Madrileñ@s
Lucía Mbomío: «Contamos que la gente llega pero nos olvidamos que después están y envejecen»
La periodista y escritora alcorconera ha publicado «Tierra de la luz», una novela en la que usa elementos del realismo mágico para contar la situación de los inmigrantes en los asentamientos del sur del país
Cuando la periodista Lucía Mbomío (Madrid, 1981) reportea está concentrada: pensando en el plano correcto, en la siguiente pregunta, en qué contestar. La cámara o la grabadora sirven de parapeto para suavizar la dureza de lo que escucha. Es más tarde: cuando está transcribiendo, editando, a la tercera, cuarta leída cuando lo recogido le «hace polvo». Historias como la que escuchó en Haití después un terremoto: una mujer que por las noches no orinaba. Las letrinas estaban muy lejos del lugar en el que dormía y el camino no estaba iluminado, no había farolas: se produjeron violaciones, entonces prefería orinarse encima. Otras tantas le marcaron, como algunas que escuchó en un viaje a Líbano o el que hizo en sus «trabajaciones» a los asentamientos de jornaleros en Almería y del sur del país. Y es esa mezcla de relatos, no solo este último trayecto, la que ha sido el motor de su nuevo y tercer libro, «Tierra de la luz» (Ediciones B, 2024): una novela que combina elementos de realismo mágico con su bagaje en el periodismo sobre la situación de inmigrantes trabajadores en el sur de España.
Aunque la novela se centra en España, la reflexión trasciende las fronteras. Sentada en un bordillo de las Canchas Jota Mayúscula en Alcorcón, cuenta Mbomío: «No es Almería, no es Huelva. Bebe de allí, por supuesto, pero también de otros muchos lugares donde se producen injusticias».
Precisamente esta es la razón de decidirse por una novela. «Me permitía poder mezclar esas mundos», dice. Además, le dejaba «incluir belleza, la belleza a través del realismo mágico» e «inventarse» personajes. O «hablar de enamoramientos. Cuando estás escribiendo un ensayo, a lo mejor no cabe eso». Quería esa libertad que no siempre da ceñirse a la realidad.
A través de ese realismo mágico «construye una Nostalgia con n mayúscula, porque es un nombre propio», que «va el hombro adherida porque no cabe en el pecho y provoca que la gente camine un poquito inclinada». Se valió de su profesión para escribir. «La periodista que me ha dado mucho oficio, gracias a la cual he escrito corriendo una crónica para la radio que ha sonado medio bien, y he hecho corriendo y rápido un reportaje y que salía esa misma tarde, saqué el oficio de poder escribir. Pero ella ahora «quería tirar de esa escritora que se inventa y que crea mundos y que utiliza metáforas e hipérboles», cuenta Mbomío, que reconoce que todavía le cuesta autodenominarse como escritora, a pesar de ser este su tercer libro y segunda novela.
Sin embargo, es un círculo. A la vez todo está cargado de experiencias personales, hay personajes inspirados en ella y sus conocidos y entrevistados. Lo que importa es el mensaje: hablar de la precariedad extrema, la falta de derechos. «Cuando ducharte es un problema, cuando poder ir a orinar es un problema , cuando poder ir al mercado es un problema». Y de cómo las problemáticas se intensifican cuando eres mujer. «Tiene una perspectiva muy interseccional», por eso considera que «hay submundos dentro de cada sector».
La idea de que su trabajo permanezca en el tiempo, que la gente «sepa que en este siglo pasan estas cosas», también inclinó la balanza a la hora de lanzarse a escribir un libro. «Por la propia naturaleza de nuestro trabajo, tendemos a ir a los sitios y, aunque no lo pretendamos, absorbemos el alma de la gente. Y al final, lo dejamos en números, y sí tratamos de humanizar, claro que sí, pero cuesta mucho. Porque tenemos limitación en cuanto a tiempo y espacio», reflexiona. Sin embargo, «en un libro, no». «En un libro caben los matices. El libro no deja de ser una respuesta a esa narrativa simplona o incompleta con respecto a las personas que migran». Sobre este asunto, explica: «Contamos los qués, pero rara vez los por qués; hablamos de números pero no decimos ni un nombre; contamos que la gente llega pero nos olvidamos de que después están y envejecen». Además, sentía Mbomío que este tema está muy apartado del debate en la calle, aunque suceda en nuestro país, y que la gente no es consciente de cómo se vive allí.
A la hora de concertar la cita, Mbomío ofrece varios sitios de Alcorcón. Se percibe un sentimiento de pertenencia. En un momento de la entrevista, un «¡Enhorabuena!» interrumpe la charla. «Muchas gracias», les devuelve la periodista con una sonrisa tímida.
–Eres el orgullo de Alcorcón. Te lo decimos dos alcorconeros»
Un batiburrillo de identidades
Nacida en Madrid porque en Alcorcón no había hospital, su padre vino a España desde Guinea Ecuatorial en 1966, cuando todavía era colonia española [dejó de serlo en 1968]. Considera que la gente se olvida de este hecho. «Yo no lo he estudiado en los libros de texto. Y he sido empollona. Saqué un 9,8 en Historia en la Selectividad», presume con gracia Mbomío. «Cuando hablas con la generación de mis abuelos, se acuerdan de la Guinea, pero los más jóvenes no tienen ni idea. E incluso si lo han estudiado es eso que se daba al final». Y ese origen paterno es parte de su identidad, pero Mbomío se siente muy alcorconera, al fin y al cabo es una madrileña que dice «ejjque». «Alcorcón es un batiburrillo. Y es lo bonito. Nuestras identidades se respetan».
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