El Madrid de
Israel Elejalde: «El teatro es mi vida. Me acompaña en todo lo que hago»
El actor y director defiende que la ficción nunca va a desaparecer, pues nos ha conformado desde los griegos y es fundamental
Gato de los que pocos quedan, y de los que sabe los contrastes que existen dentro de una misma ciudad. De Villaverde Alto; posteriormente estudió en un instituto de Orcasitas; seguidamente hizo Ciencias Políticas en la Complutense; y finalmente empezó el camino para el que había nacido: el teatro, desde el laboratorio William Layton. «Ha cambiado todo muchísimo en Madrid, la gentrificación afecta principalmente al centro; los barrios se parecen más al recuerdo», afirma Israel Elejalde.
Elejalde considera que Villaverde Alto se encuentra mejor dotado en instalaciones que antaño, aunque bastante parecido a su niñez. De este lugar difícilmente se puede desvincular, ya que todos los meses va hasta allí a comprar lotería, un encargo que le pidió su madre antes de fallecer. «Hay muchos rastros en mí de esa educación de un barrio de clase media baja, aunque siento que con el tiempo se van diluyendo y uno se pone nostálgico, supongo que tiene que ver con la edad». Y a la vez, reconoce que «allí todo es diferente, como el ritmo vital o la esencia de pueblo; así como la emoción que me produce a veces el paseo de Alberto Palacios, la calle más importante de Villaverde». Elejalde también destaca la curiosidad de Madrid frente a otras ciudades: «La gente en grandes capitales se hace una hora de camino para conocer su vida cultural y de ocio; aquí lo puedes hacer andando».
«Nunca tuve muy claro dedicarme a una profesión con este nivel de incertidumbre hacia todos los niveles», confiesa. Afortunadamente a Elejalde no le ha faltado trabajo desde sus comienzos. Con experiencia en tele, cine y teatro, él es actor por el teatro. Se aprendió textos de Shakespeare con tan solo 13 años y todavía recuerda algunos de Julio César, Marco Antonio o Hamlet. Le apasionaba el mundo de la palabra. «El teatro es mi vida», indica. Pero la profesión tiene más brazos, como la televisión y el cine, que lejos de ser de su oficio, es un espacio donde se siente como un niño aprendiendo un nuevo lenguaje. «No soy de los que piensa que el teatro es el lugar del actor. Cada medio tiene unos condicionamientos, y ser bueno en cualquiera de ellos requiere de un aprendizaje específico. Se puede ser muy bueno sin pertenecer a todos los sectores», opina. En su caso, Israel Elejalde dirige y actúa, aunque está convencido que como director tiene que elegir los temas, bajo la dramaturgia de su vida y solamente cada cierto tiempo. En La Gaviota de Chejov, Trigorin dice: «Yo no tengo vida porque todo lo que está pasando acá, lo estoy grabando para después escribirlo»; situación que Elejalde comparte al 100%. Tanto es así que, cuando murió su madre, tuvo que pelear consigo mismo para no grabar lo que sentía en ese mismo momento: una parte en el dolor y otra en la grabación. «Esto ocurre constantemente y de forma inevitable. Ese dolor fue el hormigón con el que construyo», comenta. En su postura, no defiende hacer apología del dolor, pero reconoce que la vida duele. «El dolor hay que mirarlo, pero el cómo lo hagas marca la diferencia. En una comedia hay sufrimiento, no obstante, hay que saber jugar con él para que emerja la risa. Yo me divierto con mi dolor, lo organizo y lo muestro a un público. No hay que sufrir para crear, soy absolutamente feliz cuando juego con mis experiencias y empiezo a pintarlas y transformarlas. Lo importante es crear algo artístico, no trabajo por terapia personal ni para hacer de psicólogo de nadie». Sin olvidar que «transformar emociones, colocarlas, controlarlas y trabajarlas conceptualmente también exige hacerlo con distancia. Nunca trabajaría con algo sin superar, solo podría desahogarme», responde Elejalde aludiendo al espíritu crítico.
«La ficción nunca va a desaparecer, se podrá transformar en todo caso, aunque tengamos que luchar contra la inteligencia artificial», opina. Y, además no piensa que sea algo que haya cambiado con los años: siempre está presente la precariedad. «Cuando empecé a trabajar en esto había un agujero negro del que no tenía ni idea de cómo empezar, dónde ir o a quién llamar. Hasta que se empieza a encender la luz. De mi escuela quedamos tres, el resto dejaron la profesión. El 95% de los actores no trabaja de ello, y esto es así desde tiempos inmemorables». Y por verle el lado positivo, Elejalde celebra que actualmente haya más salas, pues en su época recuerda muy pocas, como La Cuarta Pared o Triángulo. Después, tras la crisis de 2008, hubo un gran fenómeno de salas pequeñas, donde se hacía teatro a la argentina: «No son sitios donde se gane dinero, pero sí hay más accesibilidad». El teatro le ha dado el regalo más importante: tener aliados. «En esta profesión tan solitaria hay gente que me ha salvado, es fundamental para mí establecer redes con quienes conectamos».
Estrena obra de teatro en Matadero: «Tan solo el fin del mundo», de Jean-Luc Lagarce
►A Israel Elejalde le apasionan las historias familiares. Lo hemos comprobado en su último trabajo, basada en la obra escrita por Jean-Luc Lagarce en 1990. Un joven recibe la noticia de que va a morir a causa de VIH y regresa al hogar con su familia después de 12 años. Entonces, lo que era pasado, florece y se destapa. Esta es la película que elegiría Elejalde; cualquiera de Chirbes, su libro; el teatro de La Comedia, su sala; el Templo de Debod, su paseo favorito; y Los Tiernos, su restaurante.
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