La contra

Un viaje extremeño (I)

Planeta Tierra

Ramón Tamames
Ramón Tamames Cristina BejaranoLa Razón

En el nuevo diario que he empezado a escribir –¡a mis años!—, hay una entrada en el sábado de Gloria, 19 de abril de 2025, y al día siguiente, el domingo de Resurrección. Sobre la Semana Santa, con sus variantes de descanso y vacaciones, en medio de lluvias pertinaces.

Para mí, lo más importante de la Semana Santa este año, cayó en el jueves y el viernes, cuando salí de Madrid a uno de mis destinos preferidos: el norte de Extremadura. Toda verde en la primavera, con paisajes increíbles de la España vacía, recorriendo decenas de kilómetros seguidos sin ver una casa, ni un vecino, ni un coche. La hermosura de un campo que parece deshabitado y que, también es verdad, espera un poco más de dinamismo.

Tras pasar Talavera de la Reina, llegamos a Puente del Arzobispo, sobre el Tajo, para entrar luego en un tramo cubierto de robledales, encinares y alcornocales, todos los Quercus. Y además, castañares, madroños, y choperas en los arroyos, con los olivares siempre al fondo y la hierba alta y prieta como sólo se ve en los años de grandes lluvias.

Pasamos por los pueblos de Navalmoralejo, La Estrella, Mohedas de la Jara, y tras cruzar el Guadarranque, llegamos a Extremadura. Y a pocos kilómetros, estábamos en Guadalupe.

Allí, el gran monasterio, basílica de la Orden de San Francisco, gobernada por un prior. Monumento religioso, de la Edad Media, que se mejoró posteriormente, y se libró del expolio de la desamortización de Mendizábal al declararse parroquia de la pequeña ciudad. En tiempos visitó a la virgen morena varias veces Hernán Cortés, y antes, frecuentemente, Fernando el Católico, que murió en 1616 muy cerca, en Madrigalejo, camino del monasterio.

Seguiremos y terminaremos, la semana próxima, este viaje extremeño.