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Medio Ambiente

Alimentos para salvar la Tierra

Un cambio de dieta hacia modelos que prioricen el consumo de alimentos de origen vegetal frente a los de origen animal puede, según un informe, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero al menos un 30%. Además, ayuda a bajar la tasa de pérdida de vida silvestre en torno a un 5%, usar un 41% menos de tierra agrícola e, incluso, evitar el 20% de las muertes prematuras

El consumo de alimentos de origen vegetal frente a los de origen animal puede, según un informe, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero al menos un 30%.
El consumo de alimentos de origen vegetal frente a los de origen animal puede, según un informe, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero al menos un 30%.La Razón

Hoy es el Día Mundial de la Alimentación. Como cada año, la ONU nos recuerda en esta cita la importancia que tiene el modelo agrícola para acabar con el hambre y asegurar la salud y bienestar de la población mundial y del planeta. El sistema alimentario representa el 20% de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI), demanda en torno al 70% del agua y ocupa el 40% del suelo. Hasta el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) lleva pidiendo tiempo un cambio en el sistema de producción. ¿Por qué? Primero, porque estamos sobreproduciendo alimentos como para 12.000 millones de personas, mientras el número de hambrientos sigue aumentado. Ya son 800 millones de personas, pero las previsiones dicen que con la pandemia esta cifra seguirá creciendo hasta superar los 15 millones en el próximo lustro. Una de las razones: que cada segundo se tiran 42 toneladas de comida. Por otro lado, la obesidad y la diabetes en la parte rica del mundo afecta ya a casi 2.000 millones de personas. Además, de las 1.400 especies animales, prácticamente sólo tres (vaca, cerdo y pollo) sirven para alimentar a las personas y solo el arroz, el maíz y el trigo suponen el 40% de toda la producción agrícola mundial.

Coincidiendo con la cita, la organización conservacionista WWF acaba de hacer público su informe sobre «dietas basadas en el planeta». En él comparan los beneficios que tendría un cambio de dieta partiendo de la forma de comer más común a día de hoy en los 147 país que se han estudiado. Para ello, ponen a disposición de quien lo desee una calculadora que pemite ver los impactos de diferentes formas de dieta, desde la vegana a la flexitariana, la basada en pescado o la vegetariana… «En algunas regiones donde todavía la gente no se alimenta de forma correcta respecto a los parámetros mínimos de sostenimiento de la vida, las emisiones pueden hasta subir en esta calculadora», dice Celsa Peiteado, coordinadora de política agraria y alimentación sostenible de WWF España.

En líneas generales, hacer un cambio de dieta hacia las formas que priorizan el consumo de alimentos de origen vegetal frente al animal supondría reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en al menos un 30%. Además, baja la tasa de pérdida de vida silvestre al menos un 5%; usa menos tierra agrícola, hasta un 41% e, incluso, evita el 20% de las muertes prematuras, afirma el informe. No hay una fórmula única y mágica, dicen desde la ONG, para conseguir esto. Porque depende de las costumbres gastronómicas del país de origen y de las posibilidades, también materiales, de cambiar de hábitos. Se entendería por dieta sostenible a nivel medioambiental aquella que, además de ser nutritiva, tenga una menor huella de carbono y ayude a preservar la biodiversidad.

¿Hay que hacerse vegano?

No es necesario. Los ingredientes de la receta saludable para el planeta son estos: basar nuestra dieta más en alimentos de origen vegetal que animal, volver al puchero y a las legumbres (cuyos cultivos son beneficiosos para la conservación de los suelos) y los productos de temporada y de cercanía. «Lo primero es priorizar los alimentos de origen vegetal y sólo de forma moderada comer productos animales. Además, estos deben ser de producción local y ecológicos. No tiene sentido que una pera recorra hasta 26.000 km para llegar a nuestro plato. Por último, hay que reducir el desperdicio alimentario que ya representan el 8% de las emisiones de la agricultura», dice Luis Ferreirim, portavoz de Agricultura de Greenpeace. Para él todo se resume en comer sano: «una dieta sana es una dieta sostenible. Como el IPCC creemos que lo mejor es la dieta flexitariana. Por ejemplo, esta indica que se debe comer 300 gr de carne a la semana. En España estamos en 275 gramos al día, según datos de la FAO», matiza.

Incluso el IPCC no demoniza la presencia de la carne en la alimentación, «puesto que tiene un perfil nutricional que no tienen los vegetales y la producida en extensivo tiene otros beneficios como capturar carbono a través del pastoreo». La Universidad de Oxford afirma en un estudio que solo con una reducción de su ingesta se evitarían hasta un 29% de emisiones.

