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La gestión hídrica en tiempos de lluvias torrenciales

A debate la limpieza de los cauces, la necesidad de nuevas presas o, por el contrario, de quitar barreras y diques de hormigón y renaturalizar los ríos

Miembros de la UME rastreando la Rambla del Poyo
Miembros de la UME rastreando la Rambla del PoyoBiel Aliño EFE

La situación de Valencia en la llanura de inundación del Turia, en terreno llano y bajo una sierra de la que llega el agua a gran velocidad supone un riesgo para la ciudad identificada desde años; además del desbordamiento del Turia del año 1957, el Júcar también provocó riadas en el 82 y hay una lista de más de 20 sucesos ocurridos desde el siglo XIV. Estas semanas se ha hablado y debatido mucho sobre limpieza de cauces, urbanización en zonas inundables, presas y otras medidas de gestión hídrica Algunas de estas cuestiones, incluso, se han colado entre las preguntas del examen de la española Teresa Ribera ante el Parlamento Europeo. Y es que las imágenes de puentes taponados por las cañas o calles llenas de restos de esta especie han sido habituales durante la riada. José Javier Sanchis Bretones, de Algemesí, denunciaba en televisión hace unos días que en agosto de 2023 y en julio de este año escribió a la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ) para que se abordara la limpieza del cauce del río Magro que atraviesa su localidad y que se une en su término al río Júcar, y no ha sido el único a hacerlo, asociaciones de agricultores como Asaja también se han quejado por esto. La guerra de responsabilidades sobre quién debía llevar a cabo la limpieza sigue vigente pero ¿se debe intervenir limpiando cauces o no? La respuesta: depende de dónde y depende de qué.

En el caso de la caña hay que aclarar que se trata de una especie invasora, «arundo donax», sujeta a diversos programas de erradicación de los cauces. El propio Ministerio de Transición Ecológica, financia un programa, Caña a la caña, para erradicar esta especie en la parte baja del Júcar. «El objetivo -dice la web del proyecto– es la reducción del impacto de las inundaciones de alta probabilidad en los municipios de la cuenca baja del río con acciones como la gestión y control de especies invasoras y la recuperación de la vegetación autóctona».

Si hablamos de vegetación en general la cosa cambia. Ernest Blade, catedrático de Ingeniería Hidrológica, profesor de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos de Barcelona de la Universidad Politécnica de Cataluña y director del Instituto de investigación en Dinámica Fluvial e Ingeniería Hidrológica aclara que «no limpiar en zonas de cabecera tiene ventajas porque ayuda a que el agua vaya más lenta, lo que significa que el efecto avenida se retrasa. Sí puede tener un efecto contraproducente no limpiar cuando se acumula mucha vegetación en determinados puntos como los puentes. Es un tema que hay que analizar cuenca a cuenca porque cada torrente tiene sus características y su población. En la cabecera es mejor no limpiar y en zonas bajas suele ser conveniente». Para Rafa Seiz, coordinador de política de aguas de WWF habla de que es precisamente la visión que tenemos de los ríos lo que explica sucesos como estos. «El funcionamiento natural de un río no hace necesarias limpiezas, pero como hemos puesto infraestructura puentes puede ser necesario limpiar para desatascar zonas tapadas por el hormigón. Ahí hay que limpiar puntualmente la vegetación muerta. En Valencia ha habido un problema de acumulación en puntos concretos, pero no por vegetación autóctona. Se tiende a considerar el río como una canal de desagüe rápido; en estos casos se acelera la velocidad porque no hay nada que frene el avance y, además, se concentran las inundaciones porque el río no tiene espacio para expandirse. La idea de tener un cauce que mueve el agua de un sitio a otro es una visión antigua, ingenieril que no tiene en cuenta los beneficios ambientales de los ríos». La receta entonces es retirar el exceso de caña, sustituirla por vegetación autóctona y no dejar el río vacío de obstáculos allá donde sea posible. «Con esta idea errónea de dejar los cauces pelados, favorecemos que la caña crezca más y más”, apunta un informe del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales de estos días.

Presas que reducen daños

Las presas de Forata o Buseo han jugado su papel en esta crisis. La de Forata, que desemboca en el río Magro, llegó a desaguar 1.000 m³/s en algunos momentos durante las lluvias. Antes del episodio se encontraba al 73,93% de su capacidad y el agua llegó a los 379,20 metros de un total de 384. La de Buseo también desembalsó hasta 1.900 m3/sg en el punto de Vilamarxant, cuando «su caudal habitual es de 5 m3/sg. El temor a que llegara a su límite y a un posible colapso obligó a verter agua», publica El Levante. Antes de verse casi superada, se encontraba a un 12% de su capacidad, señala este medio. De hecho, la presa tiene ahora filtraciones en cinco puntos. «Las presas tienen que tener una regulación de caudales que entran y salen. En un episodio así no tienes capacidad de laminar la inundación, tienes que abrir y desaguar para evitar poner en peligro la estabilidad de la estructura. El perjuicio de un colapso sería mayor. Lo vimos en Tous durante la rotura de la presa», dice Ernest Blade. La rotura de esta gran presa del río Júcar originó una crecida con una punta de 16.000 m3/segundo en el año 82.

