Medio Ambiente

Un mercado cooperativo con conciencia medioambiental

Pronto, que un cliente hable del súper como “mi súper” será bastante realista. En otoño abrirá sus puertas La Osa, el primer gran supermercado cooperativo y participativo de Madrid, en el que los clientes son cooperativistas y deciden los productos que descansan en sus lineales

Algunos de los impulsores del proyecto de La Osa.
Algunos de los impulsores del proyecto de La Osa.Víctor RegidorLa Razón

Sucederá en otoño de este, uno de los años más extraños de la época que nos ha tocado vivir. Cuando los árboles caducos fabriquen un manto marrón sobre las calles de las ciudades, en Madrid, una persona cualquiera caminará por el barrió de Tetuán, pensará “qué suerte, un supermercado, justo lo que necesitaba”, y entrará a hacer su compra diaria después de un largo día de trabajo, o teletrabajo, a saber. Llevará la lista en la cabeza: huevos, leche, unas cervezas que siempre vienen bien, fruta, algo de carne, verduras para la comida del día siguiente y chocolate como premio para el final de la jornada. También champú y detergente, que se le acabó el día anterior. Entrará en el supermercado, recién abierto bajo el singular nombre de La Osa, y pronto se dará cuenta de que en él encontrará todo lo que necesita, pero también que algo funciona ahí de manera diferente. Un cliente, que además parece que está reponiendo, puede ser perfectamente quien se lo cuente. Acabará de descubrirle el primer gran supermercado cooperativo de Madrid.

El proceso de apertura acaba de superar un hito más, una presentación virtual de sus instalaciones que, si el ritmo que marca el Covid-19 lo permite, abrirán definitivamente sus puertas en el tercer trimestre del año. Y dentro, más de 3.000 referencias, el 80 % de ellas ecológicas, clientes que a la vez son copropietarios y cooperativistas y un modelo basado en la economía social y solidaria, la autogestión y el consumo sostenible. También la alimentación que promueve lo es, con máximas como la de atenerse lo todo lo posible a la producción local y la etiqueta del km 0. La agricultura y ganadería ecológica combina bien con una huella de carbono reducida al evitar largos traslados de alimentos y materias primas.

“El modelo de supermercado cooperativo y participativo que presenta La Osa introduce una novedad importante al modelo de supermercado convencional. Los socios invierten 3 horas cada cuatro semanas en diferentes tareas del supermercado: reponer, cobrar, limpiar, preparar el producto, etc”, cuenta José Antonio Villarreal, socio laboral del supermercado. Esto da derecho al cooperativista a comprar en el establecimiento, pero también “genera sentimiento de pertenencia y democratiza el acceso a productos de calidad a todas las personas cooperativistas”. Los gastos laborales que se evitan de esta manera se transforman, por ejemplo, en mayor asequibilidad en sus productos.

Todo nace de un germen, 2D, un local en la madrileña calle Noviciado con el que comparte ideales. “Queremos facilitar el acceso a productos de calidad, pertenecer a una comunidad de personas que defienden un modelo de supermercado más sostenible para el medio ambiente y para las personas y participar en tareas reales junto a una comunidad heterogénea e inclusiva de

personas”, explica Villarreal. Y aunque las implicaciones de este pensamientos aplicado a una superficie de distribución son muy numerosas, la medioambiental es una de las más visibles. Los cooperativistas encontrarán aquí “productos y alimentos de cercanía y elaborados con bajo impacto ambiental, zonas a granel para ahorro de envases y plásticos y, sobre todo, personas con las que comparten su preocupación por la situación del planeta.

Para completar el conjunto, La Osa también explora el mundo de la incidencia a través de la formación y la organización de talleres sobre el consumo responsable y consciente. “Queremos que el supermercado sea también un espacio formativo donde las personas se influyan unas a otras para encontrar modelos de consumo sostenibles y que no generen tantísimo desperdicio como se produce en el modelo convencional”, subraya el socio laboral. Quizás, de esta manera, se consiga rebajar esa estadística que dice que en España se desperdicia un tercio de los alimentos que se producen.

Conciencia explicada con un tomate

Iván Mota es uno de estos cooperativistas que lo mismo descargan mercancía que cobran o participa en charlas de concienciación. Cuenta su caso como un ejemplo de “evolución natural” y a través de un ejemplo muy empírico y en el que todo el mundo ha pensado: “¿A quién no le encanta ese tomate que le traen del pueblo, feo, imperfecto y sucio pero con un sabor tan intenso que se te saltan las lágrimas? Se nos ha acostumbrado el paladar, el ojo y el bolsillo a un tipo de producto de apariencia perfecta, uniforme y barato pero con escaso sabor y valor nutricional”.

