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Vecinos

Vecinos de la Plaza Mayor: «En Navidad, vivir aquí es casi imposible»

La Asociación de Residentes de la Plaza Mayor de Madrid y Aledaños reclama planificación, equilibrio y respeto a la vida cotidiana

Vecinos de la Plaza Mayor se quejan de la situación de la zona por el ruido la mendicidad y la suciedad en la Jesus G. FeriaPHOTOGRAPHERS

Cuando llegan las luces, los mercadillos y el bullicio navideño que envuelve Madrid cada diciembre, la Plaza Mayor se convierte en una postal perfecta. Sin embargo, para quienes viven allí —más de mil empadronados según el Plan Director aprobado esta primavera— la otra cara de esa postal es una rutina cada vez más difícil de sostener. Los vecinos, agrupados desde 2019 en la Asociación de Residentes de la Plaza Mayor de Madrid y Aledaños, llevan años reclamando algo básico: poder vivir donde siempre han vivido. La publicación del libro «Al Umbral de la Plaza Mayor», del escritor Olivier Sterckx, es parte de ese esfuerzo por destacar la importancia histórica, vecinal y humana de un espacio que, dicen, corre el riesgo de convertirse en un parque temático.

Milagros Fernández llegó recién casada hace 40 años a los soportales de la calle Toledo. Allí nacieron sus dos hijos y allí ha visto transformarse un barrio que entonces era «como un pueblo dentro de Madrid». «Nos conocíamos todos, teníamos nuestras tiendas de confianza, las casas eran antiguas, sí, pero enormes y con un potencial increíble. Apostamos por rehabilitarlas, hicimos hogares preciosos», recuerda para este periódico. Hoy, confiesa, casi no reconoce ese paisaje: «A mí me encantaba la Plaza Mayor. No había nadie, era tranquila. Ahora parece un parque temático. Solo hay tiendas de souvenirs, lo que antes valía siete euros ahora cuesta cuarenta. Y los comercios de toda la vida han desaparecido».

Ricardo, presidente de la Asociación, que vive en la Plaza desde hace 13 años, también ha sido testigo del cambio: «Todo está enfocado al turismo. Hace tiempo que pedimos regular el comercio. No puede haber diez tiendas de souvenirs una detrás de otra. Es una falta de planificación increíble». Eugenia, vecina de la calle Mayor, es aún más clara: «Yo vine encantada hace 15 años. Era un centro de ciudad con alma, con vida. Ahora cada día noto que me echan. En Navidad no puedes entrar ni salir de casa. No puedes comer, no puedes caminar». El relato de la convivencia rota se repite: precios disparados, saturación en las calles estrechas, grupos de free tours bloqueando portales, restaurantes que generan toneladas de basura y pagan la misma tasa que un vecino que baja una bolsa al día. «La tasa de basuras la pagamos por metros —explica Ricardo—. Un restaurante y yo pagamos lo mismo. Pero ellos generan ingentes cantidades de residuos. Es insostenible».

Mayores y jóvenes, olvidados

Los problemas no son solo para los adultos. Virginia, vecina de la calle Toledo y madre de dos niñas, describe de «abandono total de la infancia» otra de las situaciones que vive el barrio. «No tenemos ningún parque en condiciones. Tirso de Molina es un entorno insalubre; la Plaza de Oriente se ha reformado dos veces y cada una ha sido peor; Santa Ana está siempre en obras. Los niños no tienen donde jugar y los adolescentes no tienen ni un espacio para reunirse. En cambio, todo se facilita para el turista». La falta de atención también golpea a los mayores. Muchos, dicen, se marchan porque la zona ya no es vivible: «Sus familiares no quieren mantener los pisos. Se van a barrios donde puedan aparcar, comprar, vivir».

Todos los vecinos coinciden en lo mismo: la sensación de que las decisiones sobre la Plaza Mayor nunca cuentan con ellos. «Se deciden cosas sin consultarnos. Podemos entender que prioricen ciertos intereses, pero tienen que escucharnos. Somos una asociación reconocida de utilidad pública municipal. Colaboramos con la policía, cuidamos el patrimonio, estamos pendientes de todo. ¿Cómo no nos van a tener en cuenta?», denuncia el presidente. La historia reciente de la Asociación es una lista de intentos por corregir el rumbo. Su «mayor logro», como explican, ha sido trabajar durante cuatro años con la Dirección de Patrimonio para impulsar un Plan Director, ya aprobado, con recomendaciones claras: crear una mesa de gobernanza, establecer un plan de conservación permanente y coordinar a todos los agentes implicados. «Pero desde abril no sabemos nada . Las aguas están muy quietas», lamentan.

Si algo caracteriza a este grupo de vecinos, es las ganas de ayudar. Por eso, proponen ideas ambiciosas como: regular el comercio para evitar la monoespecialización turística; implementar una tasa turística finalista, como la que existe en 140 ciudades europeas; refuerzos de limpieza y recogida de residuos; Protección específica de la Plaza, incluso con barreras o tickets simbólicos que contribuyan a su cuidado; más espacios para vecinos, especialmente para infancia y juventud; Participación real en cada decisión urbanística o cultural que afecte al barrio. Mientras que su mensaje final es contundente: «Aquí vive gente. Ha habido nacimientos, hay adolescentes, hay mayores, hay familias nuevas. No somos un decorado. Somos un barrio». Y ahora, con el arranque de la campaña navideña, vuelven a prepararse para la etapa más dura del año.