que descorchamos un vino que tiene una historia, nos apetece antes que contarla sumergirnos en los entresijos del mismo. Para la ocasión, en dos viñedos descaradamente de montaña por su altitud y su pendiente, se deja la expresión de cepas en vaso centenarias donde la garnacha aragonesa tiene toda su tipicidad.

Ayuda un suelo firme de pizarra y una elaboración que se confiesa a favor de obra. Los resultados son coherentes con aquello que se propone. Mucha frescura. De hecho, a pesar del grado hay un dulzor y una estructura no muy cargante, y una entrada de boca aparentemente no muy larga pero que seguramente se considere amable para ese público internacional que tanto valora nuestros vinos.

Jorge Ordóñez es el embajador en territorio yankee de ese mapa diverso y disperso de nuestras uvas autóctonas, y a las que perfila con una misma línea argumental. La uniformidad frutal, las crianzas no muy presentes en primera línea, dotan a sus ejemplares de la idoneidad del gusto contemporáneo, y de conversaciones susurrantes. De Calatayud con un pasaporte.