La idea de adquirir alimentos más parecidos a los que uno consigue en su propio huerto le atrajo a este modelo de supermercado, pero también otros aspectos como no contribuir a realidades como la de “los agricultores mal pagados que sufren condiciones abusivas, mala relación calidad precio, enormes huellas de carbono y generalización de consumo de productos fuera de temporada” que también tienen mucho que ver con las cadenas de distribución y el propio sector. “Según ha ido pasando el tiempo y más me he informado sobre este tipo de cooperativas, más convencido he estado de que son un modelo que ha venido para quedarse y que, muy probablemente, estén llamados a revolucionar los hábitos de consumo de la población en las grandes ciudades”.

Para él, formar parte de este proyecto se puede explicar desde dos enfoques. El práctico incluye el pago de una única cuota para toda la vida, trabajar unas horas (pocas) al mes y trasladar el ahorro laboral al precio final de la cesta de la compra. “En los supermercados que ya funcionan en otros lugares, manejan un ahorro de entre un 20 % y un 40 %, lo cual me parece que es un aliciente. Comer mejor, más sano y respetuoso con el ambiente y bastante más barato a cambio de tres horas de trabajo mensual me parece algo a tener muy en cuenta”.

El otro enfoque adquiere un tono más social, e incluye una parte de pensamiento crítico, la construcción de una corriente contraria al individualismo y la máxima de actuar cuando algo no gusta. “Cuando un grupo de personas con objetivos comunes se juntan para hacer algo se pueden conseguir cosas increíbles. El cooperativismo me parece la herramienta perfecta para ello”, confiesa Iván. Él participa en las comisiones que rigen el establecimiento. Una de ellas, la de compras, recoge los productos que los socios quieren incorporar. “Esto es muy importante porque seremos nosotros mismos los que decidamos lo que habrá en los lineales, lo cual supone una ventaja enorme frente a la distribución convencional”.

Se trata de una de esas formas de actuar a las que se refiere, que en su caso completa con otras que protagonizan sus hábitos diarios y que asocia con medidas concretas relacionadas con la movilidad que cada uno elige, la correcta separación de plásticos y reciclaje o la elección de comercializadoras de energía verde que también son cooperativas.

El mundo al revés: de la práctica a la teoría

Detrás de este y otros proyectos en un sinfín de ámbitos nos encontramos con un concepto, el de consumo consciente. “El consumo consciente, también llamado sostenible, responsable, crítico o transformador, es aquel que tiene en cuenta además de las variables calidad precio, los impactos ambientales y sociales que poseen nuestros bienes y servicios en su producción, distribución y consumo”. La definición la apunta Brenda Chávez, periodista especializada en consumo y sostenibilidad y autora de Al borde de un ataque de compras (Debate) y Tu consumo puede cambiar el mundo (Península).

Para Chávez, una de las claves reside en que los ciudadanos dispongamos de un número adecuado de opciones. “Cuantas más existan, mejor, porque así serán más accesibles y se normalizarán ya no solo estos supermercados cooperativos, sino también los grupos de consumo y cooperativas de consumo agroecológicas, los mercados locales y de proximidad, el pequeño comercio y los productos locales. Su impacto negativo en el planeta es menor y, por otro lado, remuneran mejor a los productores y productoras”. En este conjunto, al que por cierto se conoce como CCC o circuitos cortos de comercialización, un 45 % del gasto de los clientes se queda en la comunidad donde se inserta, mientras que si hablamos de supermercados o hipermercados convencionales, el porcentaje cae hasta el 14 %. Se trata, por tanto, de un cambio de paradigma que va más allá de lo medioambiental.

En cuanto al éxito de iniciativas como La Osa, el espejo viene del exterior. “Las primeras experiencias han emergido fuera de nuestras fronteras, como Park Slope Food Coop, de Nueva York, con más de 17.000 miembros que lleva 45 años demostrando que otras formas de consumo son posibles, y su réplica La Louve, en París, que aprendieron de ellos. Además, de La Louve reciben mentoría los supermercados cooperativos que están emergiendo actualmente en España, no solo La Osa, también Food Coop en Madrid y más en otras provincias de España”.

Este buen recibimiento por parte de la población tiene muchas explicaciones y consecuencias. Una de ellas construye un círculo virtuoso. “La psicología ambiental nos demuestra que muchas veces se llega a la conciencia medioambiental a través de las prácticas. Es decir, muchas personas entienden mejor y toman más conciencia si participan en iniciativas colectivas transformadores como estas, y otras, que simplemente concienciando sólo desde la teoría o el dato puro y frío”.

Estamos ante la visión positiva de la pescadilla, ecológica y socioambiental, que se muerde la cola.