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Entrevista
Cristina Monge, polítologa y divulgadora: «Lo del Mar Menor es un déjà vu. Llevamos décadas advirtiendo sobre lo que podía pasar»
La investigadora es experta en sacar moralejas de los «líos», en sus palabras, que trae consigo una transición ecológica que ya ha comenzado
Es una de las voces más relevantes del panorama ambiental en España. De las primeras mujeres que hablaban de cambio climático cuando aquello sonaba todavía a algo lejano, teórico, que apenas interesaba a unos pocos. Cristina Monge no se aburre. Y no se calla. Vive volcada en la divulgación científica, es politóloga, asesora ejecutiva de Ecodes y profesora de Sociología en la Universidad de Zaragoza. En las redes sociales, es toda una «influencer». Gracias a discursos como el suyo, claro y valiente, hace ya años que el cambio climático está en boca de todos.
–¿De dónde es?
–De Zaragoza, donde vivo. He hecho de esta ciudad mi centro de operaciones. Además, mi familia está aquí.
–De la capital maña al mundo. ¿Cómo lo hace?
–No lo sé. Estudio Ciencias Políticas y me implico mucho en movimientos sociales. Siempre he tratado de mantener un equilibrio entre la reflexión teórica y la parte más de aplicación en mis dos pasiones, que son la calidad de la democracia y la sostenibilidad ambiental.
–¿Y de dónde le viene la última?
–Creo que cuando se tiene sensibilidad por lo social, es fácil que aparezca la conciencia ambiental. Yo empecé a raíz de las cuestiones relacionadas con el agua. Me involucré en el movimiento por la Nueva Cultura del Agua, contra la construcción de grandes embalses y trasvases… Y de ahí pasé a todo lo demás.
–Entonces la crisis del Mar Menor le habrá afectado…
–Es un poco un déjà vu. Llevamos décadas analizando, debatiendo y advirtiendo sobre lo que podía pasar (y ha pasado) en el Mar Menor. Cuando ahora ves algunas declaraciones de según qué responsables políticos la sensación que te queda es la de: «¿Dónde habéis estado estos últimos 30 años?».
–¿En la cueva?
–En la caverna de Platón las sombras son distorsiones. La realidad es que el trasvase Tajo-Segura es absolutamente insostenible y promueve un modelo de desarrollo que desemboca en cosas como lo del Mar Menor. Informes técnicos, ecológicos y de economía ambiental hay todos los que quieras.
–¿Por qué cree que la clase política tarda tanto en actuar?
–Porque implica cambiar la inercia de las cosas. Y eso es muy difícil. En política, como todo en la vida, lo más fácil es seguir haciendo las cosas como se han hecho siempre. El reto de la sostenibilidad supone cambiar el chip; lo que hasta ahora se ha hecho de una manera, hacerlo diferente. ¿Qué pasa? Que romper inercias, generalmente, también tiene víctimas. Colectivos que han vivido de una manera tienen que empezar a vivir de otra. A lo mejor no pueden regar tanto como lo hacían, a lo mejor tienen que dejar de utilizar determinados fertilizantes que son veneno puro para el agua y para los peces… A veces hay que cambiar el qué y otras el cómo. Las sociedades son reacias a cambiar porque tienes que modificar la Ley, los instrumentos económicos… Entonces, no es que no lo entiendan o que quieran hacer oídos sordos. Es que lo más fácil es seguir con la inercia.
–¿España es más reacia al cambio?
–No. Eso de que «Spain is different» cada vez es menos cierto. Aunque no sé si alguna vez lo fue.
–Pero el cambio climático tiene ideología...
–El cambio climático no es ni de izquierdas ni de derechas, pero la forma en que se afronta la transición ecológica sí tiene ideología. Por ejemplo, tú puedes hacer una transición ecológica para aumentar hasta el 100% el porcentaje de renovables, y hacerlo de tal manera en que salgan beneficiadas las cinco empresas de siempre. O puedes hacer una transición ecológica donde primes también la energía distribuida, que cada uno podamos tener nuestras placas solares, de tal manera que el acceso a la energía se democratiza. La opción por un modelo o por otro es ideológica. De hecho, es una de las mayores peleas ideológicas que estamos viviendo en este momento.
–Este verano obtuvo una gran repercusión por sus opiniones publicadas acerca de esta cuestión.
–Yo lo que quería poner de manifiesto eran dos cosas. Una: que la transición ecológica ya está en marcha, pues cuando se produce un debate social sobre el chuletón, lo que nos estamos planteando es el modelo de dieta. Y así con otros «líos» como la factura de la luz, la España vacía o la ampliación del aeropuerto del Prat. Y dos: que la transición ecológica esté en marcha significa que ya hemos pasado de las musas al teatro. Cosas que hasta ahora eran teóricas se vuelven prácticas y surgen contradicciones que habrá que superar.
Sobre lo de la carne, lo que dice Alberto Garzón es cierto: hay cientos o miles de informes ambientales y de salud que certifican lo que expuso; que es mejor comer menos carne y de mayor calidad. Ahora bien, aparecen oposiciones de forma inmediata: por un lado, la de la industria que dijo «eh, conmigo qué va a pasar, que me estoy esforzando en cambiar» y, por otro, la de la gente que dijo: «tú podrás comprar carne de calidad, pero a mí me viene justito para comprarme una bandejita de pollo hormonado». Efectivamente, lo que no podemos permitir es que la transición ecológica se vea como una cuestión de élites y dejemos a las personas atrás.
–La transición ecológica es un tema de futuro...
–Totalmente. En poco tiempo ha pasado de ser una cuestión muy lateral a ocupar el centro. En el futuro, surgirán nuevos problemas y certezas. Cada vez los debates serán más interdisciplinares. No puedes explicar lo del Mar Menor solo con biólogos; necesitas economistas, urbanistas, incluso sociólogos...
–Y psicólogos.
–Eso muchísimo [ríe].
–¿Qué problemas existen a la hora de divulgar?
–Hay que vencer dos tentaciones: una es la del «sabíamos que esto iba a pasar», aunque te lo haya dicho antes [ríe]. La otra es encontrar un equilibrio entre el optimismo que hace falta para buscar alternativas que nos saquen de este lío y lo abrumador de los datos que demuestran lo difícil que es salir de este lío.
Entonces, por un lado, hay que huir del «tecno-optismo» sin que eso suponga renunciar a la tecnología. Hay que huir del catastrofismo sin caer en una Arcadia feliz, pues eso sería ingenuo e irresponsable. Anunciando el fin del mundo tampoco ganamos nada. He conocido a compañeros colapsistas, que seguro que tienen muchos datos que sostienen lo que dicen. A estos, yo les pido que se vayan a casa y sigan pensado.
Sí, es cierto, algún día se acabará el mundo y moriremos todos. Ante eso, tenemos dos opciones: sexo, drogas y rock and roll o suicidio colectivo. Pero los científicos y los que nos dedicamos a la investigación, tenemos la obligación de dar salidas y posibles soluciones. Si existen 28 vías para parar el cambio climático, habrá que explorarlas. Seguramente 26 no valgan, pero para darte cuenta de que no valen tendrás que recorrerlas. Pues vamos a ello.
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