Además del papel de las presas existentes, estas semanas se ha aludido al planteamiento de construcción de una presa en Cheste en el Plan Hidrológico Nacional, aprobado en 2001 y anulado en 2005. El presidente de la Asociación de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de la Ingeniería Civil, José Trigueros afirmaba estos días en medios que «esta infraestructura hubiera mitigado la crecida, aunque no habría podido detener completamente la inundación» e instaba a los decisores públicos a «dejar de maldecir al hablar de embalses, presas o encauzamientos». Ignacio Escuder, experto en presas del Instituto Instituto de Ingeniería del Agua y Medio Ambiente de la Universidad Politécnica de Valencia recordaba en un acto celebrado recientemente que hay, de hecho, planificada alguna nueva presa en el planes generales de riesgo de inundación de la Confederación.

Por otro lado, sigue generando polémica el plan de Europa a 2030 que dice que deben estar liberados al menos 25.000 kilómetros de ríos. La organización Dam Removal recuerda que España ha eliminado 241 barreras sobre cursos de agua en España, aunque en su gran mayoría se trata de pequeños azudes. «Las grandes presas se plantearon en los años 20 del siglo pasado y ahora hay una tendencia global a la retracción de estas infraestructuras», dice Ernest Blade que explica también: «Lo que sucede aguas arriba influye más abajo. Las presas grandes, en general, suelen ayudar a evitar inundaciones aguas abajo si se gestionan convenientemente, pero también tienen un impacto en el territorio. Las grandes presas tienen dos usos principales: electricidad y regadío y construir más grandes presas es inviable, porque los sitios idóneos ya están ocupados. En cuanto a los azudes, ahora hay una tendencia a eliminarlos porque las actividades a las que servía ya no existen: por ejemplo, alimentar pequeñas fábricas o regadíos. Suponen una barrera para el ecosistema. Estos azudes, además, tienen poco impacto de cara a evitar inundaciones y laminar el agua», dice.

El técnico de WWF añade: «Es difícil dar respuesta a qué habría pasado si hubieran estado construidas más presas sin una modelización. Con la excepcionalidad del episodio no sé si hubieran servido. Desde el punto de vista ambiental puramente las presas no son necesarias, porque son una barrera que tienen consecuencias en el ecosistema y en la dinámica del territorio. Suponen una interrupción casi permanente del caudal aguas abajo. A veces es menor de lo que cabría esperar aguas abajo y cuando se libera es mucho mayor». Por su parte, Annelies Broekman, miembro del grupo investigación sobre Agua y Cambio Global del Creaf, recuerda también que la mayoría de las presas tiene problemas de colmatación y exceso de sedimento. «Hay un piloto en el Ebro para hacer un bypass para quitar lodos y llevarlos aguas abajo, pero es experimental. Las presas se han hecho para el regadío y la producción hidroeléctrica, pero casi no funcionan para laminar las avenidas. Además, no podemos pensar en inundaciones sin pensar en sequías y las presas secan el paisaje. A pesar de las copiosas lluvias, los embalses en Cataluña están solo al 33%; no hemos salido de la sequía. Hay que replantearse la cultura del siglo pasado. Algunas presas no se pueden quitar, pero la naturaleza nos da mejores servicios; un acuífero funciona mejor que una embalse», dice.

Un futuro para Valencia

El riesgo cero no existe, pero, además de evitar construir en torno al río, estas semanas se escuchan voces que piden invertir en la mejora y el mantenimiento de las infraestructura hidráulica y cambiar la gestión hídrica haciendo convivir soluciones grises o de ingeniería con otras basadas en la naturaleza. «Tenemos buena información climática y para disminuir las consecuencias de las riadas es necesario que los cauces no estén ocupados por casas, naves industriales o comerciales, carreteras, vías de tren o muros de contención y que los ríos tengan márgenes suficientemente anchos para crecer y decrecer sin poner en peligro a la población», incide Annalies Broekman que recuerda que problemas similares se pueden dar en otras zonas -como vemos estos días con la nueva Dana que atraviesa la Península-.

«Todo lo que se ha visto en esta inundación confirma lo que ya sabemos. De cara a futuro es necesario no construir, pero también trasladar lo que se pueda y adaptar y proteger lo que no, además de hacer un trabajo de restauración natural. Las infraestructuras rígidas que se pensaban buenas ya no garantizan la función para la que fueron diseñadas. Da una falsa sensación de seguridad. Esas paredes están construidas para unos caudales que ahora ya no se pueden asegurar».

La falsa seguridad que da esconder los cauces de los ríos

¿Ha llegado el momento de repensar nuestra forma de ver los ríos? En algunos casos los torrentes de agua se han tapado con hormigón haciendo que los cauces pasen por debajo de las ciudades. En un contexto de cambio climático, los consultados consideran que las viejas soluciones, en algunos casos, nos dan una falsa sensación de seguridad. Los seres humanos tenemos una vida corta y, aunque la información histórica está ahí, se nos olvida que el agua siempre quiere regresar al camino por el que transitó. «La canalización excesiva de un río o el cubrir torrentes en zonas urbanas es nefasto. Cuando se hace una canalización se hace para una probabilidad o periodo de retorno pero siempre puede haber episodios en los que circule mayor caudal del que se pensó durante el diseño y eso siempre va a ocurrir. Si la obra está cubierta, el día que pase el agua pasará por encima. Renaturalizar, mientras no sea solo un trabajo de jardinería y se trate de una restauración fluvial y darle más espacio a los ríos, disminuye el riesgo de inundaciones. Esto y evitar canalizaciones duras suele ser positivo», dice Ernest Blade de la UPC.