Eso sí, aunque el potencial del cambio de dieta es enorme, no resulta suficiente si no va acompañado de un cambio en la forma de producir. «También hay que reducir el desperdicio alimentario, apoyar la producción agroecológica y de cercanía y recuperar el estado de la naturaleza frente a la pérdida de suelo fértil o la calidad del agua», matiza Peiteado. La forma de producir tiene que conseguir revertir el sistema alimentario de uno que explota la naturaleza a uno que la restaura.

En este sentido, Greenpeace ha publicado su propio informe esta semana, en el que analizan «las emisiones directas de la ganadería y los datos oficiales de España, por un lado, con los números que ofrece la FAO y teniendo en cuenta otras emisiones asociadas como la deforestación provocada para la producción de cultivos destinados a piensos para animales. En ellos, vemos que la agricultura supone el 12,5% de las emisiones en España y de ellas el 67% se deben a la ganadería. Desde 2000 a 2018 han crecido hasta un 27% las del sector, pero es que de estas la mitad se deben a la producción de porcino. Sabemos que en torno al 95% de esta carne está producida en ganaderías intensivas. Con esto quiero decir que cambiar la dieta tiene un impacto muy grande en el medio ambiente, pero tiene que ir acompañado por la transformación de la forma de producir. El ovino y el caprino solo suponen un 4% de las emisiones y son casualmente las razas más asociadas de la explotación en extensivo», afirma Ferreirim.

Un puñado de algas

Recientemente un grupo de investigadores de la Universidad de Copenhague ha publicado un «paper» en el que proponen las algas como la mejor solución para asegurar el alimento a los 7.000 millones de personas del mundo. Hay unas 10.000 especies y unas 500 ya se usan como ingrediente por su riqueza en nutrientes como el omega-3. Sin ir tan lejos como para alimentarnos de algas, lo cierto es que recuperar la dieta mediterránea no nos debería resultar nada drástico, sino mucho más cercano. La Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (Asaja) recomienda no volverse loco con grandes cambios, pero recuperar parte de lo que se ha hecho toda la vida... «Y dar prioridad a las frutas y verduras de temporada, al aceite de oliva como grasa principal o al consumo en cantidades pequeñas de carne roja y magras. Y reducir al máximo los procesados», explica su presidente Pedro Barato.

PAC

Este año el Día Mundial coincide en Europa con un momento decisivo, al menos políticamente, para la próxima Política Agraria Común. Esta decidirá “cómo va a ser el sistema productivo en los próximos diez años. Este, además, tiene repercusiones en áreas tan diversas como el consumo o el desarrollo rural”, explica Fernando Viñegla, coordinador de Por Otra PAC, una coalíción que une a diversas organizaciones como la Confederación de Consumidores y Usuarios, Seo/BirdLife, WWF, la Fundación Global Nature o la Academia Española de Nutrición y Dietética. Para estas organizaciones estamos en un momento decisivo para reorientar el modelo productivo. La nueva PAC, dicen debería servir para apoyar a los pequeños productores, al sector ecológico y establecer cadenas cortas de consumo.

Para entender la dimensión de la PAC baste pensar que esta política recibe un tercio del presupuesto comunitario. Es decir, que cada ciudadano de la UE paga con sus impuestos unos 114 euros al año. La actual se lleva negociando desde 2018 y debía entrar en vigor en 2021, aunque su puesta en marcha se ha retrasado hasta 2023 por varios tira y afloja. La disputa se juega entre la Comisión, el Parlamento y el Consejo de ministros de los diferentes países (lo que se conoce como trílogo). Las posiciones fundamentalmente van de un extremo en el que la PAC está alineada con el Pacto Verde Europeo y las Estrategias de la Granja a la Mesa y para la Biovdiversidad. Al otro extremo se dibuja una PAC en la que los objetivos del Pacto Verde no son vinculantes. Entre los puntos clave que están encima de la mesa hay varios: que el uso de pesticidas se reduzca un 50% en 2030, que la superficie en producción ecológica sea de al menos un 25%, o que se reserve un 10% de toda la superficie agraria a espacios para integrar la naturaleza en las fincas, algo clave para frenar el declive de la biodiversidad. “Un punto clave es el reparto de ayudas. Para ello se establecen ecoesquemas que pueden ser interesantes porque pagan al agricultor que más ambición medioambiental. Y es que cuando pensamos en la PAC nos imaginamos a pequeños productores, pero solo un 20% de los beneficiarios de acaparan alrededor del 80% de las ayudas”, matiza Viñegla.